Nació en Villa María, el 21 de septiembre de 1948. Es abogada, mediadora, con posgrado en Ciencia Política. Casada, tres hijos, un nieto. De cuna peronista, comenzó a militar en la década del 70. En el año 1995 llegó a una banca en el Concejo Deliberante en la lista que postulaba a Eduardo Accastello a la Intendencia. En 1999 fue relecta y, con el justicialismo en el Sillón de Viñas, asumió la presidencia del cuerpo legislativo. En 2003, cuando Accastello fue designado ministro de Gobierno de la Provincia, lo acompañó en su gestión y desde ese momento forma parte de la administración provincial. Fue coordinadora del Instituto de Capacitación Municipal, en 2006 asumió la titularidad del Tribunal de Conducta Policial y Penitenciario, cargo que ocupó hasta 2011. Ese año estuvo al frente de la Secretaría de Justicia de Inspección de Personas Jurídicas. En 2015 fue convocada nuevamente para presidir el Tribunal de Conducta hasta la fecha
DE NUESTRA REDACCION
Apasionada, firme, de fuerte personalidad. Acostumbrada a lidiar en “un mundo de hombres”, ha sabido hacer equilibrio entre lo estricto de ciertas determinaciones y la capacidad para consensuar que le da su profesión de mediadora.
Ana Becerra entró en la política con la convicción de que era el espacio para luchar por los sueños; los tiempos cambiaron y ella sigue de pie en la batalla confiando en que algún día los odios se aplacarán y la esperanza marcará un camino “más justo, más soberano, donde todos tengan su lugar”.
Fue complicado sintetizar una larga charla en la tarde de viernes. Quedaron conceptos interesantes al margen de la nota, siempre son insuficientes los centímetros cuando se trata de reflejar el pensamiento de quienes han sido y son parte de la historia política.
-Si tuviera que hacer una síntesis de su gestión en el Tribunal de Conducta, ¿cuáles son los problemas más candentes que le tocó resolver?
-Los problemas más graves que tuve que resolver han sido, generalmente, los heredados. Hay que tener en cuenta que el Tribunal de Conducta es el único órgano civil que sanciona a la Policía en todo el país.
En todo el país, lo hace Asuntos Internos y la creación del Tribunal fue una decisión política muy fuerte que tomó en ese momento José Manuel de la Sota en su segundo período. Eso fue en 2003, en 2004 se pone en funcionamiento y hasta 2006, que asumo el cargo por primera vez, hubo tres presidentes.
Entonces tuve que pelear por muchas cosas, primero por ser mujer y estar sentada en un lugar que era absolutamente de un hombre y, además, la Policía había perdido el poder de sancionar a sus miembros. Y eso seguía doliendo. O sea, me tocó trabajar con esa comprensión y en lo cultural adentro de la fuerza para que comprendieran el nuevo rol de este Tribunal y hacia afuera con la sociedad.
En ese momento heredamos más de tres mil causas atrasadas y fue muy problemático trabajar con cuestiones que había trabajado la Policía con un criterio policial. Fue esa situación que tuvimos que regular y poner al día.
-En 2015 retornó al cargo después de cuatro años, ¿con qué panorama?
-Y, en 2015 nos vuelve a pasar que hay causas muy grandes que se heredan, como es el “narcoescándalo”, la causa de las armas, que no están bajo la facultad del Tribunal de Conducta, pero que tenemos que resolverlas nosotros y esas son las más difíciles porque requieren mucho estudio, acordar políticas, trabajar con los abogados que están dentro de las causas y resultan complejas.
-En este momento, hablando de nuevas causas, ¿con qué situaciones está relacionada la mayoría?
-Han cambiado mucho los tiempos y por eso estamos modificando la ley del Tribunal, trabajando para ver si podemos ingresarla a fin de año porque desde 2003 a hoy ha habido modificaciones en las conductas de toda la sociedad y eso repercute dentro de las fuerzas.
Tienen que ver con violencia familiar, uso de la telefonía celular, redes sociales, porque se publica la vida en las redes y a veces aparecen con el uniforme, con las armas o en hechos que tenemos que sancionar y que las leyes no los contemplaban.
