Por el Peregrino Impertinente
Después del 2 de Nigeria, que mide hasta el infinito, calza 64 y por alguna razón todavía desconocida en el barrio le dicen “el Hombre de la Boa Constrictora”, no hay nada más alto en Africa que el Kilimanjaro. Una montaña de casi 5.900 metros de altura que domina los cielos del continente, haciendo que los elefantes se sientan como ratones, los leones como hormigas y los miembros de la tribu “Fumalá” como brontosaurios, porque cada vez que se ponen a mirar el cerro están completamente drogados.
Ubicado en el noreste de Tanzania, justo en los límites con Kenia, el macizo corporiza toda una postal de la región. Como para que no, con esa figura colosal y armoniosa, que se expande 70 kilómetros de noroeste a sudeste y 50 kilómetros de nordeste a sudoeste, y que es coronada por nieves ya no tan eternas. Esta última aclaración obedece a que, según los expertos, el calentamiento global haría desaparecer los glaciares de la cima en unos 30 años “justo cuando termino de pagar el crédito”, calcula el lector endeudado, quien para no pensar en el asunto prende la tele buscando cosas graciosas, como El Chavo, Los Simpsons o un discurso de Macri.
Con todo, lo realmente llamativo del Kilimanjaro es que no está rodeado de otras formaciones rocosas, lo que lo convierte en la montaña aislada más alta del mundo. Pura sabana envuelve al descomunal fenómeno natural y cientos de miles de monos que lo único que hacen es comer, dormir y aparearse. “Todavía no estoy seguro si descendemos de ellos”, dice al respecto un explorador. El primer chimpancé que lo escucha, se agarra la cabeza y piensa: “Qué raza que salió boluda”.