Es villamariense, pero es amante del «dos por cuatro» al igual que cualquier porteño de ley. Precisamente, en la célebre calle Corrientes pergeñó su propuesta de tango del siglo XXI en pleno 2001. No obstante, su estadía en Argentina se extendería por una década más donde integraría la afamada orquesta y cooperativa Fernández Fierro y luego fundaría el cuarteto Derrotas Cadenas. La música, ese idílico transporte que expande caprichosamente los destinos de quienes se embarquen en él, hizo que sus búsquedas estéticas lo llevaran hacia la París febril y cosmopolita. Desde allí responde estas palabras y abre el fuelle de su historia
Escribe: Juan Ramón Seia
DE NUESTRA REDACCION
En primer lugar, aclarame esta disyuntiva. Por un lado decís en una entrevista que tu relación con el tango comenzó «con mi viejo primero silbando, después cantando cuando era chiquito». Después, en otra parte decís que «el bandoneón es un defecto de familia. Es una herencia paterna que rechacé durante mucho tiempo».
–¿Te gustaba el tango pero no el instrumento?
-El tango y el bandoneón son dos elementos que estuvieron siempre dando vueltas en mi vida, por herencia. Pero cuando quise (o quisieron) acercarme al bandoneón a los 8 años fue una experiencia poco motivadora y recuerdo ver todo eso como una cosa de viejos. Pero sí, lo que llamo, en broma, un defecto de familia es la cercanía al tango y al bandoneón, cantando o silbando, como es la música popular.
-¿Antes del bandoneón, le arrimaste a la guitarra o al bajo, al piano?
-Sí y no. Como te dije, tuve una experiencia breve a los 8 años, luego pasé al piano en el Conservatorio Felipe Boero y luego llegó la guitarra eléctrica y ahí se fue todo al demonio.
-¿Cómo fue tu adolescencia y juventud en Villa María? ¿Dónde cursaste tus estudios? ¿Escuchabas bandas o músicos locales?
-Villa María siempre fue una ciudad intensa, con mucha información, supongo que por el hecho de estar en medio del tráfico entre Córdoba y Rosario. Mi adolescencia fue intentar estar menos tiempo en el colegio y más tiempo tocando la guitarra. Gracias al desastroso sistema educativo de la época (años 90) y la cantidad enorme de paros de docentes, tuve mucho tiempo de practicar mucho rock & blues. Es decir que siempre hubo mucha música: un dato interesante es que en los años 50 había alrededor de 14 orquestas de tango en Villa María y alrededores; lo cual, si multiplicás por al menos 10 músicos por orquesta son muchos músicos trabajando de eso.
Cuando era pibe armé una banda llamada Perseguidos por las Moscas que luego devino en Lapso Azafrán y si bien hacíamos algunos covers, la intención era siempre de componer temas o deformar cosas. Como, por ejemplo, la guajira dedicada del Che Guevara, pero en versión de zamba progresiva, o una versión de «Voodoo child» (de Jimi Hendrix) que se transformaba en cuarteto, a lo cual algunos «rockeritos» nos criticaban. Luego terminaron todos tocando cuarteto (risas). Me fui a los 18 años así que, en cuanto a trabajos en mis pagos, no hice mucho más que laburar en la panadería de mi viejo.
-Decime, ¿sos músico autodidacta o has realizado un estudio académico musical al respecto?
-Las dos cosas, siempre hay que ser autodidacta, si no, no hay manera de aprender nada. Autodidacta y autocrítico. Luego es muy recomendable estudiar, a veces más de lo que vas a necesitar o usar, pero está bueno tener herramientas. No tengo ningún título oficial, pero he estudiado algunas cosas con algunos profesores. Sigo en eso actualmente y espero seguir estudiando siempre.
-Leí que formaste parte de la Orquesta Imperial y de la ya legendaria Fernández Fierro. ¿Cómo llegaron esas convocatorias a participar? ¿Qué suerte de anecdotario podés ofrecer sobre su paso por la Fernández Fierro, una cooperativa de músicos y tangueros bien de barrio?
-Sí, tuve la chance de formar parte de una movida llamada La Máquina Tanguera, donde se organizaban milongas y conciertos en San Telmo, allá por los albores del siglo XXI. Esa fue una de las movidas más genuinas de las que pude participar. Eramos un buen grupo de jóvenes interesados en saber cómo funcionaba esto del tango, estudiando a Pugliese (sobre todo), a Troilo, Di Sarli, entre otros. Pero no sólo por el hecho simplemente de tocar mejor o trabajar para los turistas o los bailarines, sino como un compromiso cultural que fue necesario en esos tiempo de crisis.
Luego fueron ocho años con La Fierro, hacer un anecdotario es difícil y largo pero te puedo decir que fue siempre una banda impresionante y hemos hecho mucho quilombo (y los que están lo siguen haciendo).
-De allí zarpaste hacia Francia. ¿Fue un destino elegido o casual? ¿Hubo alguna propuesta laboral o profesional?
-No, fue una decisión personal, más bien familiar.
-¿Cómo fue establecerse en la escena parisina? ¿El tango es una contraseña predilecta para ingresar en el mundillo francés?
-A pocos días de llegar a París llegó mi amigo y compañero Sebastián Volco e instantáneamente nos pusimos a tocar. El mundo del tango es muy pequeño, pero se expande por todos lados. Tal vez el bandoneón sí podría decirte que es una llave maestra que abre puertas impensadas.
