Escribe: Rubén Ruëdi Especial para EL DIARIO Fotografías: Agustín Reano
Aquella fue una contienda bélica tan absurda como atroz, en la cual la sed fue un arma letal. Por eso se la recuerda como “La guerra de la sed”.
“Todo está guardado en la memoria”. Y don Pedro Claudelino Recalde Fretes tuvo la generosidad de permitirnos acceder a la suya.
Nos recibió junto a su hija en su casa de Santa Eufemia, en el Departamento Juárez Celman, en el centro-sur de la provincia de Córdoba.
Allá fuimos y conversamos largas horas con el excombatiente paraguayo. Con el hombre que hace 80 años luchó y conservó su vida en los páramos del Chaco Boreal; entre serpientes, plantas espinosas, tierra reseca, sed… Junto a otros jóvenes paraguayos que también querían salir con vida de ese infierno adonde los llevó el destino de la mano de los intereses económicos extranjeros.
Sentado frente al hombre de la historia, lanzo la primera pregunta, trivial, con la intención de abrir la conversación con la mismísima memoria:
-¿Qué es la guerra, don Pedro?
-La guerra es matarse unos a otros.
De pronto los ojos se le iluminan cuando le digo que vine a hablar con él para después contarles a los más jóvenes lo que él me dice. Justamente que la guerra es matarse y matarse. Para que sepan que se trata del horror y tal vez de esta manera no haya más guerra. De lo contrario, si lo olvidamos, las cosas malas se repiten.
Y asistido en la memoria por su hija Elsa, con quien comparte la sencilla y pulcra vivienda, comienza a desgranar recuerdos
Ella nos introduce a la historia de su padre: “El tenía 19 años cuando en 1931 lo incorporaron al servicio militar. Al año siguiente lo estaban por dar de baja, pero en julio del 32 comenzó la guerra y se tuvo que quedar bajo bandera hasta el final de la misma, en 1935”. En esa guerra actuó como médico voluntario el doctor Esteban Laureano Maradona, argentino nominado en dos oportunidades al Premio Nóbel de la Paz. Entonces Chacoré, como hasta el día de hoy le dicen a Pedro, igual que a todos los que estuvieron en el Chaco Boreal durante la guerra, nos habla de la batalla inicial. La de Boquerón.
Boquerón, vencer o morir
-Primero la batalla de Boquerón. Ahí primero se peleó…
Agregamos que la batalla de Boquerón fue el primer enfrentamiento de envergadura que se libró en esa guerra. Tropas bolivianas habían asaltado y tomado esa fortaleza. Entre el 9 y el 29 de septiembre los paraguayos no cejaron en la lucha por recuperar el lugar, ya que se decía que si se recuperaba el fortín de Boquerón, la guerra terminaba con los bolivianos vencidos. Y entonces los jóvenes soldados guaraníes se entregaron con inusual arrojo a la pelea con los bolivianos. Pero estos últimos, desde la toma del cuartel se habían dedicado a reforzarlo en las defensas.
Cuenta don Pedro Recalde Fretes que Boquerón estaba rodeado de trincheras en un amplio radio de sus proximidades y rodeado de alambres de púa en todo su perímetro. También recuerda que nidos de ametralladoras vigilaban desde las alturas de la fortaleza por la que tantos muchachos paraguayos perdieron la vida anhelando la paz que seguro llegaría con la victoria.
Y la victoria llegó con la costosa recuperación de Boquerón por las tropas paraguayas, pero no así la paz, ya que la guerra continuó tres años más en los páramos del Chaco Boreal.
Pedro fue protagonista de aquellos veinte días de sangre y fuego. Agudiza la memoria y nos dice:
-¡Tuvimos que hacer corralito! (se refiere a la acción de rodear con fuerzas militares y sitiar la fortaleza. Así lo hicieron hasta que los soldados bolivianos quedaron desabastecidos).
-¿Y quién ganó la batalla?
-Los paraguayos, nosotros.
