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Encantos linderos al Titicaca

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Encantos linderos al Titicaca

Pegado al célebre lago, este hermoso pueblo convida con su talante andino. Cultura indígena, cerros panorámicos, una iglesia impresionante y la marca del agua

Escribe: Pepo Garay
p20ESPECIAL PARA EL DIARIO

 

C opacabana está ubicada en el extremo centro-oeste de Bolivia, en la frontera con Perú, al lado del Titicaca. El hecho de vivir pegada al lago navegable más alto del mundo la deja en un permanente segundo plano. Olvidada, cautiva de la fama de su vecino y de las urgencias de los viajeros de cinco continentes que quieren eso, eso, eso, el Titicaca, sus islas del Sol y de la Luna, la cruz en la bitácora y adiós.

Pues no, hay que hacerle un poco de justicia a este pueblo hermoso y enigmático. Una joyita de tres mil habitantes con sangre aimara y quechua respirando a 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar. Lo hacen abrazados a un sol compadrón, a morros ásperos, al ambiente rural y pesquero, a la cultura andina característica, a una iglesia imponente y a una costa que se extiende generosa.  

 

Virtudes propias

El paseo comienza entonces por la bahía, el punto neurálgico de la capital de la provincia de Manco Capac (el nombre es un homenaje al supuesto primer gobernador incaico, quien, según la leyenda, nació de las espumas del Titicaca).

Allí, al borde de un azul azulísimo y horizontes de cordillera, aldeanos en bombín y coloridas prendas (vestidos hasta las rodillas las mujeres, pantalón largo pinzado y sweater los hombres) encienden el ritual de la vida a base de calma y hoja de coca. Algunos venden artesanías a los turistas que salen o entran a los restaurantes con vista al agua, otros pescan truchas desde los botes. Los que sobran, contemplan y piensan, siempre callados.

Los acompañan dos cerros: al norte el Calvario, que habla de la conquista española desde su solo nombre, y a partir de las 12 estaciones del Vía Crucis que le inundan la ladera y que locales y peregrinos visitan en fechas religiosas. Al sur, el Kesanani, cuya cúspide está coronada por el Inti Watana. Se trata de un antiguo observatorio astronómico inca que también era utilizado para diversas ceremonias. Desde cualquiera de las dos montañas, las panorámicas del pueblo y el Titicaca son sencillamente alucinantes.

De vuelta en el “área urbana” (es un decir), destaca el Mercado Central, donde campesinos llegados de los cuatro puntos cardinales ofrecen su yuca, su pollo, su arroz, su papa, su maíz. De los granos de choclo suelen hacer un destilado conocido como “chicha”, ideal para alegrar los corazones en las muchas fiestas populares que Copacabana ofrece a lo largo del año. Sobresale, asimismo, el Museo de Interpretación Natural Pacha Uta.

Con todo, la figura estelar es sin dudas la Basílica del Santuario de Copacabana. Una impresionante estructura de cuatro siglos de antigüedad, protectora de la Virgen de la Candelaria de Copacabana, una de las imágenes más antiguas de la virgen en América. De ahí que en la aldea aterricen peregrinos de toda Bolivia, colmados de fe y esperanza.

En la esfera opuesta, los alrededores convidan con mística incaica en el centro ceremonial de Intiqala, el Museo Arqueológico Regional de Kusijata y los restos arqueológicos y pinturas rupestres de Kopacati. Lindero y omnipresente, el lago bendice la estela que dejaron sus antiguos amigos.

RUTA ALTERNATIVA
El periplo de Vasco da Gama

Por el Peregrino Impertinente

Viajes hemos hecho todos, pero pocos han tenido la trascendencia del que llevó a Vasco da Gama desde Europa hasta la India, a bordo de uno de los primeros barcos en lograr semejante proeza. Una gesta alcanzada en 1498, es decir, apenas seis años después de que Colón arribara a América y 516 antes de que Catherine Fulop llegara a Villa María y al público le dieran ganas de ahorcarla con hilo lonero.

Aquel periplo arrancó en julio de 1497, cuando el rey Manuel I designó al navegante portugués para encabezar una expedición que conectara el viejo continente con Asia a través de un camino alternativo. “Ocurre que el paso del Mediterráneo está cerrado por los otomanos y yo no me enfrento a los chiquitos esos ni vendiéndole el alma a Rodríguez Saá”, le explicó el monarca, mientras se clavaba un pancho en el puerto de Lisboa.

Una vez armada la valija, el valiente Vasco partió con rumbo a lo desconocido. Primero bordeó la costa africana, pasando por lo que hoy es Cabo Verde, Sierra Leona y Sudáfrica. “Del continente lo que más me gustó fueron los animales, sobre todo los leones, los elefantes y los negros”, relató luego el explorador, quien como la mayoría de los líderes de su época era más racista que skinhead paseando por Israel.

Para marzo de 1498, la caravana de tres carabelas arribaba a Calicut, en el suroeste de India. Allí, Da Gama se reunió con el rajá local contándole lo que impulsó la travesía: el deseo de Portugal de conseguir las tan codiciadas especias hindúes. “¿De verdad te cavaste semejante viaje para buscar pimienta? Qué cortadazo verde”, dijo el rajá. Aunque el astuto intérprete, para no generar conflictos y salvar la concordia del mitin, cambió los dichos de su jefe y en vez de “pimienta” tradujo “nuez moscada”.