Por el Peregrino Impertinente
Mucha gente dice que el archipiélago de San Blas tiene las playas más bonitas del mundo. Pero a mucha gente también le gusta Majul, por lo que el argumento del principio no valida absolutamente nada. Habría, entonces, que tirarlo a la basura o prenderlo fuego. A Majul.
El sitio en cuestión encuentra domicilio en la plenitud del Mar Caribe, muy cerca de las costas de Panamá, país al que no se le escapó la tortuga (marina) y lo inscribió como propio. Está compuesto por casi 370 islas, una más linda que la otra. Cada una es dueña de playas paradisíacas, caracterizadas por arenas blancas, aguas cristalinas y horizontes diáfanos. Un combo irresistible que a más de uno le hace pensar en abandonar el trabajo, la pareja, los hijos e iniciar una nueva vida al borde del mar, onda Yabrán.
Se calcula que en esa tierra prometida viven unas 50 mil personas, la mayoría pertenecientes a la etnia guna “Guna vez que vean lo gunísimo que está este lugar se guan a querer morir”, dice en tono picarón un aldeano de la colectividad, quien de tanto comer pescado se convirtió en uno.
De hecho, y gracias a la perseverancia y el espíritu combativo local, medio centenar de las islas están regenteadas por los nativos, quienes definen sus propias leyes y autoridades. Por ejemplo, en teoría es el cacique quien determina si el turista puede quedarse a pasar la noche en el archipiélago. “Eso depender si los señores traen Visa, Mastercard o Cordobesa”, dice el capo de la tribu, que es de todo menos gil.