Hoy hay muchas causas de violencia familiar, denuncias de maltrato, pérdida de armas, gente que comete faltas y denuncia a la Caminera, el trabajo está más o menos dentro de ese circuito.
-Cuando les toca analizar un caso de maltrato a un detenido o a un ciudadano, ¿qué elementos considera que llevan a un policía a cometer esa acción?
-Uno de los problemas, sobre todo en las nuevas camadas de policías, es el desconocimiento de las funciones. Es en algo que estamos trabajando mucho, dando capacitaciones, como que no tienen en cuenta que son funcionarios públicos y que su deber es el cuidado de la comunidad, de los bienes, de la seguridad y el bienestar del ciudadano.
El no tener bien en claro eso es como que les hace perder en algún momento el rumbo, el mostrar las armas inadecuadamente, decir “yo soy policía” y aplicar en ese sentido una superioridad que no tienen. Al contrario, se deben al ciudadano y no al revés. Y la pérdida de ese conocimiento en algún momento hace que se cometan esos errores, que son graves. La lucha es por el buen policía.
-¿La tensión social que se ha ido agudizando influye en la actuación del policía?
-No debería influir porque, de hecho, se los prepara para contener. Sucede que hubo momentos críticos, como el cambio de la ley de jubilaciones, y en ese momento hubo un enfrentamiento muy grande entre los gremios que peleaban para que no les modificaran la ley y los legisladores. Y la Policía quedó al medio.
En ese momento me acuerdo que el comisario era Alejo Paredes, trabajamos mucho con la crisis. Hay que formarlos para las crisis porque si bien es un momento de ruptura, de mucha angustia para la gente que está peleando por sus derechos, la Policía queda en el medio y debe tener formación para soportar eso. Y no es fácil. Muchas veces se ven superados en esas situaciones, tengamos en cuenta que hay policías muy jóvenes, mujeres, algunas embarazadas y sufren el miedo también. El miedo hace que a veces repelan.
Por eso se necesita mucha formación de los policías y de los que los manejan para que puedan ver si alguien está en crisis y, en tal caso, sacarlo del lugar y remplazarlo. Eso también son políticas de Estado que hay que manejar con capacitación arriba y abajo.
-¿Con el sistema penitenciario el tema tiene la misma complejidad?
-Es complejo, pero está más acotado, son menos miembros, tienen una escuela de capacitación excelente y el penitenciario en general está trabajando con los que la sociedad excluye. Pero son muchos menos, las leyes son más estrictas y se cumplen más.
Por supuesto que es complejo porque las cárceles están excedidas por la cantidad de presos que tienen, eso hace que el trabajo sea muy duro, pero es más manejable en ese sentido. Tenemos causas, pero son menores, que tienen que ver también con alguna denuncia de violencia familiar, de maltrato, pero en general es más acotado.
Y volviendo a la Policía, tenemos que ver, por su rol, que puede pasar de estar trabajando en un country, por un robo o alguna cuestión especial, al barrio más pobre donde dos familias se están peleando entre sí y cuando llega la Policía se juntan las dos familias para tirarles piedras a los policías. O pasa a salvar a un anciano, atender un parto, el rol de la Policía es muy extenso y eso hace a la cantidad de faltas que se cometen.
-¿Están analizando nuevas políticas para implementar?
-En este momento estamos trabajando en el cambio de la ley del Tribunal, agregando las nuevas formas de faltas; nosotros trabajamos muy en conjunto con la Justicia, estamos trabajando para incluir dentro de la ley a la violencia familiar y a las adicciones. En materia de adicciones, que se hará controles sorpresivos, tiene que ver con el alcohol y la droga. Hoy es una necesidad porque la droga está prohibida y si está usando droga, además de ser un drogodependiente, está relacionado con parte de la comunidad que está en la ilegalidad. Y estamos viendo los protocolos de actuación.
También trabajamos con las policías barriales, el contacto con la gente, el trabajo en el territorio es muy importante para los vecinos y en Córdoba está funcionando muy bien.
