Pasó por Córdoba una de las responsables del programa islandés que en 20 años produjo resultados que son motivo de orgullo nacional. La especialista advierte que no hay milagro ni magia, que el secreto es trabajar con los chicos y sus familias y con un Estado pendiente de las necesidades de la población
Margrét Lilja Gudmundsdóttir es una socióloga que forma parte del proyecto que consiguió, en solo un par de décadas, que la juventud de Islandia pasara de elevados consumos de alcohol y drogas a las cifras más bajas de adicciones de Europa. La especialista pasó por Córdoba, fue la estrella indiscutida del 2° Congreso de la Red Asistencial de las Adicciones, dejó mensajes, recomendaciones, ejemplos y manifestó su absoluta convicción de que se puede replicar aquí el programa que tan buenos resultados arrojó en su país.
Para empezar, advierte que no hay milagros, sino un trabajo sostenido y, probablemente, original. Y para cautivar a una audiencia integrada por gente cuya actividad se desarrolla alrededor de los adictos, Margrét muestra una fotografía gigante de una multitud de jóvenes en una calle de Reikiavik. El sol los ilumina a pleno después de lo que parece un largo festejo. Todos están borrachos.
La introducción le sirve a una de las principales referentes del programa Juventud en Islandia para recordar que hace poco tiempo se veía como una suerte de fatalidad, de hecho inevitable, que los adolescentes y los jóvenes acabaran una salida alcoholizados o bajo el influjo de cualquier tipo de drogas. “Tengo 47 años”, revela, con el excluyente propósito de proclamar su pertenencia a una generación que asumía con normalidad presentarse ante los padres en ese estado.
En 1998 Islandia comenzó a instrumentar un programa que se basa en un conocimiento acabado de la situación de los niños y jóvenes, a partir de cuestionarios exhaustivos pero sencillos para establecer su salud física y mental, eventuales preocupaciones, tiempo libre, aficiones y hábitos. Con los datos en la mano, el proyecto de intervención se propuso aumentar el tiempo que los adolescentes comparten con la familia; incrementar la participación en actividades extracurriculares organizadas -toda clase de deportes, danza, teatro y música- y demorar, en lo posible hasta por lo menos los 18 años, el consumo de alcohol.
“No hay magia ni milagro. Es sólo trabajo”, afirma Margrét Lilja Gudmundsdóttir cuando se la interroga sobre los increíbles números que convierten a Islandia en un ejemplo para el mundo. Los datos más recientes son esclarecedores. Apenas el 5% de los adolescentes entre 14 y 16 asegura haber tomado alcohol durante el mes anterior. Solamente un 3% dice fumar tabaco a diario y un 7% haber consumido hachís al menos una vez en los últimos 30 días.
La media europea es de 47%, 13% y 7%, respectivamente, y en América Latina, según relevó Unicef, el 35% de los chicos de entre 13 y 15 años dice haber tomado alcohol en el último mes y el 17% fuma a diario.
“Hace 18 años que trabajamos estrechamente con los jóvenes, para saber cuáles son los factores de riesgo y los de prevención. Podríamos decir que en 1998 teníamos un gran problema con las drogas y el alcohol, pero hemos logrado modificar la forma como pensamos y actuamos. Y este cambio también ha contribuido a transformar toda la sociedad”, se entusiasma la socióloga que dicta clases en la Universidad de la capital de su país y es una presencia habitual en los foros donde se trate el problema de los jóvenes y la adicción, en cualquier lugar del mundo.
Advierte que no tiene el gusto de conocer a la sociedad de Córdoba ni la de Argentina, pero está convencida de que no hay dificultades para replicar el modelo que tantas satisfacciones les trajo a los islandeses. “Simplemente tenemos que cambiar la forma en que pensamos y actuamos”, subraya para ratificar que es posible, pero de ninguna manera fácil.
Tampoco le gusta a Margrét ofrecer recetas salvadoras, pero recuerda que lo que se hizo en su patria es dividir los factores de protección y los de riesgo. Y dentro de los primeros “encontramos que la familia es uno de los más importantes; tener una muy buena relación con los hijos y con los adolescentes, saber quiénes son, dónde están, cuales son sus amigos, mostrarles apoyo, conocer sus actividades de ocio”.
Es el fortalecimiento de las relaciones en el universo familiar donde reside un porcentaje importante de un proyecto que más que reforzar prohibiciones intenta convencer a niños, jóvenes y adolescentes de que se puede ser feliz sin apelar a sustancias estimulantes.
“Una de las claves es tener actividades de ocio organizadas; poder participar en una actividad deportiva; tocar un instrumento; bailar… esos son todos factores claves. Y al mismo tiempo se debe estar pendiente de la escuela. Así se empieza a construir una sociedad realmente buena, para un desarrollo feliz”.
Respecto al futuro del programa diseñado para eludir el riesgoso camino de las adicciones, la socióloga considera que hay garantías de continuidad. “En Islandia vamos a seguir trabajando en este proyecto; tendremos que seguir haciendo mediciones y verificaciones cada año para saber cuál es el verdadero estado de las cosas, hablar con la gente, trabajar con las familias y apostando a los deportes”.