Escribe Rubén Ruëdi*
ESPECIAL PARA EL DIARIO
En Buenos Aires los personeros de la dictadura, desde políticos, militares, periodistas, hasta gente de la clase media ensoberbecida por las apariencias, clamaban para que se investigue y encarcele a todos los funcionarios del tirano, como llamaban con menoscabo al derrocado presidente constitucional.
Entre tanto, la estrategia de exterminar políticamente al enemigo rozaba lo inverosímil. Con el sentido de exacerbar odios y satisfacer el morbo de una parte de la sociedad, los diarios de la oligarquía en grandes titulares informaban de hallazgos casi alucinantes:
En la residencia de Perón se habían encontrado catorce cajas repletas de cubiertos de oro. En los pasillos de la casa estaban dispersos 120 millones de dólares en efectivo. En algún rincón el General había olvidado dos grandes bateas con monedas de oro. Sin contar el hallazgo de cuentas numeradas en Suiza. Nada de esto se comprobó jamás. Pero la gente compró los diarios y también el odio.
De rumores, fantasías y… odio
La difamación llegó a las prácticas sexuales del General exiliado. Hasta se anunció el hallazgo de túneles secretos que conectaban la residencia presidencial con ambientes apropiados para fiestas descontroladas. Por esos pasadizos Perón se trasladaba al encuentro de adolescentes con las cuales saciaba su libido. El odio de clase no se privó ni siquiera de las fantasías más desopilantes.
En morbosa manifestación del desprecio humano se organiza una exposición pública de las prendas de vestir de la mujer venerada por el pueblo cuyo cadáver ya ha sido profanado y secuestrado por orden de los violentos personeros de la oligarquía que a fuerza de terror había asaltado el poder.
Desde zapatos hasta prendas íntimas de Evita se mostraban en público. La llamada Unión Democrática festejaba. Los pobres del país lloraban.
Palabras de Sabato
Con esta simple y figurativa anécdota recordaba Ernesto Sabato el desquicio social de ese tiempo: “Aquella noche de setiembre de 1955 mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Pues ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra Patria que aquella doble escena casi ejemplar? Los pobres y los trabajadores derramaban lágrimas populares en aquellos lúgubres días. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta.”
La síntesis de la causa del golpe de Estado de septiembre de 1955 contra el Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón la hizo el contraalmirante Arturo Rial, quien le expresó a un grupo de trabajadores de la Municipalidad de Buenos Aires lo siguiente: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora (¿?) se hizo para que en este bendito país el hijo del barrendero muera barrendero”.
Por su parte la Embajada de Estados Unidos aseguraba que el nuevo gobierno era el más amistoso que había tenido en años.
Pero el blanco preferido es la clase trabajadora, principal beneficiaria de las políticas del General Perón. Intervenidos los sindicatos, 150 mil delegados de fábricas son inhabilitados y proscriptos para futuras elecciones gremiales. Veinte años después, en 1976 otra dictadura ensangrentó al país y no casualmente de los 30 mil desaparecidos casi diez mil eran delegados gremiales. El 70% de los 30 mil eran trabajadores. Sin dudas que ambos procesos dictatoriales fueron perpetrados para instaurar un sistema económico a favor de los intereses de las clases dominantes que responden al capital extranjero y en detrimento de las fuerzas del trabajo.
Mientras el país se convertía en una gran prisión y hasta el dantesco penal de Ushuaia, que Perón había cerrado, es abierto nuevamente por la dictadura con el fin de encarcelar en el lejano sur a los peronistas más reconocidos.
Al año siguiente, el dictador Pedro Eugenio Aramburu secundado por el almirante Isaac Rojas como vicepresidente de facto, comenzaron con los fusilamientos y en los basurales de la localidad de José León Suárez el general leal al gobierno depuesto, Juan José Valle, caía ejecutado junto a un grupo de obreros y dirigentes peronistas. Pero para que la saña fuera mayor, al azar se eligió a un grupo de hombres de la banda de música de Campo de Mayo, los que también fueron fusilados solo como escarmiento.
Todo quedó grabado en el fuego inextinguible de la Historia.
*Historiador