Se ríe y me da un libro. Una crónica día a día sobre la guerra. Mientras ojeo el libro firmado por un alto oficial del Ejército paraguayo, interviene la hija del excombatiente centenario:
Y agrega: “Yo me fui hasta el último rincón. Llegué al punto más lejano de la guerra”.
Vuelvo a intervenir preguntando las causas del conflicto. Don Pedro Fretes y su hija se encogen de hombros. Tal vez porque para ellos el motivo de esa confrontación terrible no haya sido otro que la enemistad entre dos pueblos.
Lo cierto es que las relaciones entre los gobiernos de Bolivia y Paraguay que llevaron a ciudadanos de ambas naciones a matarse en los campos de batalla del agreste Chaco Boreal comenzaron a deteriorarse a finales de la década de 1920, cuando la petrolera norteamericana Standar Oil of New Jersey descubrió la existencia del viscoso líquido oscuro en territorio boliviano. Más precisamente, en las estribaciones de los Andes, hasta donde llega la región chaqueña que también se extiende por el Paraguay y el noroeste argentino. El descubrimiento revelaba, además, que el petróleo se extendía hacia el Este, ya en territorio paraguayo, donde los derechos de exploración habían sido adquiridos por la Royal Dutch Shell, empresa de capitales ingleses y holandeses.
Bolivia, para exportar el crudo y sin contar con salida al mar, necesitaba encontrar el Atlántico aunque sea por los ríos del Paraguay; de lo contrario, debería cruzar territorio argentino para hacerlo, algo que los intereses británicos imperantes en este país y también asentados en el Chaco paraguayo no permitirían. Fue entonces que el Gobierno boliviano, azuzado por los capitales estadounidenses comenzó a hostigar al territorio guaraní.
La posibilidad de que el Chaco flotase sobre un mar de petróleo hizo que el presidente paraguayo José Guggiari adoptara una postura intransigente, negándose a negociar. La crisis se agravó el 6 de diciembre de 1928, cuando hubo un enfrentamiento entre patrullas de los ejércitos de ambos países. Una mediación de la Sociedad de las Naciones -antecesora de la Organización de las Naciones Unidas- no logró grandes resultados.
En julio de 1932, un destacamento del Ejército boliviano capturó un puesto de avanzada paraguayo a orillas del lago Pitiantuta, dando inicio de esta manera a la guerra.
Entre ambos países existía disparidad en cuanto a relación de fuerzas. Bolivia contaba con una población de tres millones de personas, mientras que el Paraguay, aún no repuesto demográficamente de la devastadora Guerra de la Triple Alianza, ocurrida 60 años atrás, tenía tan sólo un millón de habitantes.
Por otra parte, la economía boliviana, usufructuada por intereses externos, se apoyaba en sus ricas minas de plata y estaño; mientras que Paraguay basaba su economía en la ganadería, el aceite de palma y el cultivo de algodón.
Recuerdos del infierno
Don Pedro entrecierra los ojos y tomándome remarca como quien sostiene una bandera: “Yo fui hasta el último rincón; estuve en Mandiyupecuá; allá en la cordillera de Bolivia”. Se refiere al noroeste de Paraguay en límite con Bolivia. Zona de alta intensidad bélica durante el conflicto.
Comienza la ronda de mate al mejor estilo paraguayo y le pregunto a Pedro por más detalles de la batalla de Boquerón…
-Muchos prisioneros y muchos muertos.
-¿Y en qué otras batallas participó?
Entonces vuelve a lo que más recuerda, lo que a fuego quedó marcado en su memoria y dice:
-En Mandiyupecuá, donde los bolivianos nos hicieron corralito. Nosotros nos habíamos atrincherado en un cerro alto. Ellos (los bolivianos) no tenían más proyectiles.
-Usted me dice que los bolivianos les hacían ‘corralito’. ¿Qué es corralito?
-Nos rodeaban y nos apretaban contra el cerro. Peleábamos, pero nosotros tampoco teníamos más balas. Estábamos lejísimos del fortín más cercano. Así estuvimos tres días con sus noches, rodeados y luchando como podíamos para que el enemigo no se acercara.
