
Tras dos funciones a sala repleta, la novel compañía local brindará el 23 de abril una última presentación en La Panadería

El próximo domingo 23 se llevará a cabo la última función programada de “La revuelta”, la primera producción escénica del recientemente conformado elenco del Teatro Uno.
Será en la sala La Panadería (José Ingenieros y Salta), donde el viernes pasado se montó la segunda presentación -con las butacas repletas-, luego del debut realizado el sábado 1 en el Centro Favio, con entradas agotadas de antemano.
Vale señalar que las expectativas estaban depositadas en comprobar cómo se desenvolvía una compañía vocacional compuesta mayoritariamente por exintegrantes del Elenco de Teatro Independiente quienes, tras elegir la pieza en cuestión, convocaron al joven Andrés Brarda (de Teatro de Herejes), para la dirección.
“La revuelta”, de Santiago Serrano, es un texto que desde el vamos exhibe sus reminiscencias al legado lorquiano: un personaje femenino rotundo, despótico, masculinizado y polémico, vertebrador de la trama, a lo “Bernarda Alba”; un fresco sociopolítico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con acento en las diferencias de clase según la propiedad de las tierras; y un desenlace netamente trágico, donde la sangre se erige como el mayor capital simbólico de una familia, más allá de su procedencia, que siempre debe ser despojada de cualquier traición o impureza de índole sexual.
Junto a estas cualidades reconocibles, Serrano -quien escribiera el texto 30 años atrás- “actualiza” temáticas como la irrupción del feminismo, frente al machismo galopante, e imprime sus reparos sobre las gestas revolucionarias. “Yo prefiero panzas llenas antes que un pueblo convertido en un cementerio”, le hace decir a uno de sus personajes. Pero más que todo baña a la historia con un pulso melodramático, más próximo a las novelas de la tarde: la trama es una cadena retorcida de traiciones (intrafamiliares, entre hermanos y entre parejas y la de un supuesto líder rebelde cometido contra su pueblo), donde ni siquiera los personajes más puros escapan al dolor tajante o a la muerte.
La puesta, que cuenta con un buen trabajo escenográfico y de utilería, cuenta con pasajes alegóricos como en el inicio, a cargo de la bailarina Carla Resquin.
Eliana Rojas encarna a una monstruosa, excesiva y autoritaria Malva; Mario Molina a Martín, el hijo reprimido que ejecuta las traiciones; Marina Monti a Judith, la disruptiva detentora del deseo sexual que se regodea entre los hermanos; Natalia Geremía recrea a Sara, la noble, humilde, laboriosa y a la vez siempre esperanzada criada de la casa; y Gabriela García a Tonia, la voz de la razón y cordura en la obra.
El desarrollo de la puesta (de cerca de dos horas de duración), en ocasiones se vuelve demasiado morosa. No obstante, los intérpretes aciertan en los momentos más impactantes y en el clímax resolutivo, el cual termina por fundir a negro espeso todo astisbo de final redentor.
Juan Ramón Seia