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Edén microscópico en la superficie de una taza

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Edén microscópico en la superficie de una taza
Cecilia y Robertino con su gata Cometa y las piezas de cerámica para la venta

Pintora, ceramista, dibujante y escultora, Cecilia Orso ha desarrollado un imaginario visual cuyas formas planimétricas remiten la permanente transformación celular y a la nervadura de las plantas. Recibida en Córdoba, docente en la Escuela de Bellas Artes Emiliano Gómez Clara y con un máster sobre Investigación en Arte en Madrid, la artista habló de la necesidad de generar espacios independientes en Villa María

Cecilia Orso en su taller de cerámica
Cecilia Orso en su taller de cerámica

Todo vibra y se mueve en los cuadros de Cecilia Orso. Como hojas y ramas de filamentos que nunca se apagan. Semillas a punto de dar fruto y fruto a punto de dar semilla. Todo se retuerce y se contrae en sus acrílicos. Todo vive y muere y renace y vuelve a morir para luego volver a nacer. Y estas figuras, dispuestas en un sólido equilibrio compositivo sobre grandes superficies, dialogan en un mismo plano con formas irregulares brillantes que semejan células o dibujos de células. Estas “postales de laboratorio” con reminiscencias del reino vegetal dotan de un componente biológico una obra que, de lo contrario, sería pura ornamentación y celebración del color. Pero ahí está vibrando esa porción de naturaleza. Acaso mínima, como en el célebre “Almendro en flor” de Van Gogh (uno de los inspiradores de las pinceladas de Cecilia). Ese admirable “zoom” en ciertos fragmentos de hojas y ramas son un comentario luminoso; un modo de subrayar algún brevísimo párrafo en el gran libro de la vida. Pero a diferencia de su admirado “poeta de los girasoles”, a Orso no le interesa retratar la naturaleza, sino valerse de sus ritmos. Y en esta visión cinética y vital cuya factura final es casi abstracta, Orso se acerca mucho más a los precursores de la no figuración del Siglo XX como a Paul Klee o Vasili Kandinski. En los últimos tiempos, esos ritmos vibrantes pasaron de las telas a las cerámicas. Y debido a ese éxodo de sus figuras a otro soporte es que en una mañana de abril empieza esta charla entre vasijas crudas y un mate cocido.

-Cuando uno ve tus tazas, ve toda tu pintura pero en pequeño formato, ¿es así?

-Es así y me alegro mucho que lo hayas notado. Porque cuando pinto un mate o una fuente, pongo la misma intensidad que antes en la tela. Digamos que no noto ninguna diferencia entre un bastidor y el “engobe”, una técnica de cerámica que tiene mucho de pintura. Si vos te fijás, estas piezas tienen mucha composición y color. Y yo las concibo como pequeños cuadritos.

-¿Podría decirse que te pasaste de la pintura a la cerámica?

-Sólo en lo que respecta al soporte. Yo antes pintaba nada más que cuadros de gran formato; pero cuando me quise acordar tenía un montón arrumbados juntando tierra. Al revés de la cerámica que es funcional; porque vos a las piezas las producís y las vendés enseguida. Y esta fue mi forma de meter mi pintura en los utensilios de todos los días. El arte también está ahí y llega a otra gente, personas que por ahí no te compraban obra pero sí un mate o un juego de tazas.

Juego de piezas de cerámica artística
Juego de piezas de cerámica artística

-¿Se trata de cerámica artística?

-En cierto modo. Pero al tratarse de elementos utilitarios, no son piezas artísticas cien por ciento. Hace dos años, con una amiga de La Carlota que se recibió conmigo en Córdoba, Sofía Watson, empezamos un proyecto de cerámica netamente artística y ya hicimos una muestra. Y eso me aportó muchísimo porque me gusta que conviva todo; el dibujo con la pintura, la cerámica con la investigación, la acuarela con la escultura. Es un poco lo que yo soy también.

-Si bien hay elementos figurativos en tus cuadros, el espíritu es decididamente abstracto…

-Paradójicamente, mis principales referentes fueron figurativos. Mi primer ídolo fue Van Gogh; sin embargo, nunca tuve una pintura realista como él ni tampoco modelé el color. En un tiempo hice mucho paisaje, pero figura humana nunca. Padecí en la facultad los cuatro años de la materia “Figura humana”. Pero me encanta la naturaleza y las plantas. Y las pinto generalmente como planimetrías. Más que el realismo, lo que me gusta es la onda que viene del “art nouveau”, es decir, lo decorativo y ornamental. En la facultad de Córdoba, eso que me gustaba a mí “no era arte”, sino algo despectivo… (risas)

-Tu tesis de licenciatura giró en torno al reino vegetal, ¿no es así?

-Sí. Fue una intervención en las paredes de “Casa 13”, un espacio de arte independiente en el Paseo de las Artes de Córdoba. La idea era contar el ciclo de las plantas desde que son una célula hasta que se hacen árboles y luego jardín. Y en mi intervención, el jardín ocupó todo el patio hasta meterse en la casa. Era una pintura de estilo orgánico y abstracto que lo cubría todo.