-Actualmente sé que estás con dos proyectos paralelos: Volco & Gignoli (piano y bandoneón, donde también abordan folclore y temas de rock argentino), y TAXXI Tango XXI. ¿Cómo conformaste ambas propuestas? ¿Querías derivarte también por músicas que no sean sólo del «dos por cuatro»?
-Volco & Gignoli es un dúo de choque. La gente piensa que van a escuchar unos tangos y salen dos tipos tocando temas de Pink Floyd, David Bowie, Charly García o un tango. Ahora estamos terminando nuestro segundo álbum donde grabamos seis temas nuestros y cinco covers de lo más eclécticos. Es un dúo de rock encubierto.
Por otro lado, TAXXI Tango XXI podría decirte que es un grupo de tango actual francés, porque estamos en ese lugar. Porque creo que las cosas, más si hay una cierta pretensión artística detrás, tienen que definirse en un tiempo y un lugar y contar algo que pasa. El tango es un género que muchas veces habla de sí mismo, que se llora a sí mismo en su pasado. Eso le empezó a pasar al tango en un momento donde ya era viejo. En los años 50 el tango ¡ya tenía medio siglo!
Lo que nosotros hacemos no tiene nada que ver con eso ni con ninguna melancolía.
No hacemos tango porque es pintoresco o para quedar bien con la abuela. Lo hacemos porque es una manera de dar batalla a la «globaboludización» (sic) actual donde todo suena más o menos igual, a grandes rasgos, de la música más comercial. El tango de hoy es de lo más rebelde que podés encontrar, un lugar un poco incómodo, que te hace pensar y revolver las tripas.
-¿Previo a ello, llegaste a participar de otras orquestas o grupos en Francia?
-Previo no, pero después sí. Ya he tocado con varios grupos en Francia. Podría destacar La Orquesta Metafísica de mi compañero Volco, Ombú de Lalo Zanelli. También hice una gira con Tanghetto el año pasado y luego en milongas, con un montón de gente. Actualmente estamos haciendo un disco con los Gotan Project, Mueller & Makaroff, donde soy el encargado de los arreglos y la dirección de grabación y también estoy de gira con Benjamin Biolay, que es un cantautor muy conocido en Francia que se enamoró de Argentina y grabó dos discos llamados «Palermo Hollywood Vol. 1 y 2» y tengo el honor de estar tocando con algunos de los mejores músicos pop/rock de aquellos pagos.
-Has comentado que estás trabajando en un disco cuyos temas están dedicados «a los borrachos y a las prostitutas de la Rue Saint-Denis», por donde has vivido. ¿Cómo ha sido esa estancia cercano a lo marginal como lo has descripto pintorescamente? ¿Es como ir al origen del tango pero en el otro lado del océano?
-Sí, es gracioso. Cuando llegué acá de pronto estaba viviendo en un barrio no marginal, para nada, es en el medio del centro de París, pero es más como una especie de museo erótico, lleno de mujeres trabajando, algunas más independientes (blancas, mujeres maduras, algunas ancianas de día) y otras muy explotadas (orientales y negras muy jóvenes, de noche), en medio de tipos árabes y judíos vendiendo ropas y telas, joyas, oro, cambio de dinero, kebabs.
Eso es del lado de Saint Denis. Del otro lado se llama Faubourg Saint Denis y tenés un bar al lado de otro, mezclados con verdulerías, venta de especias y restaurantes hindúes, peluquerías de pelucas y uñas africanas y algunos franceses que andan por ahí en medio de toda es mezcla.
He oído muchas veces a la gente de acá hablando sobre el «horrible racismo de Francia» y la verdad es que me parece una idea muy errada. Racismo hay en todos lados. De hecho Argentina es un país bien racista, lo vemos todo el tiempo y seguramente allá también hay gente que odia los extranjeros. Pero más allá de los problemas actuales donde hay un movimiento migratorio enorme en toda Europa con los problemas que eso genera (porque no es tan simple como decir, ustedes colonizaron ahora bánquensela, dado que la realidad es mucho peor), vos vas a ver en las ciudades grandes como París una mezcla de gente como no hay en ningún lado. Y en general todos tienen su sistema de salud y colegios para sus hijos. Obviamente no todo es color de rosa, para nada.
-¿Por qué tenés que explicar en más de una ocasión que lo que hacés es «tango tango, ni rock, ni electrónico ni jazz ni experimental ni académico ni más loco ni menos loco ni para bailar». ¿Está cada vez más «contaminada» la música ciudadana?
-Es que el tango es un género que aún no ha cambiado de nombre. Por ejemplo, el blues vino de Africa, no sé con qué nombre pero luego se transformó en jazz o en rock o en soul, funk, y en todas las variantes posibles. El tango, que es más o menos de la misma época, si bien ha cambiado y mucho las armonías, la instrumentación y los ritmos siempre termina siendo tango «esto » o tango «aquello».
A lo nuestro lo llamamos Tango XXI (por eso es TA XXI), y lo que pretendemos es unir la música pero desde el hoy. Sin farolitos ni gomina ni pegarle a la mina.
-Estuviste recientemente en Villa María. ¿Hacía mucho que no pasabas por estos lares? ¿Cómo la has encontrado?
-Me gusta mucho pasar por Villa María, viniendo de vivir muchos años en Buenos Aires y en Francia es como estar en otro planeta. Me parece que hay mucho desarrollo y siempre es una alegría hacer unas brasas con los amigos.