En lo que se refiere a los vuelos del hombre en el cielo de Villa María, existen dos hitos que son insoslayables a la hora de hacer memoria en relación a la temática. No son los únicos, pero sí fundamentales. Aquí los recordamos
El globo del capitán español
Volar ha sido, desde tiempos inmemoriales, uno de los sueños de la humanidad. En nuestro país, en la segunda mitad del siglo XIX, se incursionó en la realización de esa utopía mediante el manejo de globos aerostáticos. Por entonces la mayoría de estos raros artefactos eran de origen francés. Villa María no fue ajena a la aventura. La localidad contaba con unos jóvenes 23 años de existencia cuando, en 1890, su cielo fue surcado por la novedosa tecnología que permitía volar. Grande habrá sido el asombro de los lugareños que vieron como el capitán Miguel Sanz, “de profesión aeronauta”, según la prensa de la época, realizaba una “ascensión aerostática en el globo Albatros”.
Sanz, de origen español, venía de ofrecer su espectáculo en la capital provincial. El historiador Efraín Bischoff, en el tercer tomo de su “Historia de la provincia de Córdoba”, señala que el “aeronauta”, en 1877, despertó admiración y júbilo entre los cordobeses que presenciaron las acrobacias que realizó en el trapecio que pendía del globo a varios metros de altura.
En Villa María las gestiones para el espectáculo de Sanz, fueron iniciadas el 28 de diciembre de 1889. En esa fecha, el español le dirigió una nota al presidente del Concejo Deliberante local, solicitándole apoyo para realizar sus pruebas en esta localidad. En la misiva señaló que hallándose “de paso y deseando dar a conocer a este público un espectáculo completamente nuevo aquí” con su globo que, según él mismo, era “el primero construido en esta república”, solicitaba “una subvención con el fin de poder equilibrar los gastos”. Si bien las autoridades manifestaron la imposibilidad de apoyar económicamente la empresa, por “hallarse agotados todos los fondos destinados a gastos eventuales del año presente”, igual Sanz desarrolló el espectáculo. Aquí debe aclararse que en la nota elevada al Concejo Deliberante se agregó una aclaración que dice “se cumplió el día 31 con ayuda privada”. Según ese documento, pareciera ser que las autoridades locales no se desentendieron del tema y, a pesar de no contar con fondos públicos, vieron la manera de apoyar y se preocuparon por la concreción del inédito espectáculo. Sin lugar a dudas que aquel ascenso en globo del capitán Sanz debe ser contado entre los acontecimientos más importantes en la conquista de los cielos de la zona.
Darío Sessarego
Otro hito en el dominio de los vuelos en la ciudad es el narrado por Moisés Cabañero en una edición, de 1969, del diario “EL Popular”. Allí se cuenta la historia de Darío Sessarego, un muchacho de la ciudad que, “impulsado por una incontenible vocación por la conquista del aire, que fue la obsesión de su vida, empezó su aprendizaje construyendo un pequeño avión como modelo para exhibirlo, procurando así reunir fondos para poder viajar a Francia a fin de cursar sus estudios”. No mucho tiempos después Sessarego alcanzó la utopía de viajar a Europa. Así fue que el 13 de diciembre de 1915, logró recibirse de piloto en la Escuela Bleriot de Francia.
No demoró en regresar a su querida Villa María, donde residían sus padres y hermano. Desde su llegada orientó sus esfuerzos a la compra de una máquina voladora. Con sacrificio en 1916 logró hacer trato con Teodoro Pablo Fels y comprarle un avión Bleriot, de 50 HP. No podemos dejar pasar el dato de que Fels, en diciembre de 1912, a bordo de un Blériot, realizó el primer cruce en avión del Río de la Plata. Superando la marca establecida con anterioridad por Louis Charles Blériot al cruzar el Canal de la Mancha.
Por entonces volar en máquinas más pesadas que el aire era una tarea reservada no sólo para quienes poseían el conocimiento necesario, sino también hacía falta una importante cuota de coraje e intrepidez. Era eso lo que se ponía en escena cada vez que Darío maniobraba con su aparato en un terreno ubicado en la esquina de Italia y Vélez Sársfield. Allí estaba el campo desde donde se elevaba al cielo este villamariense por adopción, nacido en Génova. Casi a diario repetía el ejercicio de remontar su máquina, eso lo llevó a perfeccionar sus conocimientos hasta transformarse en un “experto y consumado piloto en la conducción de esas difíciles y pequeñas máquinas”. Es claro que la estabilidad no era algo que poseían ese tipo de aviones y a la hora de aterrizar carecían de freno. Virgilio Sessarego, hermano de Darío, supo comentar que esas máquinas “eran como un gran barrilete con motor”.
Regresando al relato de Cabañeros leemos que el 13 de diciembre de 1920, a cinco años de aquel otro 13 de diciembre en el cual Sessarego había obtenido su brevet, “Villa María entera se sintió sacudida por una ingrata noticia que llegó de la ciudad de Córdoba. Darío Sessarego estaba gravemente herido”. Había sufrido un accidente de aviación “al tratar de aterrizar en las cercanías del pueblo San Vicente”. El piloto, que guiaba un pequeño biplaza, intentó aterrizar en un campo de aviación para lo cual sorteó las barrancas y “rozó un árbol semioculto y capotó arrojando con violencia a Darío a una distancia no menor de quince metros y al caer golpeó su cabeza con una piedra”. Lo acompañaba el mecánico Vicente Guayán, oriundo de Las Varillas, que milagrosamente salvó su vida.
Herido, Darío, fue trasladado a un nosocomio en el que por días se debatió entre la vida y la muerte, hasta que el 20 de diciembre, a los veintisiete años de edad, se terminó su vida. El dolor de Villa María fue inocultable, se le rindieron honores. Cuando el cuerpo del malogrado aviador era llevado a su última morada, lo acompañaron los sones de la marcha fúnebre ejecutada por la banda de música dirigida por Paulino Corbo.
Tanto el globo de Sanz como el avión de Sessarego elevándose cada jornada, son hitos insoslayables de la historia de los vuelos en la ciudad.