-¿Hay una decisión política seria para combatir el narcotráfico?
-Sí, porque en este momento las fuerzas policiales antinarcotráfico, que se han preparado mucho y dependen del fiscal general, están trabajando muy bien y lo están haciendo con Gendarmería. Eso es una muy buena decisión porque Córdoba es una provincia que tiene muchas provincias alrededor y la droga entra por tierra, aire, río y la Policía sola no puede, por eso es importante trabajar con Gendarmería y las policías de otras provincias. Se está trabajando bien y mucho. Nunca parece suficiente lo que se hace porque es un flagelo tremendo que tiene la sociedad hoy.
-Ana, usted que viene en la militancia desde la cuna, ¿qué cree que le pasó a la política en los últimos años?
-(Pausa) Perdió credibilidad, perdió pasión, creo que éramos mucho más apasionados, tal vez porque teníamos más claro cuáles eran nuestros objetivos. Me acuerdo de mis épocas iniciales de militancia, de mucha pasión, eran épocas muy duras, de gobiernos militares y eso nos ponía en claro el objetivo. Nosotros queríamos elecciones, queríamos que volviera la democracia y en esa lucha estábamos todos. Nos refugiábamos en los gremios, que llevaban la bandera política porque estábamos vedados, pero sabíamos bien lo que queríamos.
Y en los tiempos actuales no están tan claros los límites de los partidos, se puede ser de un partido e ir saltando de partido en partido, creo que las lealtades son más con uno mismo que con las banderas. Y eso se ve, se nota, uno no se puede inventar un personaje, uno es lo que es. Y si no muestra esa pasión, esa decisión, esa bandera como un sentido de pertenencia, a la larga se pierde y en el camino hemos perdido todos.
-¿Por qué cree que todos perdimos?
-Porque perdimos. Los viejos, que seguramente no hemos sabido transmitir a los jóvenes esa pasión, porque también hay que asumir las culpas, no se puede estar siempre echando culpas a los otros. Y en esta época, en que el narcisismo está exacerbado, se lucha más por nuestras posiciones que por el partido o por las instituciones que hay que defender a muerte y nuestro país no es un ejemplo de defensa de las instituciones.
-¿Qué siente cuando escucha, de parte de un sector de la sociedad, que el peronismo tiene la culpa de todos los males?
-(Risas). Lo que pasa que a eso lo escucho desde que nací, que el peronismo tiene culpa de todo. Crecí escuchando los discos de pasta de Perón, que mandaba desde el exilio (se emociona). Mi padre era empleado de la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos y yo me dormía escuchando esos discos de pasta, que no sé cómo la resistencia iba pasando de casa en casa de los militantes. A oscuras en un viejo mueble de tocadiscos se sentaban hombres y mujeres trabajadores a escuchar la palabra de Perón.
Eran épocas en que Perón ya era culpable de todo lo que nos había pasado (sonríe), los libros de Evita se escondían debajo de las sábanas y toallas, eran épocas donde los que gritaban “Viva Perón” eran los borrachos y los llevaban presos. Me crié en una sociedad donde ya el peronismo tenía culpas. Recuerdo en el secundario a una docente de Educación Democrática, que se puso hablar de Perón y nos dijo que “era un tirano sangriento”.
-¿Le quedó grabado el comentario?
-Sí. Llegué a mi casa y le dije “papá, vos me hablás de Perón, de las vacaciones, del aguinaldo, del estudio y la profesora me dijo que era un tirano sangriento”. Y mi padre me dijo “bueno, negra, te vas a tener que sentar y pensar a quién querés defender: si a nosotros, que somos obreros, o a los otros”. Y nunca más pregunté dónde tenía que estar.
El peronismo siempre tuvo la culpa de todo, tuvo la culpa que hoy tengamos jubilación, tuvo la culpa de que muchos de ser pobres pasaran a ser clase media y creyeran que estaban en un escalón superior como para irse a otro lugar, tuvo la culpa de que tuviéramos aguinaldo, vacaciones, sueldo en blanco, de que nuestros hijos pudieran ir a la universidad pública y gratuita, de que las mujeres tuviéramos el voto, de que nos podamos parar en una banca para pelear por nuestros derechos. Sí, el peronismo tuvo la culpa.
