“Combatidos y hasta estigmatizados por sus propios compañeros de ideas, los anarquistas que a sí mismos se llamaban expropiadores o -para emplear otros términos- el anarquismo delictivo, tuvieron en nuestro país un gran auge en las décadas del veinte y del treinta.” Osvaldo Bayer (Los anarquistas expropiadores)
Escribe: Normand Argarate ESPECIAL PARA EL DIARIO
La década infame no solo significó los primeros signos de una sociedad envilecida, de espurios negociados donde se remataba la soberanía nacional y los bienes colectivos a favor de una minoría oligárquica, excluyendo a millones de trabajadores al hambre, el desempleo, la marginación, sino también el momento donde la clase dominante ensayó su poder más despótico sobre las clases subalternas, logrando niveles de explotación escandalosos. Para poder ejercer esta violencia, el Estado necesitó de un feroz aparato represivo.
De esta época, es la famosa aplicación de la temida “Ley Bazán” que hace alusión al comisario Bazán, quien durante esos años aplicaba a sus detenidos sentencias inapelables que consistían en fondearte en el río de la Plata, o también el ilustre hijo de Lugones, precursor del uso de la picana en las comisarías argentinas. En esta sociedad en descomposición, con inequidades e injusticias por doquier, surgieron diversas formas de resistencias y en aquellas primeras décadas del siglo xx y como proceso de hibridación que representó la masiva inmigración, el anarquismo constituyó un modelo de resistencia que adoptó distintas expresiones.
Desde la organización política como la creación de gremios, sindicatos, organizaciones de ayuda mutua, cooperativas, recetas prescriptivas de salud, vida doméstica, difusión de pedagogías, bibliotecas, feminismo, y la incesante difusión a través de panfletos, gacetillas, diarios y revistas, hasta el uso de la violencia, cuyo ejemplo notorio fue Severino Di Giovanni; el anarquismo fue el magma original de la organización de la clase obrera. En esa diversidad surgió el anarquismo expropiador, cuyos nombres más insignes son, aparte del mencionado Severino, Gino Gatti, Juan Antonio Morau, Miguel Roscigna, entre otros muchos cuyas historias son aventuras dignas del mejor relato. Sin embargo a pesar de toda esta sinergia social, el aparato represivo fue implacable con el anarquismo a través del asesinato sistemático de sus principales referentes y la “desaparición” simbólica de la historia argentina. Los pocos libros que indagan este fenómeno (obligatoria es la lectura de Osvaldo Bayer, quien quizás más investigó este momento histórico) no registran la vida de Roque Altamirano, anarquista expropiador de origen cordobés y que a continuación reconstruimos su historia a partir de un hallazgo casual.
La crónica policial
En una búsqueda casual en los archivos de la hemeroteca de la provincia de Santa Fe, siguiendo las huellas de algunos anarquistas encontré el siguiente artículo publicado en el diario “El Litoral” del día domingo 24 de marzo de 1935 . Se titula “Fue muerto el pistolero R. Altamirano” y la reseña dice textual: “En un recio tiroteo cayó muerto esta mañana el temible pistolero Roque Altamirano o Francisco Díaz o Fernández González o Juan Rodríguez o Francisco (:::VER:)) alias “El cordobés”
Altamirano era compañero de los pistoleros Vital Romabno, el “tartamudo Calvo” y el “Andaluz Rodríguez” quienes tienen procesos pendientes con la Policía de la Capital Federal. Se los acusa como autor de un doble homicidio de empleados de la Policía, ocurrido en Buenos Aires, hecho por el cual se lo buscaba empeñosamente. Días pasados se descubrió en un rancho de Paganini (actual Coronel Baigorria N d.A.) distante a pocos kilómetros de Rosario y cuando llegó a detenerlo la comisión de empleados de la Policía debió defenderse del temible pistolero que la agredió….(::::) cubriendo en esa forma su fuga. Logró huir a pesar de estar herido en una pierna, en un caballo de un menor al cual le pagó cincuenta centavos por el servicio prestado.
Desapareció desde ese día, pero la Policía lo buscaba empeñosamente hasta que encontró su pista. Ayer, el jefe de investigaciones comisario De La fuente tuvo el último dato sobre el paradero del delincuente. Se le informó que estaba alojado en una casa propiedad de un verdulero, situada en calle Colón 2323 entre Paz y Viamonte, en la pieza que alquilaba el obrero portuario Celedonio B. Ferreyra, con su concubina Lucía Landolfi. Se vigiló la casa y se comprobó la exactitud de la información suministrada como así también que Ferreyra no desconocía a su huésped.
