El chico de la tapa – Roberto Pablo “Curry” Suárez en la tapa de la edición número 1 del EL DIARIO, del 1 de abril de 1984, junto a su equipo rojinegro de patín del Club Florentino Ameghino.
Una persona puede tener un nombre y un apellido, dos nombres y dos apellidos o tres de cada, y pasar por la vida sin pena ni gloria. Pero cuando esa persona se va y queda o perdura en la memoria de un pueblo (y éste se diría que es el caso) puede llamarse simplemente Curry, a secas y alcanza y sobra, y reverberará ese Curry como el canto del crespín en la siesta, sin que podamos ver al crespín. Curry, Curry, aunque nadie pueda verlo, allí estará, en “la parte de atrás del árbol”, riendo sus diabluras, sus ocurrencias, sus lúcidos disparos de ingeniosa oralidad.
“¿Qué te puedo decir del Curry? Nada… era un tipo increíble; agudo, inteligente, solidario como pocos”, dice Mirta, quien cree que no puede decir nada.
En tanto, Raúl, aún medio “grogui” por el impacto de la noticia, se levanta de la lona, toma su lápiz, el de dibujar caricaturas, y ensaya este recuerdo a mano alzada:
“La familia de Vinicius hoy llora. Dice el cantor popular: …“cuando no busco a mis amigos, noto que ellos no tienen noción de cuánto me son necesarios, de cuánto me son indispensables a mi equilibrio vital, porque ellos forman parte del mundo que yo, tímidamente, construí y se tornaron bases sólidas de mi encanto por la vida. Si uno de ellos muriera, yo quedaría partido al medio. Si todos ellos murieran, yo me desmoronaría…”.
Hoy la crónica oficial dirá que Roberto “el Curry” Suárez fue encontrado muerto, ya desde varios días; nosotros, en cambio y parafraseando a nuestra querida amiga la Flaca Racca, diremos… -y, nunca gente normal-. No fue una muerte normal porque se fue solo, justamente él, con tantos amigos, se fue injustamente solo.
Pertenecía a esa sagrada gran familia de la calle que minuciosamente él se había encargado de elegir a su antojo después de haber seleccionado con mucho celo el CV de cada uno.
La historia dice que es el hijo del mítico Terio Suárez, el mismo de la gran proeza junto a Ramonda de la gran Buenos Aires-Caracas y sobrino del no menos famoso Tito Suárez, el de la “Zamba para Villa María”.
El día a día señala que te socorría aunque fuera en medio de una tormenta de sábado a la noche.
Pero él andaba siempre suelto por ahí y se prendía en todo asado posible, aunque fuera uno de los mejores mecánicos que ha visto esta ciudad: según él, los autos en el mundo se dividían en dos grandes grupos: los japoneses y el resto, y particularmente una marca en especial.
El deporte oficial villamariense puede rememorar que era un virtuoso ajedrecista y fue parte de aquel inolvidable equipo de hockey sobre patines del Club Ameghino de los 80.
La brujería y las coincidencias, en cambio, lo tienen en la tapa del primer matutino de EL DIARIO del 1 de abril de 1984 junto a su equipo rojinegro. Cada mañana, precisamente, lo primero que hacía era leer EL DIARIO; era un amigo de la casa, defensor de esa causa y uno de los mecánicos oficiales.
La política del lugar dirá que en los albores de la democracia recuperada del 83 había sido un ferviente militante del Partido del Trabajo y del Pueblo (PTP), primo hermano del hoy castigado PT de Lula, pero, en cambio, cada bar de esta pequeña city dirá que era un gran discutidor sin vueltas de cuanta causa popular se pusiera encima de la mesa, seguramente regada de muchas birras obviamente blacks.
Y un día lo metieron preso porque lo encontraron meando en la calle, en un árbol, y se hizo liberar al toque de manera indiscutida (10-1 goleó…) porque le pidió al oficial de turno que le demostrara “cuál era la parte de atrás de un árbol”, como decía el acta del masculino aprehendido. Unico.
Lo conocí en el año 1988 cuando una vez llegó a visitarme a casa junto al Gringo Pierotti con otro amigo; venían con unos enormes y ridículos sombreros gigantes y desde ese día nunca más se fue y se irá, porque por ahí y sin proponérselo desaparecía, como ahora…
Vivía con su madre, tenía un hermano, una hija, una nieta y “un millón de amigos”.
Cuando alguien pregunta (o se pregunta) qué es la solidaridad, qué es ser solidario, puede recurrir a este botón de muestra, extraído del Facebook de Verónica González (permiso, Vero):
“Ayer (por el miércoles) escuchábamos en la radio una vieja canción de Piero que decía algo así como ‘un hombre común’. La descripción de un estándar o el estereotipo de lo que se supone es un hombre… común. Ni bueno ni malo, o bueno o malo, según quién lo mire y desde dónde.
Se murió el Curry, leí hoy (por ayer) en las redes y se me ocurre que él sí que no era un hombre común. Un ‘personaje’, dicen. (Acaso, ¿quién no lo es?). El Curry no era un hombre común, se había armado toda esa parafernalia de discurso, actitud y movimiento y con un corazón enorme, paradójicamente.
Durante los 10 años que organizamos el Encuentro de Familias con Síndrome de Angelman él fue el ‘asador oficial’, rol que asumía con orgullo y alegría; eso sí… había que tener listo el porrón bien tempranito (ja, ja).
Cuánto disfrutaba esos encuentros, amó a nuestros hijos sin jamás pedir una descripción acerca de qué puta cosa es el Angelman.
Me quedo con esos momentos, querido amigo. Cada quien que recuerde lo que le plazca”.
Y Olga Susana Coppari: “¡Ay, Curry! Te conocí cuando patinabas de una manera grandiosa y en tu militancia política frontal. Después compartimos encuentros con amigos en común, con quienes disfrutamos tu presencia y a veces nos preocupamos por tus modos abismales de vivir tu vida. Siempre me hiciste sonreír. Hoy, deseo profundamente que descanses. Puedo decirte que me quedo con la inmensa solidaridad que prodigaste a tus amigos. Chau”.
Y Normand Argarate: “Cuántas anécdotas geniales nos brindó, algunas explicaciones sobre las personas y el mundo que, repito, eran las que en algún momento nos las ofreció. Ya nunca más sabremos cuál es la parte de atrás de un árbol. Así lo recuerdo, la vida a veces es cómo la contamos”.
Y Charlie Armonti: “Una tristeza muy grande después de haberlo conocido con la genialidad siempre a flor de piel; estando él ¡nunca te ibas sin divertirte! Que tu alma descanse en paz y tu espíritu nunca nos abandone. ¡Chau, Curry, loco querido!
Y siguen las firmas.
Cuando “gentes de cien mil raleas” (Nano Dixit) despiden así a una persona que se va, huelgan más palabras. Dirá la necrológica que falleció Roberto Pablo Suárez. Sabrán las gentes de esta ciudad que el Curry seguirá ahí, meando en la parte de atrás del árbol, como el Curupí o el Pombero; o el Curry mismo, duende de la noche.