-Usted en la revolución libertadora tenía 7 años, ¿tiene recuerdos de esa etapa?
-Sí, se vivieron todos a flor de piel. Yo vivía en la calle Entre Ríos al 682, a media cuadra de la casa de Amadeo Sabattini que era un prócer, ya había sido gobernador y era visitado por grandes personajes.
El caminaba todas las mañana hasta la esquina, tengo un recuerdo muy claro de don Amadeo, con la manta sobre el hombro hablando con sus correligionarios. Momento en que mi tía María, que falleció este año, plumereaba con todas sus fuerzas la ventana cantando la marcha peronista (risas). Destruyendo todos los plumeros porque la cantaba con tanta pasión.
Cuando cae el peronismo, me acuerdo de los vecinos riéndose, mi mamá me abrazaba y lloraba y mi papá preso (se emociona, se le caen las lágrimas).
-¿Por qué lo llevaron?
-(Pausa). Porque aparentemente habían robado en la Fábrica, me acuerdo el camión que lo vino a buscar y mi mamá me abrazaba y temblaba mucho. Cuando lo fuimos a visitar a la cárcel, nos dimos cuenta de que todos los que estaban eran peronistas; no había robo, nunca hubo robo, lo busqué siempre, busqué la causa y no está.
Sí tengo recuerdos, tengo recuerdos del odio, de la burla, pero tengo recuerdos también de ese no claudicar. Recuerdo los relatos de mi madre, que como toda madre trataba de disfrazar esa cárcel y lo íbamos a visitar a mi papá, que regaba clavelinas. Por eso no quiero las clavelinas (sonríe con lágrimas). Fijate vos, la vida en el lugar que me puso.
Recuerdo a mi padre con orgullo, salió de la cárcel, no tenía trabajo, tuvo que irse a trabajar a Buenos Aires, pero nunca claudicamos, nunca nos hizo dudar de lo que somos.
Creo que todas las cosas que se hacen con tanto odio, se vuelven contra quien te ataca y te fortalecen. Yo nunca tuve odios, puedo tener un pensamiento distinto, pero no tengo odios y eso termina siendo un triunfo.
-Su papá, que tuvo que pagar el precio de ser peronista, por así decirlo, ¿qué le decía cuando hablaban sobre el justicialismo?
-Mi papá me hablaba de Perón, pero fundamentalmente me hablaba de Evita. Admiraba a Perón, pero me hablaba de Evita por ese nexo que tuvo con la gente. Me acuerdo de que cuando mi mamá me contó la muerte de Evita, me dijo que esa noche cuando la radio informó que había pasado a la inmortalidad, todos sintieron que se había muerto alguien de la familia.
Ese nexo que tuvo Eva creo que fue lo más fantástico que tuvo el peronismo. Hoy miro las películas y veo el discurso de renunciamiento y se puede ver el diálogo que entabla Eva con la gente, un diálogo directo y maravilloso.
-En el transcurso de los años, en algún momento se preguntó ¿por qué fue tan atacado el peronismo, cuáles fueron las causas?
-Creo que fue porque vieron la rebelión, de alguna manera, de los pobres, de los que habían sido sometidos, de los que no podían votar, de los que no tenían derechos y que, de pronto, a través de las figuras de un hombre y una mujer pasaron a tener todos los derechos.
Creo que esa apertura que hubo a partir del peronismo para la gente humilde -el tener acceso a una vivienda, a una obra social, a mandar a sus hijos a la universidad- le quitó privilegios a quienes tenían muchos y no pensaban cederlos. Era conveniente que el hijo del zapatero siguiera siendo zapatero, que el del almacenero siguiera siendo almacenero, creo que eso molestó a quienes se creían superiores, para muchos el dinero da superioridad, muchos que se esconden detrás de una elite sienten que tienen más derecho que los otros porque no consideraban que los pobres debían tener derecho a votar.
