El reconocido artista Oscar Bravín recuerda las leyendas que pasaron por la explanada del monumento a San Martín y pide que se las recuerde con una placa
Caminando, como tantas veces, llegué al monumento del General San Martín. Asombrado, contemplé la remodelación, una muy buena obra que hacía falta.
Me detuve y llegaron a mi mente mil recuerdos del lugar que conocí por los años 40 o 50. Cuántos cambios para bien, por un lado, el viejo zoo. Llegó del más allá un poderoso rugido, más allá el río y su gente, más cerca -entre una niebla fugaz- llegaron sones de orquestas: era el mítico Rosedal con sus noches musicales.
Creí oír a un locutor anunciar la orquesta de Dante Alessio y destacando a su primer bandoneón, un joven llamado Oreste Maurizio, un grande, un casi olvidado maestro. Luego, nombraron a un tal Deolindo Piñero y sus músicos. Muchas orquestas pasaron por aquí, cuántos cantores: los hermanos Ronald y Juan Carlos Mino, Chiquito Bringas, Jorge Larrue, Héctor Sorial y tantos otros que recuerdo vagamente.
Pianistas inolvidables, grupos como Los Caballeros del maestro Calderón, Conrado Sánchez Rodríguez y una lista interminable. Qué decir de bandoneones: los hermanos Cánova, Rolando, Rovere, Vanzetti y Pacheco, entre otros grandes.
Violines, bueno, qué decir del señor Olmedo, de Bonino, José García, José Medina, tal vez el violín mayor de la ciudad por capacidad y trayectoria tras su paso con Pugliese. También José Basso, Jorge Arduh y muchos más, por lo que pediré disculpas por dejar a muchísimos sin nombrar.
Luego, pensé estaría bueno recordar a aquellos maestros con una humilde plaquita en algún rincón, ya sea en un escalón o una farola, aunque sea los más destacados. Todos, imposible, fueron y son maestros inolvidables.
Luego, me dije “con gente iluminada seguro ya buscaron historias de viejas leyendas”. Sería bueno para futuras generaciones saber quiénes fueron y son estos maestros, digo, quién sabe, tal vez, ¿por qué no?
Oscar Bravín