En pleno cerro, rodeado de verdores y quebradas, el caserío y su zona de influencia honran el apodo de la provincia norteña. Los paseos entre praderas, yungas y espíritus ilustres
Escribe: Pepo Garay – ESPECIAL PARA EL DIARIO
El viajero no lo puede creer. Que la ciudad esté al lado, y tan lejos. Que el cemento asome, pero no se sienta. Que todo sea así de puro, como si la urbanidad fuera cosa de otro mundo. Está en San Javier, un caserío parado en las alturas del cerro homónimo, en el corazón del Circuito de las Yungas, a apenas 40 minutos de San Miguel de Tucumán. Mole a la que mira desde arriba, y no la entiende. Sí entiende a la madre natura, la que le dio estos verdes, la que viene a explicar porqué a Tucumán la llaman el Jardín de la República.
En el llegar a sus dominios ya hay regalo. Peculiar que todo comience en el bullicio, en la coqueta localidad de Yerba Buena (en lo geográfico, un barrio de la capital). Allí, el camino empieza a subir empinado, y tras una larga recta le mete curva y contracurva. En 5 minutos, uno se olvidó de la civilización. Es de selvas la cosa, de nogales, lapachos y otras especies muchas, del solcito metiéndose entre las hojas, de disfrutes.
Así hasta subir a los 1.200 metros de altura. Entonces, aparecen los balcones naturales con los que se empiezan a descubrir panorámicas fantásticas. Al este y en los fondos, se divisa la urbe y sus apuros. Enfilando al oeste, las cumbres Calchaquíes, que llegan a medir casi 5.000 metros y dibujan en el horizonte un entramado de siluetas impactantes.
El rededor inmediato es de praderas. Faldeos de césped impoluto donde reina el silencio, el espectáculo que se mezcla con cerros vecinos, las laderas que bajan como una invitación al rodar. En eso, pasan las cabras, idealizando aún más la pintura. Desde tres ranchitos locos sale una vieja a colgar la ropa, ni saluda, lo mismo que el changuito que ojea al forastero sin hablar, y se vuelve a los autitos y a las gallinas.
Rincones célebres
Tras la exploración inicial, que se podría extender por horas y días en la sola contemplación, toca conocer algunos rincones célebres. El Cristo Bendicente, por caso. Una escultura de 28 metros que se jacta de ser la cuarta más alta del mundo en su tipo (lo dice la infografía de la entrada: el primero es el Cristo de la Concordia, en Cochabamba, Bolivia). La mano derecha arriba tiene Jesús, las pintas casi art-decó, adentro un pequeño museo que explica su nacimiento (culpable es el artista tucumano Juan Carlos Iramain, en 1942).
Después, el camino continúa entre celestes en el cielo y rutas de algodón (es tenue el zigzag, un paseo comodísimo sobre el asfalto), con rumbo hacia el norte. Primero, mira a la metrópoli (cada vez más ajena) para obligar al freno en el paraje La Sala y rendirle tributo a Mercedes Sosa (las cenizas de “La Negra” cantan por ahí).
Más adelante, observa los campos mansos, y de vuelta las cumbres calchaquíes, todopoderosas. De repente surge la Cascada del Río Noque (hay que desviarse 300 metros por un sendero repleto de vegetación) y pueblitos dormilones como El Siambón (Hogar del Monasterio Cristo Rey) y Raco, donde un niño llamado Atahualpa Yupanqui supo soñar sus primeras poesías.
De continuar al noreste, el viajero ira en descenso hasta toparse con la ruta 9 y el movimiento. De regresar, podrá empalagarse en nueva cuenta con San Javier y en Loma Bola lanzarse a los abismos en parapente, o mirar como otros lo hacen, igual que pájaros.
También encarar al sur, continuando el Circuito de las Yungas por Villa Nougués (de estilo europeo) y aterrizar en Yerba Buena. Fin del recorrido, y de las postales que maravillan.
RUTA alternativa
Pican, pican los mosquitos
Por el Peregrino Impertinente
Enemigos letales del viajero son las prisas, las obligaciones, el pico, la pala… pero más lo son los mosquitos. Esos seres tan molestos como viles, que se la pasan revoloteando insaciables, el alma vacía y la cara de nada, mientras de a poquito van chupándote la sangre y dejándote seco, dominado y triste. Si se hubieran presentado a las elecciones ganaban con el 51% de los votos.
Constantes generadores de frases como “decime que trajiste el Off o te parto la mesita de camping en la frente”, “estos hijos de su madre son más infumables que Vilouta relatando el Fútbol para Todos” o “el que me acaba de picar se parecía a Lebron James”; los mosquitos aparecen en casi todo el planeta.
Con todo, es en los ambientes cálidos y húmedos donde resulta más común encontrarlos, fundamentalmente en sitios rodeados de aguas poco profundas, ya que allí es donde se desarrollan mejor las malditas larvas. “¿Alguien me llamó?”, dijo el juez Griesa.
Lo anterior, explica por qué los ecosistemas selváticos son los más propensos a la sobrepoblación de estos insectos. En las junglas de Africa, por ejemplo, los bichos son tantos y tan grandes, que les pones el famoso espiral y se lo fuman al frente tuyo. “Entregá la billetera, el reloj y las llaves del auto”, te dice el líder del clan, echando la última bocanada con la 38 en el cinto.
Aunque lo peor de los tipos, como todos saben, es su rol de transmisores de enfermedades. Clásicas son la malaria, el dengue o la fiebre amarilla, pero hojaldre con el sika que viene subiendo puestos a lo loco y si te agarra te deja tecleando. Que sabia que es la naturaleza.