Todavía hay muchos que creen que deberíamos tener derechos acotados, todavía hay resabio de eso, parece mentira, pero están.
Pienso que esas fueron las causas de tanto odio, incomprensible para mí, y lo vuelvo a ver en estos momentos y me resulta difícil de creer. Porque pasó tanto tiempo y porque cuando los derechos se adquieren, no se vuelve atrás. Y porque cuando el pueblo sabe que es el engranaje fundamental de la Patria, es muy difícil volver atrás.
Me Gusta: Estar con mis amigos, la música, leer. Me Encanta: Estar con mi familia, pasar mucho tiempo con ella. Me Divierte: Estar con amigos, compartir comidas y anécdotas, tenemos muchos amigos. Me Entristece: La desigualdad, la injusticia, el dolor de los demás. Me enoja: La injusticia, la incomprensión, los egos desatados, la soberbia.
-Esta personalidad fuerte que la ha caracterizado desde que la conozco, ¿es la misma que tenía de niña?
-(Sonríe) No, no. Era absolutamente tímida, parece mentira, nadie me cree, se ríen (risas). Era una persona que esperaba que otros me representaran.
Hubo dos cuestiones que me fortalecieron. Una fue el deporte, encontré en el deporte el lugar donde me podía fijar metas y conseguirlas. Empecé a jugar al vóley, al básquet, a hacer atletismo y me fijaba metas. En ese ámbito me sentía cómoda, sabía que ese ámbito me pertenecía.
El otro fue un hecho de injusticia. Juntábamos plata para el viaje de estudios, yo me recibí en el Nacional y fue mucho esfuerzo para juntar peso por peso e irnos a Bariloch y nos juntamos con la promoción de Bachiller. Pero cuando llegó el momento de hacer las cuentas, nosotros habíamos juntado todo el dinero y Bachiller no. Entonces pretendían que juntáramos todo y hiciéramos un viaje más chico.
Yo esperaba que alguien reaccionara, pero no, nadie hablaba, entonces me paré ante la injusticia y no pude volver atrás (risas). Y hablé y por primera vez sentí que podía pelear por mis derechos. Y ahí no paré más (risas).
-¿En su niñez tenía algún sueño en particular? ¿Qué quería ser aparte de peronista?
-(Risas) Quería ser profesora de Educación Física, soñaba con eso. Cuando lo planteé al terminar el secundario, mi madre me dijo que no teníamos dinero para ir a estudiar a Córdoba. Y, además, no quería que me fuera, yo soy única hija.
Mi amiga me dijo “me escapo, vamos y rendimos”. Le dije “no sé nadar” y me contestó: “Yo me tiro igual a la pileta”. De hecho, se tiró (risas). Pero yo no me animé a hacerles eso a mis padres. Entonces no fui profesora de Educación Física, que era mi sueño.
No soñaba con ser política. A la política me empuja la injusticia, empecé con mi padre a ir a los barrios, a llevarle cosas a la gente, así empecé desde la militancia barrial y nos marcaron los años de los gobiernos militares, los desaparecidos, las torturas, el enterrar los libros.
Con quien hoy es mi marido enterramos los libros en la casa de mi madre, levantamos un bloque completo de margaritas y ahí los enterramos porque nos negamos a quemarlos. Eso te define en política. Ese jardín de margaritas me definió y el recuperar los libros en democracia fue un bien muy preciado.
-¿La abogacía de qué forma se presenta en su vida?
-Porque ya hacía política, ya habíamos armado Pueblo Peronista, nos habíamos juntado con un grupo de soñadores que parecía “La sociedad de los poetas muertos”, perdíamos todas las elecciones y seguíamos.
Yo trabajaba en una clínica de psiquiatría, entre todas las cosas que hice (se ríe), y fuimos a Buenos Aires. Había muerto Manrique en el año 1988. Fuimos de vacaciones con nuestros hijos y decidimos ir al Obelisco, al Congreso de la Nación.
