En este escrito de un psicólogo se plasma la explicación sobre por qué la mayoría de la gente que tiene perro sufre cuando se muere como lo puede hacer con la pérdida de un ser humano cercano
Hace poco, mi mujer y yo pasamos por el peor momento de nuestras vidas: la eutanasia de nuestra querida perra, Murphy.
Recuerdo que mantenía el contacto visual con Murphy, momentos antes de que dejase de respirar. Me miró con una adorable mezcla de confusión y confirmación de que todos estábamos bien porque estábamos allí con ella.
Cuando la gente que no ha tenido perro ve a sus amigos que tienen mascota llorar por su pérdida, normalmente piensan que están exagerando un poco, ya que “solo es un perro”.
Sin embargo, los que aman a los perros saben la verdad: una mascota no es solo un perro.
Muchas veces, mis amigos me han confesado, sintiéndose culpables, que habían llorado más la pérdida de un perro que la de sus familiares o amigos. Un estudio ha confirmado que, para la mayoría de las personas, la pérdida de su perro es, en casi todos los casos, comparable a la pérdida de un ser querido. Lamentablemente, en nuestra cultura no hacemos ceremonias, no ponemos esquelas en los periódicos y no existe servicio religioso para la pérdida de nuestra mascota; evitando todo lo anterior nos sentiremos un poco menos avergonzados por demostrar en público que lamentamos su muerte.
Quizá, si fuéramos conscientes de lo fuerte e intenso que es el vínculo entre un amo y su mascota, aceptaríamos mucho mejor ese dolor. Eso ayudaría a los dueños de los perros a aceptar su muerte y a superarla.
Un vínculo único entre especies
¿Qué tienen los perros para que su vínculo con los humanos sea tan especial?
Para que los humanos lo sepan, han tenido que adaptarse a vivir con ellos durante los pasados 10 mil años, y lo han hecho bastante bien. Son los únicos animales que han evolucionado y se han convertido en compañeros y amigos.
El antropólogo Brian Hare ha escrito Hipótesis de la domesticación donde explica que los perros pasaron de ser lobos grises a animales con habilidades sociales con los que interactuamos igual que lo hacemos con otras personas.
Puede que uno de los motivos por los que nuestra relación con los perros es más satisfactoria que con los humanos es que los perros nos dan un amor incondicional, sin críticas y positivo. Ya lo dice el dicho: “Voy a convertirme en el tipo de persona que mi perro cree que soy”.
No es casualidad. Han sido criados de manera selectiva para que estén pendientes de las personas. Una resonancia magnética muestra cómo el cerebro del perro reacciona con el mismo entusiasmo ante sus dueños que con la comida. Los perros reconocen a las personas y aprenden a interpretar las emociones de los humanos y sus expresiones faciales. Estudios científicos han indicado también que los perros advierten las intenciones de los humanos, intentan ayudar a sus amos e incluso evitan a las personas que no colaboran con sus dueños o que no los tratan bien.
No es de extrañar que los humanos respondan positivamente a este afecto, a esta ayuda y a esta lealtad. Mirar a un perro puede hacer que las personas sonrían. Los dueños de los perros tienen mayor bienestar y son más felices, de media, que las personas que tienen gatos o que no tienen ninguna mascota.
Como un miembro de la familia
Nuestro gran cariño hacia los perros se menciona en un estudio reciente sobre “equivocarse de nombre”, es decir, cuando llamamos a alguien por otro nombre. Como cuando los padres se equivocan llamando a uno de sus hijos por el nombre de otro. Pasa lo mismo cuando confundimos el nombre de la mascota con uno de los nombres de los miembros de la familia, lo que indica que el nombre del perro se ha asociado con el mismo grupo cognitivo que contiene al resto de miembros de la familia. Curiosamente, con los gatos rara vez pasa esto.
No hay ni qué decir lo mucho que echan de menos los dueños a sus perros cuando no están con ellos.
La psicóloga Julie Axelrod afirmó que la pérdida de un perro es tan dolorosa porque los propietarios no están perdiendo solo a una mascota. Puede significar la pérdida de un amor incondicional, de un compañero que les brinda seguridad y comodidad, y puede que haya protegido a ese ser como a un hijo.
La pérdida de un perro puede alterar también gravemente la rutina del propietario, mucho más que si hubiera perdido a un pariente o a un amigo. Para los dueños, sus horarios diarios, incluso en vacaciones, pueden girar en torno a las necesidades de su mascota. Los cambios en el estilo de vida y en la rutina diaria son unos de los principales causantes del estrés.
Según una encuesta reciente, muchos de los que han perdido a sus mascotas han creído ver o escuchar el movimiento, la respiración o el llanto de su mascota fallecida. Esto suele pasar poco después del fallecimiento, sobre todo a los dueños que estaban muy unidos a su mascota.
Es cierto que la muerte de un perro es terrible. Pero los dueños están tan acostumbrados a la presencia reconfortante y sin críticas de sus compañeros caninos que, muy frecuentemente, acaban adquiriendo uno nuevo.
Sí, echo de menos a mi perra, pero estoy seguro de que volveré a pasar por esto otra vez dentro de unos años.
Frank McAndrew, profesor de Psicología (artículo publicado originalmente en The Conversation)