Anoche con estricta reserva, se organizó una comisión con el segundo jefe de investigaciones señor Barraco Mármol, el comisario Martínez Bayo, el jefe de seguridad personal Américo Fasciutto, el jefe de orden social Héctor Martínez, el agente Juan Núñez y el meritorio Esteban Díaz.
Conociendo la clase de individuo que iban a detener, los empleados y agentes se proveyeron de escudos de acero para resguardarse de los balazos. Esta mañana a las 5.30 horas, obtenida la orden de allanamiento otorgada por el juez de Instrucción doctor Ivancich, la comisión hizo irrupción en la casa de la calle Colón y resueltamente se dirigió a la pieza de Ferreyra. Todos dormían y al llamarse a la puerta el primero en aparecer fue Altamirano, pretendiendo semidesnudo abrirse paso para disparar. Sus disparos eran certeros. Los proyectiles hacían blanco en los escudos de los agentes y empleados. Se esperaba que se le agotaran los proyectiles, pero de pronto Altamirano avanzó resueltamente hacia los agentes con intención de dispararles de más cerca, siendo entonces cuando la comisión hizo varios disparos, cayó herido, pero desde el suelo continuó disparando su pistola. Una vez desarmado se le condujo al Hospital Rosario, donde dos horas más tarde fallecía a consecuencia de las heridas recibidas. Momentos después, de ocurrido esto, llegaba el juez Ivancich y el jefe de investigaciones, señor De la Fuente, procediendo al arresto de Ferreyra y su concubina. Ferreyra no negó saber de qué se trataba. Se le condujo a la comisaria sexta en calidad de incomunicado.”
Tras la pista
Será a partir de este descubrimiento circunstancial que seguí el rastro del anarquista pistolero y tras algunos años encontré a una sobrina nieta de Roque, quien disponía de pocos datos. Su testimonio fue un tanto reticente y prefirió el anonimato porque en su infancia el nombre del tío abuelo debía silenciarse como vergüenza familiar.
De acuerdo a lo que pude averiguar, Roque Altamirano nació en las serranías cordobesas hacia el año 1904, probablemente en la zona de Tala Cañada, Departamento Pocho, Córdoba. Era el menor de cuatro hermanos. Su padre ¿Pedro? (nuestra informante titubea) trabajador golondrina muere en los campos de Marcos Juárez durante la cosecha de trigo en el año 1912. No se conocen las causas del fallecimiento.
Celedonia Cuello, la madre queda viuda. De acuerdo a la memoria familiar, esta mujer de origen aindiado, era muy devota, comprometida socialmente y fue ampliamente conocida en Traslasierra por sus cabalgatas junto al Cura Brochero. Aquí podríamos inferir un vínculo entre mística y práctica revolucionaria. Durante esa época una escena significativa fue el encuentro entre el Cura Gaucho y el montonero Santos Guayama.
Tras la muerte del padre, la madre y los cuatro hijos se radican en la ciudad de Córdoba. Allí los dos hermanos menores consiguen trabajo en la tradicional familia de los “Allende” cree recordar la sobrina nieta. Isabel como lavandera y Roque como niño de los mandados. En esa casa Roque vivirá los profundos cambios de Córdoba de principios de siglo y especialmente las vicisitudes de la Reforma Universitaria del 18. Desde chico, Roque se mostró vivaz, muy lector, de inquieta curiosidad y con una gran capacidad de aprendizaje, a punto tal que la familia que lo emplea le ofrece estudiar; ofrecimiento que rechaza según palabras textuales –“Iré a la Universidad, cuando los de mi clase puedan ir.” Si esta respuesta es exacta, evidencia tempranamente la posición ácrata, lo que podría explicar el posterior alejamiento de Roque de su entorno. Luego se marcharía a la zona de las sierras donde viviría muy precariamente, se dice que llegó a vivir un tiempo en una cueva con prácticamente nada. En ese momento desaparece y la familia pierde todo rastro, salvo por unas cartas fechadas desde el puerto de Rosario poco antes de su muerte, destinada a su hermana Isabel.
Poco y nada más se sabe. Quizás protagonizó varios robos. Uno de ellos muy importante a una joyería en pleno centro porteño. El resto es olvido y un par de nombres en diarios viejos.