A los 16 llegó a Cosquín y a los 19 fue revelación en el Festival de Peñas. Llegó hasta Paraguay, sin más herramientas que su voz y su guitarra. Antes, recorrió ciudades desperdigadas por varias provincias y, hasta hoy, lo sigue haciendo, aunque ya no sean dos o tres presentaciones por noche. Nos cuenta quiénes fueron sus referentes, quiénes le gustan del folclore actual y sus divertidas anécdotas a lo largo del camino
Escribe Clara Trillini
Es época de festivales a lo largo y a lo ancho de todo el país. Oscar tiene preparado el mate -que ofrece amargo o dulce, según el gusto de la visita- y un maletín que abre apenas llego. Ahí dentro tiene los recuerdos de sus más de 40 años junto a la música folclórica. “Mirá esta foto, en la plaza de La Laguna”, dice y estira la mano, mostrándome una imagen en blanco y negro donde el protagonista es él, bailando junto a una nena. Tenía diez años y bailaba folclore en la plaza de su pueblo natal, antes de llegar a Villa Nueva, ciudad en la que vivió desde ese momento.
Oscar Clavero, folclorista villanovense, padre de cuatro hijos y abuelo también de cuatro. En algunas épocas, hizo dos o tres presentaciones por noche pero ahora, según el mismo explica, las cosas cambiaron. A los festivales los sigue por televisión y junto a Estela, su esposa, están planificando un “viajecito” de dos o tres días a Cosquín, para visitar las peñas, junto a Malena, una de sus nietas.
“Estoy saliendo poco. En los últimos tiempos, hacía presentaciones como solista o acompañado de mis hijos. Hasta hace algunas semanas, hice varias presentaciones en eventos privados, como cumpleaños. Y el año pasado fui a exposiciones, la mayoría en la provincia de Santa Fe”, cuenta Oscar, mientras ceba los primeros mates amargos. El, y también sus hijos, están ahora mucho más abocados a la empresa de transporte que gestionan. La pasión por la música, sin embargo, está intacta.
El inicio
“Traemos la música en la sangre”, dice. Y empieza con un repaso rápido: “Mi abuelo tocaba e interpretaba. Yo no lo conocí. Y mi ‘viejo’ también cantaba folclore. Además, por el lado de mi ‘vieja’, eran muy buenos cantores, pero de tango. A la música la tenemos incorporada en nosotros. De chico, inclusive, fui a un maestro allá en La Laguna que me ensenó canto”.
Lo recuerda por su apellido, “Argüello”, y después, ambos se encontraron en Villa Nueva. Siguió con algunas clases más, hasta que llegó la vorágine de los festivales y el vigor de la juventud lo llevó a cantar con toda la fuerza de sus pulmones en cuanto escenario se le aparecía enfrente. Mientras muestra una caricatura suya que dibujó “Nino” Menardo para un libro del locutor Ricardo Kestli, Oscar cuenta cómo llegó a dedicarse a la música: “Tenía 16 años y empecé a salir, a conectar con los grandes. A los 17, me fui con la embajada de Cafrune y estuvimos durante las nueve noches de festival en Cosquín. Después, seguimos con una temporada en Carlos Paz, donde pasamos alrededor de dos meses”.
Si bien Cosquín parece haber sido una de sus puertas de entrada a los grandes escenarios, el recuerdo no es tan feliz. “Me pusieron como número especial dentro de la grilla del festival. Y me fue bien. Pero como no tenía representante, me dieron para cantar a las seis de la mañana. Fui al escenario mayor y ya casi no había nadie. Nunca más fui, porque sentí que me borraron. Incluso me enviaron una carta de convocatoria, diciéndome que ya estaba todo preparado, pero allá me pegaron una patada en el paladar”, dice y se ríe.
Siguen los mates y Estela se suma a la conversación. Por ese tiempo, ellos eran novios. “Estábamos comprometidos”, aclara Estela, señalando el anillo en uno de sus dedos y empieza el relato. “El se fue para hacer presentaciones con Cafrune y yo quedé sin noticias. Además no era como ahora, que podés comunicarte por teléfono o por WhatsApp. Pasaban las semanas y yo sin saber nada. Después empecé a pensar que me había dejado”. Y así empezaron un viaje hacia las sierras, para buscar a Oscar, el novio perdido. “Fui con mis suegros y preguntamos en varios lados si sabían de él. Hasta que lo encontramos un mediodía, cuando él llegó para cantar en El Fantasio, en Carlos Paz”. El amor lo trajo de vuelta a Villa Nueva, y no sería la primera vez. Aunque para esa parte de la historia todavía falta un poco. Porque antes, a Oscar lo esperaba el escenario del Anfiteatro villamariense.
Revelación
Fue en el año 1974. La séptima edición del Festival de Peñas y Oscar subió a cantar, por primera vez, en el escenario del “Anfi”. Un rato más tarde, lo nombraron “revelación” y ese es uno de sus mayores logros, el que le dio pie para seguir, el que le hizo saber que tenía un camino como folclorista por delante.
En ese tiempo, Oscar tenía 19 años y guarda recortes de diarios y fotos de esa gloriosa noche. En una, a Estela se la ve con un ramo de flores en la mano, feliz por el logro del que por entonces era su novio.
“Mis mayores referentes fueron Horacio Guarany y, más en lo melódico, Alberto Cortez. Después cambié el repertorio, porque eran muy notables esas influencias. Pero siempre estuvo. Recuerdo que mi papá cantaba muchos temas de Magaldi y Antonio Tormo”, cuenta, con nostalgia.