-¿Y cómo salieron?
-Primero, fueron patrullas abriendo piquetes para que saliera la tropa. Bajábamos del cerro con una soga. Era muy profundo (se refiere a una quebrada en la montaña). De allá nos largábamos. Nos salvamos todos.
Elsa vuelve a colaborar para que la luz de ese ventanal siga iluminando recuerdos: “Siempre cuenta que caían sobre unas plantas espinosas, como si fuera aloe vera. Después supimos que se trata de caraguatá, una planta común en la zona, rústica y de agudas extremidades”.
A medida que transcurre el tiempo de nuestro encuentro, Pedro Recalde Fretes, con sus 105 años, sale de la prudencia del comienzo y amplía el relato de las vivencias de hace 80 años…
-Teníamos mucha sed y no había agua. Una tarde de aquellos interminables tres días yo estaba sentado en el tronco de un árbol caído, mirando a la tropa. Cuando un soldado se acercó a mí con la cantimplora en la mano, me puse de pie y le dije: “Compañero, deme aunque sea un traguito de agua”. “¡Tenés que tomar tu propia orina, como hago yo!”, me contestó. No me animaba. Y el mismo soldado tomó mi cantimplora y la llenó con su orina. Entonces, con los ojos cerrados y pensando sólo en saciar mi sed tomé un trago del amargo líquido. Hasta el día de hoy siento repulsión ante el olor a orina.
Agua bendita
Después de los tres días de sitio y cuando ya habían escapado de la montaña rodeada por el enemigo, la tropa de la que Pedro formaba parte se encontró con un regimiento de su propia bandera. Eran casi 300 soldados los que venían en auxilio de los que estuvieron dentro del corralito. Traían perros, justamente para encontrar agua. Algo que los animales sabían hacer por instinto y olfato. De pronto, uno de los canes entró en un cañadón del que salió sacudiéndose. El animal se había revolcado en agua. El agua “bendita” para aquellos jóvenes paraguayos que habían pasado tres días con sus noches sin beber una gota del vital elemento. Algunos, exhaustos, no podían levantarse del suelo y otros no podían siquiera hablar. Sólo emitían sonidos propios de la garganta reseca y la rigidez de los músculos faciales.
El viejo combatiente emite un sonido onomatopéyico tal cual el de aquellos sedientos en vísperas de la muerte y relata que el primero que llegaba cargaba la cantimplora y corría a darle de beber al que estaba acostado paralizado por el pánico ante la inminente agonía. Y otra vez a buscar agua y de prisa a mojar los labios del que aguardaba tendido en el suelo sin poder levantarse… Pedro recuerda que aquello sucedió el 28 de mayo de 1935, cuando la guerra estaba llegando a su fin.
Los sobrevivientes de Mandiyupecuá fueron trasladados al cuartel donde se alojaba el regimiento que luego llevaría el nombre de Mariscal Estigarribia, adonde llegaron cerca del mediodía. Luego de alimentarse y beber agua a discreción, aquellos hombres sobrevivientes de tres días de sitio, en horas de la tarde fueron cargados en camiones para volver al lugar de donde a duras penas pudieron evacuarse. El enemigo había tomado nuevamente el estratégico punto de Mandiyupecuá y otra vez había que ir a liberarlo.
Pero Pedro Recalde Fretes no fue de la partida gracias a un oficial que lo retuvo para que oficiara de chofer en otras acciones.
La herida
Le pregunto si en la guerra fue herido y su hija le pide que me muestre la cicatriz de la herida que aún permanece en una de sus piernas como marca a fuego de un campo de batalla donde unos y otros se mataban por decisión de terceros que solo buscaban incrementar sus riquezas materiales. Pedro se arremanga el pantalón y señalando la cicatriz me dice: “Aquí entró la bala, justo debajo de esta venda. Me la sacaron en Asunción. Aunque les costó encontrarla. Fue en el 33”.
Y todavía se ríe.
“Se salvó porque no era su hora”, complementa Elsa.
