Este año se cumplirán cincuenta años del golpe de Estado cívico-militar que el 26 de junio de 1966 derrocó el Gobierno nacional encabezado por el presidente de la Nación Arturo Illia. Hombre nacido con el Siglo XX en Pergamino se graduó en la carrera de medicina de la Universidad de Buenos Aires. Luego, ejerciendo como médico de Ferrocarriles del Estado, se radicó en Cruz del Eje, localidad del noroeste cordobés. Según señala Ricardo Illia, hermano del expresidente, en la noche del golpe estaba en la Casa Rosada el villamariense y entonces diputado nacional Isidro Fernández Núñez. El atropello a las instituciones también tuvo efecto a nivel local.
Un presidente con toda la legitimidad
Arturo Illia fue un hombre sencillo que muchas veces supo visitar nuestra ciudad donde no sólo contaba con muchos correligionarios sino también con amigos. Llegó a la Presidencia de la Nación ganando, con el 25,14% de los sufragios, las elecciones de julio de 1963 en las cuales el peronismo estaba proscripto. Un dato que no debe dejar de señalarse es que por entonces regía la Constitución del 53 según la cual los ciudadanos elegíamos electores que a su vez se reunían en el Colegio Electoral para elegir el presidente de la Nación. Hacían falta 239 votos en el Colegio. En las elecciones Illia, candidato por la UCR del Pueblo, alcanzó 170 electores; Oscar Alende, con la UCR Intransigente, llegó a los 107; en tanto Pedro Eugenio Aramburu, sumando los de Udelpa y del Partido Demócrata Progresista, alcanzó los 75 electores. En el Colegio Electoral Illia fue legitimado por la mayoría de los votos de electores pertenecientes a su partido, a los que se le sumaron los demócratas cristianos, los socialistas, los conservadores, los neoperonistas y los de agrupaciones provinciales.
Un hombre sencillo y valiente
Con este representante de Línea Córdoba en la interna de la Unión Cívica Radical llegó al Gobierno nacional un hombre que, como él mismo decía, no era de la pampa húmeda y tenía un conocimiento directo de las necesidades del pueblo a partir de su ejercicio de la Medicina en sectores populares. Soñaba con llevar adelante una revolución democrática, durante su gobierno respetó las libertades públicas, asumió una línea política que ensayó reformas sociales en el marco de una visión económica nacionalista. Sufrió ataques dirigidos desde sectores militares y también políticos y sindicales, a la vez que la difamación mediante campañas de prensa articuladas desde diferentes sectores que de esa manera respondieron a la implementación de políticas públicas que afectaron sus intereses económicos. Entre los periodistas que lideraron la campaña de difamación se encontraron figuras como Jacobo Timerman, que desde sus medios ridiculizaba la figura del presidente a la vez que defendía la participación política de las Fuerzas Armadas. También participaron de ese triste juego los periodistas Bernardo Neustadt y Mariano Grondona.
Cuando los golpistas llegaron a cumplir su cometido eran las cinco y veinte de aquella madrugada, el presidente ocupaba su despacho en la Casa Rosada. Lo acompañaban familiares, amigos y funcionarios. Entre los presente se contaba su hermano Ricardo que narró aquellos sucesos en su libro «Arturo Illia. Su vida, principios y doctrina». Pero quizás lo más significativo fue que el presidente no se entregó y con valentía enfrentó a los delincuentes que llegaron para derrocarlo. Illia fue un mandatario que conociendo la posibilidad del golpe no negoció su permanencia en el poder, prefiriendo dejar una lección ética a la posteridad.
En la ciudad
Por entonces Porfirio Seppey ejercía la Intendencia de Villa María, quien también fue derrocado en aquel golpe cívico-militar. A partir de esos sucesos se inició un período de inestabilidad en la administración local, llegando a la cantidad de cinco comisionados los que remplazaron al intendente derrocado. Ellos fueron Salvador Asencio, Luis E. Martínez Goletti, Julio Nóbrega Lascano, Florencio Asencio y Alfredo Vijande quien concluyó su mandato en 1973. Similar situación se produjo a nivel provincial donde, a lo largo del mismo período, se sucedieron nueve interventores. En tanto en el plano nacional luego del derrocamiento de Illia asumió Juan Carlos Onganía, que cayó en 1970, sucediéndolo Roberto Levingston (hasta 1971) y Alejandro Agustín Lanusse (hasta 1973).
Illia fue difamado señalándoselo como lento, «una tortuga», en contraposición se decía que hacía falta «velocidad» y dirigentes fuertes. Pero todo lo que vino con la dictadura surgida de aquel golpe de Estado no fue mejor, muy por el contrario se rompió con el crecimiento económico y las libertades respetadas durante la Presidencia derrocada.
En nuestra ciudad el periódico «Opinión», en primera edición de julio del 66, publicó que «en la Municipalidad el Mayor (R) Salvador M. Asencio remplaza a Seppey». En la misma página puede verse una importante imagen de quien ya ejercía, de facto, la titularidad del Poder Ejecutivo Nacional con la leyenda «El teniente general Juan Carlos Onganía ya ocupa el Sillón de Uriburu» en clara alusión al dictador que ejerciera el mismo cargo a partir del golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930.
A cincuenta años de aquel lamentable suceso para nuestro país es desear que se produzcan diferentes eventos con la idea de ofrecer la posibilidad de reflexionar acerca de los reales valores que deben impregnar la vida democrática de una sociedad.