Le devuelvo el mate y le pregunto qué cambió en el folclore desde aquellos tiempos de sus comienzos, por qué en los escenarios, cada vez más, aparecen nuevos géneros musicales. “Es que se comercializó la música”, explica. Y sigue: “El mismo folclore se fue insertando con temas más modernos, contemporáneos. Aparecieron diferentes instrumentos, como la batería, trompetas o las guitarras eléctricas. Todo eso comenzó a ser una novedad con Los Carabajal”.
Lejos de que todos estos cambios sean algo negativo, Oscar dice: “Creo que sirve para difundir el folclore de una manera diferente, para insertar a la juventud. No tiene nada que ver con lo de antes, cuando las guitarras no se enchufaban. Pero ahora el sonido es mejor. Eso sí, lo tradicional se está borrando cada vez más”.
Los de antes y los de ahora
Para él, lo tradicional se va difuminando con lo moderno. “Antes nos vestíamos de traje o con ropas de gaucho. Ahora veo que es todo más informal, suben al escenario con zapatillas o con la camisa afuera. Comercialmente creo que hay un avance positivo. Pero nuestra mente sigue en lo tradicional. Eso no quita que los de ahora sean muy buenos músicos. Hay cambios, fusiones”, comenta.
Ahí nomás, agrega que a los músicos de folclore actuales les gustan mucho Los Nocheros, “porque se conjugan bien las voces y tienen calidad al cantar”. También dice que le gusta cómo canta Luciano Pereyra, aun cuando en él es notoria la fusión con otros géneros.
Sin embargo, Oscar nota un cambio, quizá el más sobresaliente, en las temáticas que se ponen de manifiesto en las canciones. “Un fragmento de Guarany, dice ‘Vengo a traer lo que otros callan, de amor y besos abundan los cantores. Yo traigo el grito herido de mi pueblo, no es culpa mía si no traigo flores’. Antes escuchabas las letras y tenías que pensarlas, casi descifrarlas”. Oscar nombra a Jorge Falú, a Jaime Dávalos. “Una de las cosas que me gustan del folclore es el canto ante las injusticias. No siempre hay que cantar las necesidades. Pero sí que estén presentes los pobres, los marginados, las luchas del pueblo que no tiene amparos. El canto popular nace de la protesta, de decir lo que pasa y de lo que uno siente frente a eso”, señala.
Y si hablamos de cosas que se van borrando, le pregunto por qué le parece que fiestas tradicionales de Villa Nueva como los festivales de Doma o el del Vino y la Amistad, desaparecieron. Aunque hubo algunos intentos, no prosperaron. “Influyó mucho la parte política. Porque si bien desde la Municipalidad se apoyó a un grupo de gente para que lo hicieran, creo que por cuestiones políticas se fue desarmando la idea. Antes era al revés. De hecho, la primera edición del Festival del Vino y la Amistad tuvo como organizadores a los cuatro caudillos de la política de ese tiempo: del peronismo, del radicalismo, de la izquierda y de los demócratas”, recuerda. “Ellos se juntaron y en común, lo hicieron. Pero ahora eso no sucede siempre así, cuando lo hace uno no quiere que el otro se meta. Y eso hace que las ideas y las ganas se vayan distanciando. Es más, en pueblos chicos eso es más notable. Recuerdo que en otras ediciones se juntaban todos los barrios, trabajaban para el festival y cada uno tenía su ganancia, para el centro vecinal. Creo que rescatar esas fiestas tradicionales no fue prioridad”, dice Oscar.
Festivales por TV
“Yo absorbo todo. En esta época, por la televisión, están pasando los festivales de Jesús María, Diamante, Sauce Viejo…”, enumera Oscar. En sus épocas de “chango”, hacía “dobletes” o “tripletes” por noche. Dos o tres presentaciones, con guitarra en mano. Cuenta que nunca le costó adaptar las salidas con su trabajo, porque como siempre se dedicó a ser un autónomo, podía arreglar horarios y días. Claro que el nacimiento de Karina, Martín, César y Nahuel –sus cuatro hijos- lo hicieron quedar más en casa y menos noches rondando de gira.
Entre las anécdotas que complementan al maletín de fotografías, recuerda los viajes. “Una vez viajábamos a Catamarca, en colectivo. Después de unas cuantas horas de viaje, el chofer nos pidió que cantáramos y la gente se prendió. Igual cuando fuimos desde Santiago hasta las termas de Río Hondo, donde además de personas, en el colectivo iban también chivos y gallinas”, cuenta.
Para ese tiempo, su hija Karina ya había nacido. En el 77, viajó desde Buenos Aires hasta Paraguay y se quedó allá por tres meses. “Cantaba en restaurantes internacionales y le propuse a Estela que se fuera para allá”. Ella ya tenía todo armado, las valijas listas y le había enviado un telegrama avisándole la fecha de su llegada. De día él trabajaba como ayudante en una carpintería, y de noche cantaba en dos restaurantes grandes más dos o tres más chicos.
“La madre de él no me dejó ir. Me decía que pensara en la nena. Fuimos y le mandamos un telegrama”. Cuando Oscar recibió la nota, leyó “Bajá urgente. Tu mamá enferma”. Y cuenta que salió llorando de la oficina de Correo. “Antes de que yo me fuera, mi mamá estaba mal por problemas en la vesícula”. Lo que él en ese momento no sabía era que el mensaje lo había puesto su propia madre, aunque la que lo envió fue Estela. Así volvió, una vez más (“un poco engañado”, dice él) a Villa Nueva.