En los confines del Valle de Punilla, la aldea disfruta de hermosas postales de baja montaña. El sello del arroyo Cristal, las cascadas y la roca
Escribe: Pepo Garay ESPECIAL PARA EL DIARIO
El viajero le fascina volver a visitar lugares de la geografía provincial largamente conocidos, esos que frecuenta desde niño, que forman parte de su identidad y que ostentan un lugar de privilegio en su acopio de recuerdos. Pero más disfruta al descubrir rincones nuevos y poco explorados por el común de los turistas. Es el caso de Villa Flor Serrana. Una pequeña aldea estacionada en los extremos del Valle de Punilla, a sólo siete kilómetros al oeste de Tanti y a 210 de nuestra Villa María.
Allí, la promesa se vuelve realidad: pinturas de montañas que no encantan por su tamaño, sino por su belleza. Quebradas con aroma a hierbas y sentidos en roca, hijas de las Sierras Grandes que se estacionan cerquita, lo dice el macizo Los Gigantes, casi un vecino. O las Sierras Chicas, las que en el sector sur son conducidas por el Pan de Azúcar, visible entre los caminos de la aldea.
Poca mano del hombre
A 900 metros de altura sobre el nivel del mar, el inventario incluye calles de tierra que suben y bajan, dispersas las pocas casitas, las cabañas, los chalés que encuentran adeptos en verano y en invierno, y de cuyo rededor nacen paisajes poco contaminados por la mano del hombre. Se lucen los cerros y las vistas que convidan con Córdoba al mil por cien. Tan mediterránea es la propuesta. Si hasta llegando al pueblo desde Tanti (en una ruta de tierra donde los “pianitos” obligan a la marcha lenta), la visita podrá regocijarse con la postal que, a lo lejos, regala el lago San Roque.
En ese contexto, el que saca a relucir preseas es el arroyo Cristal. Un torrente con pintas de río que va entre curvas y vericuetos moldeando el perfil de la comuna, desplegando a su paso playitas de arena y áreas de piedra ideales para atiborrarse de estampas serranas y aire puro.
Ejemplo de ello es el diminuto balneario que pone en el paño una mancha de pradera y una especie de laguna formada por el mismo arroyo, en los bordes del camping local. Basta con levantar un poco la cabeza para apreciar como discurre el agua, en una cascada que continúa abajo, en la quebrada, repleta ella de los sitios para el relax antes citados. Otros saltos conocidos son la Cascada del Indio, la Trompa del Elefante y el Trono del Diablo, todos bellos y meditabundos.
Hacia la aventura
A la hora de la aventura, Villa Flor Serrana ofrece un entorno ideal para encarar la caminata. En ese sentido, destaca sobremanera la que lleva a Los Chorrillos. El salto de agua más grande de Córdoba sorprende con sus 120 metros de altura, bien tutelado por paraísos, molles, talas y otros referentes de la ecorregión Chaco Serrano.
Para llegar, hace falta ingresar a la Reserva Natural Los Chorrilos (en invierno, abierta de jueves a domingos, se cobra entrada) y caminar unas dos horas (sólo ida). Arribar al espacio, esencia de Villa Flor Serrana, justifica cualquier gasto de energía.