Sin dejar de acariciar la callosa cicatriz, pedro vuelve por el camino de la memoria: “Eso fue en Nanawa”.
Se refiere a la primera batalla que se libró en torno al fortín de Nanawa, entre el 20 y el 26 de enero de 1933, cuando tropas bolivianas pretendieron ocupar ese punto estratégico como escalón para alcanzar la salida hacia el río Paraguay, a la altura de la ciudad de Concepción, lo que no pudieron lograr por la tenaz resistencia paraguaya.
Pedro Recalde Fretes recuerda que en aquella batalla, en la cual fue herido, cuando se agotaron las balas, los soldados paraguayos siguieron resistiendo y blandiendo machetes con lo que pusieron en fuga al enemigo.
Seis meses después, las tropas bolivianas volvieron a intentar la toma de la misma fortaleza. Y en esta segunda batalla de Nanawa la derrota fue mayor, con dos mil pérdidas para el Ejército de Bolivia.
Cosas de la guerra
Como un surgente de los que en el Chaco Boreal los soldados sólo veían en alucinaciones, fluyen los recuerdos de la memoria del hombre que ya vivió más de un siglo: “Los primeros dos años fueron bravos, pero luego los bolivianos comenzaron a aflojar porque no podían resistir el embate de los paraguayos. Teníamos menos armamento que ellos pero a medida que pasaban los enfrentamientos nos íbamos proveyendo de las armas que les quitábamos. Cuando combatimos en Boquerón, al comienzo de la guerra, teníamos todo tipo de armamento que tomamos del enemigo al recuperar ese fortín. Desde ametralladoras pesadas hasta un cañón. Pero después hasta peleamos con machetes. Primero, mi familia no sabía dónde estaba y tampoco yo le escribía. Después le envié una carta a una señora relacionada con mi padre pidiéndole que fuera mi madrina de guerra. Con frecuencia, la madrina me mandaba una encomienda con todo tipo de cosas, desde alimentos y tabaco hasta lápiz, papel y sobre postal”.
Lo veo entusiasmado con la conversación y entonces busco que suelte más recuerdos…
-¿Cómo era el trato con los soldados bolivianos?, pregunto.
-Cayeron 50 mil prisioneros bolivianos. Como eran muchos para darles de comer, los repartían para trabajar en las estancias y en las chacras.
-¿Y fusilaban?
-Al comienzo de la guerra se tomaban prisioneros. A los dos años (la guerra duró tres) ya no tanto. Se fusilaba de los dos bandos… Un muchacho de 15 años cayó prisionero. Pero no era boliviano, sino peruano. Ocurrió que estaba residiendo en Bolivia cuando comenzó la guerra y lo reclutaron como a uno más. Lo apodaron “Perú”.
Orgullo paraguayo
Recalde Fretes se radicó en Argentina poco después de terminada la Guerra del Chaco Boreal. En 1941, cuando habían pasado seis años del final de aquella tragedia que sumió a dos pueblos hermanos en un enfrentamiento tan injustificado como descarnado, el hombre de esta historia se casó con una muchacha argentina con la que tiempo después cruzó la frontera para radicarse en la Argentina por pedido de la mujer, que extrañaba hasta las lágrimas su terruño natal. Ya tenían siete hijos.
“Ella había nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, y le pidió a papá regresar a su Patria”, cuenta Elsa.
El tiempo pasó como inexorablemente siempre ocurre hasta que el excombatiente quedó solo con su hija Elsa. Por esas cosas del destino, ambos recalaron en Santa Eufemia, donde los días transcurren apacibles mientras los recuerdos de vez en cuando vuelven a cobrar vida como si la memoria no los dejara perecer en el olvido. Hasta ahí llegué en nombre de EL DIARIO para escucharlo, para disfrutarlo y recibir su invitación: “¿Usted no quiere venir a mi próximo cumpleaños, señor? Yo lo invito. Cantaremos galoperas y brindaremos por la paz en el Mundo”.
Le prometó que sí y con lágrimas en los ojos me despido del último sobreviviente de la Guerra del Chaco Boreal.