Fuimos a la Casa Rosada y nos encontramos con Luis Caronni y José Parola. Nos ofrecieron conocer la Casa Rosada, entramos y mientras esperábamos para recorrerla apareció Raúl Alfonsín, que bajaba para ir al velorio de Manrique. Estábamos paraditos con nuestros tres hijos y Alfonsín vino directo a nosotros y dijo “qué hace esta gente pequeña” y abrazó a nuestros hijos, nos abrazó a nosotros. Fue un impacto tan grande que no me animé a sacar una foto. Fue muy impactante. De ahí fuimos al Congreso a conocer y mirando las bancas expresé “me encantaría estar acá”. Y mi marido me dijo “si querés estar acá, tenés que estudiar Abogacía, vos podés hacerlo”.
Cuando volvimos, la busco a mi amiga del alma, la Panchita Martínez Goletti, que ya estaba empezando Abogacía, y fuimos a anotarnos como libres, hicimos los tres primeros años libres y los otros tres cursando. Estudiar abogacía me acomodó lo que yo quería hacer y lo que quería ser. Me cambió la vida.
Opiniones
Mauricio Macri: pienso que se encontró con el Gobierno. Se presentó, pero no sé si tenía claro que podía ganar y no tenía un equipo consolidado en lo que a políticas públicas se refiere. Se recuesta mucho en lo que son funcionarios que tienen que ver con actividades privadas y eso le hace perder la mirada sobre la cuestión pública. Le ha servido mostrar los juicios al Gobierno anterior, pero ya es tiempo de que demuestre sus propias políticas y que está preparado para gobernar.
Juan Schiaretti: es un gran trabajador de la política, es muy difícil de seguir porque es incansable. Es muy pragmático, tiene un gran conocimiento, es muy directo. Es muy buen gobernante.
Martín Gill: es mi amigo. Es dirigente desde que era muy joven, es un dirigente social. Estudioso, capaz, conciliador y es brillante. Lo conozco profundamente y es un joven que va a llegar muy lejos.
-¿Cómo lo conoció a Eduardo Accastello, con quien llegó a una banca en el Concejo Deliberante?
-En realidad, Accastello me conoció a mí (sonríe). Nosotros teníamos una agrupación que se llamaba Pueblo Peronista, estábamos con el Negro Campodónico, Javier Sosa, Elías Achad, Manuel Sosa, Ana Maestro, mi marido, éramos soñadores, después se sumó más gente. Trabajábamos en los barrios, luchábamos contra la nada, queríamos hacer una estructura horizontal y no teníamos quién nos representara, así que el partido no nos reconocía.
Y Accastello llegó a Villa María y quiso hablar con nosotros, vino a ofrecerse. Algunos integrantes desconfiaron de él porque venía ya con un trabajo realizado en Río Cuarto. Y después generó su propia estructura, que fue el Jauretche. Ese fue un primer contacto.
-¿Y el segundo contacto?
-Los dos íbamos al canal 2, al canal local, teníamos un espacio. Yo planteaba cosas como “La Vecina”, hablaba de lo que hacía falta en los barrios, del centro y ahí nos encontrábamos con Accastello. Cuando él terminaba su bloque, yo llegaba. Y empecé a ser reconocida en los barrios como “La Vecina”.
Un día bajo del colectivo que venía de Córdoba, estaba estudiando, y me lo cruzo Accastello. Hablamos y me incorporé al Jauretche. A partir de ahí el trabajo fue intensivo, apasionante.
-En el rol de “La Vecina” usted marcaba los problemas. Cuando pasó a la gestión, ¿se dio cuenta de que a veces no es tan fácil resolver todo?
-(Risas) Sí, el rol de opositor es maravilloso, uno se sienta, cuestiona, señala y no le toca el rol de conducir, manejar el presupuesto. Después nos tocó gobernar.
Después de Abogacía hice Mediación y eso me dio otro rol, que era el de consensuar. A mí me sirvió mucho como presidenta del Concejo, cuando había políticas muy complicadas sentábamos a las partes a consensuar. Ese rol me lo dio la mediación, me cambió la cabeza.