 

Sin underground en el Ctalamochita

-Te moviste muchos años por el circuito independiente cordobés. ¿Cómo ves la movida villamariense?

-La verdad es que tengo contacto con muy pocos pintores de acá. Y ese trato es generalmente en la Escuela de Bellas Artes; o sea, desde la educación. Pero hace poco que volví a Villa María. Fue en 2011, porque antes viajaba a dar clases desde Córdoba. Más allá de eso, noto un crecimiento importante en las artes visuales de la ciudad y creo que Villa María tiene todo para crecer. Sólo le falta esa “pata” independiente fundamental para que se produzca un balance entre lo oficial y lo no oficial.

-¿Cómo es eso?

-El verano pasado, por ejemplo, hubo un “stand” de artistas locales en el Festival de Peñas que, si bien fue organizado por la Municipalidad, tuvo una impronta under. Y eso fue bueno porque cambió la lógica desde donde pensar las artes visuales. Cuando en una ciudad todos los espacios son oficiales, se hace difícil que haya variedad. Y acá, tanto el museo como la sala del Leonardo Favio funcionan con una lógica completamente distinta a la de los espacios independientes. No digo que esa lógica sea mala. Todo lo contrario. Pero si es la única, la ciudad se empobrece. Además, los espacios independientes no son ni museos ni galerías, son lugares desde donde generar exposiciones, talleres y llevar adelante una movida.

-¿Hay suficiente producción en la ciudad que amerite la creación de un espacio así?

-Totalmente. La movida independiente está creciendo mucho en los últimos años, pero pareciera que esa no es la prioridad de los artistas locales.

-¿Por qué?

-Porque noto que muchos están peleando para que se valore al artista como profesional y pueda vender obra. Eso está buenísimo, pero estaría mejor si además se peleara también por lo otro. Porque hay obras que no son “vendibles” ni las concebís como un producto. Por eso te digo que necesitamos de un canal independiente en la ciudad.

-Eso no quiere decir que estés en contra de las ventas, ¿no?

-¡Para nada! Sólo quiero decirte que, por mi experiencia personal, nunca me ha servido “pintar para vender”. Cuando he vendido cuadros ha sido porque han surgido de un impulso creativo, sin concebirlo como mercancía o como algo que me tiene que dar un rédito. No digo que eso les tenga que pasar a todos, pero a muchos les pasa. Y esa es la lógica que prima en los espacios independientes; la de concebir una obra “en sí” y no funcionalizarla como mercancía.

-¿Pensás que los canales oficiales funcionan bien?

-Sí, claro. Ahora, por ejemplo, se quiere armar un archivo de artistas villamarienses por la ordenanza que obliga a los edificios públicos a tener obra de artista local. Y eso está bueno. Sobre todo porque esas reuniones fueron un maravilloso pretexto para juntarse, verse las caras y saber en qué andaba cada uno. Pero creo que no todo el arte va a pasar por ese canal ni mucho menos.

Pintura de cecilia Orso
Pintura de cecilia Orso

-¿Te definís como ceramista, como pintora o como investigadora?

-Yo creo que soy una artista visual, como todos en estos tiempos. A los artistas de hoy ya no les importa mucho definirse como pintores, escultores o grabadores, sino mezclar cualquier lenguaje para expresar lo suyo o encontrar el estilo propio. Y yo creo haber encontrado el mío en una especie de sincretismo de todas esas técnicas.

-¿Cómo es que tenés tanta producción en cerámica siendo docente y pintora?

-A la cerámica no le estoy dedicando todo el tiempo que quisiera, justamente por eso mismo que decís. Pero hace un tiempo que hacemos la producción íntegra con mi novio Robertino. Cuando él vendió el pub Mundo cambiamos de vida radicalmente, pero también de rubro. Así que empezamos a trabajar juntos en la alfarería, aunque yo me encargo de toda la parte de pintura.

-¿Y venden la producción en ferias?

-Al principio, sí. Pero eso nos hacía perder mucho tiempo, cosa que no me sobra por la docencia. Ahora subimos las piezas al Facebook Tierra Santa y la gente nos encarga. Por suerte, tenemos una red de gente que siempre nos compra y de este modo seguimos metidos en el arte.

Cuando llega el momento de las fotos, capto a Cecilia en su taller con cientos de vasijas crudas y sin pintar. Y pienso en una arqueóloga solitaria que ha desenterrado una cultura perdida bajo el mar. Pero la segunda foto es en el living, sentada en el sillón junto a Robertino y Cometa, al lado de las tazas expuestas para la venta. Y entonces la arqueóloga solitaria pasa a ser una artista feliz. Esa mujer que junto a su novio cocinan la vajilla de una civilización contemporánea donde sus clientes compran por computadora fragmentos de su universo pictórico. Ese Edén microscópico latiendo de pura vida en cada taza para los desayunos de todas las mañanas.

 

Iván Wielikosielek