Escribe: Juan Manuel Gorno
Gorra, bandera y vincha. Y papelitos. Los muchachos se amontonaban en la puerta como si La Bombonera se hubiese mudado al centro de Villa María. Pero no era la cancha de Boca, tampoco Plaza Ocampo y mucho menos uno de los tantos bares que abrieron ese día para “vivir otra tarde de gran fútbol”.
Se trataba del cine. Porque el regreso de Diego a Boca tenía que verse en pantalla grande, sin medias tintas. Y porque verlo en casa no era para el pueblo.
“Maradoooo/Maradooo”, gritaba un grupito de adelante, mientras otros más atrás no sabían si convenía el pochoclo para disfrutar del espectáculo de 90 minutos (obra para el Oscar) o buscar el puesto de “chori” que estaba en la vereda, como indica el manual futbolero. Los más fanas de Boca se mordían las uñas y, al lado, un grupo de mujeres comentaba el mal toque estético del crack con ese mechón rubio. Pero cuando la pelota empezó a rodar y el sonido del cine combinaba el relato con el público boquense, al Diego todo le quedaba bien. Incluso algunos desaforados se subieron a la butaca para putear al “Huevo” Toresani, ya convertido en enemigo público número uno. La bronca deambulaba en el ambiente hasta que… como nunca, un “actor de reparto” como Scotto hizo estallar un cine de júbilo.
Cuando se cerró el telón, cada uno volvió a su casa. Diego había convocado al show y se podía decir que sólo algunos tuvimos el lujo de verlo por un cine, aunque muchos otros se lamentaban porque se pelearon por una silla del café a dos cuadras. Todos éramos parte de una mayoría que veía al codificador como un elemento inalcanzable.
Después de 20 años, los verdaderos responsables de aquella historia están imputados por arreglos espurios en la FIFA. Crucifican a Maradona porque ya no les sirve, mientras tratan de recuperar el dinero perdido, quitándole el jarrón de la casa al mejor relator que tuvo el fútbol argentino. Y sólo por mostrar un partido de Boca.