Nos tocaron épocas muy duras, de la ilusión de ganar en 1999 a 2001 hubo un agujero negro que no esperábamos, el país se desarmaba y nos encontramos con una sociedad necesitada que acudía a la Municipalidad y al Deliberante. Fue un aprendizaje sin paracaídas, sin red, sin nada, había que gestionar, no había tiempo de llanto, había que gestionar y fue un gran aprendizaje que me sirvió para el Ejecutivo.
Para mí fue fantástico el Concejo, había mucha confraternidad entre todos, tengo buenos recuerdos de los amigos radicales que hice en la banca, Magda Ayassa, Lucía Ballatore, Carlos Gagliano, teníamos discusiones políticas, de ideales, sueños, convicciones.
-Usted se fue a Córdoba en 2003, se quedó y en ese interín Accastello se peleó con la Provincia. ¿Se sintió entre dos fuegos?
-No. Me sentí excluida de Villa María. Sentí cómo me veían de otro lugar, como que no pertenecía a la política local. Fueron años de mucha incomodidad, no de parte de los compañeros de los barrios, sí desde la política local. Sentí que al pertenecer al Gobierno provincial quedé en el medio sin buscarlo. Yo tengo un profundo amor por el proyecto local y me dolió mucho que me hicieran sentir que no pertenecía al proyecto.
Todos esos años no podía ir al partido, no era invitada a los actos, salvo que vinieran las autoridades provinciales, y algunos compañeros me dejaron de saludar. Sin embargo, nunca me enojé, nunca se lo eché en cara a nadie, el tiempo demostró que nunca traicioné a nadie, seguí siendo parte del peronismo de Córdoba, seguí haciendo mi trabajo, amo lo que hago. El tiempo se encargó de acomodar las cosas y hoy tengo buena relación con todo el mundo.
-¿Qué mirada tiene sobre las denuncias de hechos de corrupción que ponen en tela de juicio el accionar de dirigentes?
-Creo que la política es un espejo y la corrupción ensucia. Ese es uno de los cuestionamientos que tiene la gente para con la política. Y es válido. Porque si la sociedad ve que por entrar a la política alguien cambia su nivel de vida, su forma de actuar y de pensar, incluso, tiene justas razones para desconfiar.
Hay gente que ha usado la política para su enriquecimiento, para sus negocios propios y eso nos ha ensuciado a todos, hasta tal punto que los que no somos parte de ese espacio de corrupción tenemos que dar explicaciones de que estamos fuera, que no hemos cambiado nuestro nivel de vida. Cuando debería ser al revés. Eso me duele mucho porque creo en otra política, en la que desarrolla proyectos, en la que hace viables los sueños.
-¿Cuáles son los temas que le preocupan en la actualidad respecto al rumbo del país?
-Creo que seguimos estando en deuda con muchas cosas, hay mucha gente que está sufriendo, hay políticas de desarrollo que no se llevan adelante y dejan desvalido al que menos tiene.
Las políticas públicas a nivel nacional tienen una deuda muy grande con el resto del país y de alguna manera hoy, si bien hay acuerdos, hay un desarrollo muy desparejo entre Buenos Aires y el resto del país.
Seguimos siendo unitarios, a eso lo vemos cuando hay que ir a negociar para que nos devuelvan lo que nos corresponde como provincia. Y seguimos discutiendo sobre lo mismo, las provincias siguen atadas al presupuesto nacional y estamos en deuda con los que menos tienen. Es como que la Argentina empieza cada vez de nuevo, implementa políticas y vuelve atrás.
No tengo muchas expectativas, es tiempo de hacerse cargo, faltan dos años para que termine el mandato y no se ve el desarrollo de políticas.
-¿Cuál es su sueño hoy?
-Un sueño peronista, de una sociedad más justa, donde no haya que pelear tanto por los sueños. Donde las capacidades estén reconocidas, donde todos sintamos que tenemos un lugar y que lo podamos elegir nosotros. El sueño es un país más justo y más soberano, donde todos tengamos un lugar sin tanto sufrimiento.