Para algunos, la adaptación del clásico lorquiano “La casa de Bernarda Alba” por el excéntrico José María Muscari supondrá una herejía, un cierto “bastardeo” a la consumación dramática que engloba la obra, al introducir modismos actuales o elementos de nuestra cotidianidad (como un inhalador) o extremar riesgosamente la versión con trazos gruesos de humor, incluso, segundos antes del momento cúlmine, cuando se desata la muerte trágica de la hija menor de Bernarda, en medio de esa ciénaga de opresión.
Para otros, significará una vuelta de tuerca moderna, con dosis de dinamismo e interludios resueltos con estilización de movimientos y juegos de iluminación. De cualquier forma, la puesta (brindada en dos funciones el viernes pasado en el Verdi), permitió holgadamente apreciar a grandes actrices (Kajta Alemann, Silvia Kutika, la joven Gabriela Sari y la gran María Rosa Fugazot), desandar por los matices que se tensaran en la disyuntiva entre la densidad discursiva de Lorca y el envión transgresor de Muscari. La tormenta, como en la misma pieza, ha sido desatada.
J.R.S.