Ubicado en el corazón de la cordillera central colombiana, el pueblo brilla con su colorida y singular arquitectura, y un rededor donde los protagonistas son las montañas, las palmeras, las fincas cafeteras y las tradiciones de su gente
Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
1) Folclore colombiano y naturaleza: emplazado en el corazón del Departamento de Quindío, en el centro oeste de Colombia, Salento se presenta como un destino de culto. El lugar ideal para todo aquel que quiera conocer la esencia de los paisajes cordilleranos del país, con extensiones de verde que se expanden por las serranías, repartiendo aquí y allá fincas que, según los lugareños, producen los mejores granos de café del mundo.
En ese concierto de palmeras y preciosas laderas, el folclore colombiano se luce en grande. Las gracias hay que dárselas a los hombres que calzan sus clásicos sombreros “vueltiaos”, a las mujeres que acarrean los bueyes por los caminos del campo, y a todo bar de mala y buena muerte, donde los ballenatos son incendiarios, los muros roídos, y los rostros salidos de una novela de Gabriel García Marques.
2) El valle de las palmeras: hablando de lo estrictamente natural, Salento destaca especialmente con el Valle de Cocora. Una maravilla de praderas atiborrada de palmeras de cera (árbol nacional de Colombia), bosques nubosos y picos como sueños en verde, que forma parte del Parque Nacional los Nevados.
Allí, vital es la oportunidad para realizar caminatas de todas las extensiones (un par de horas o varios días), que se tutean con ríos, cascadas y granjas cafeteras. El espectáculo (radicado a 20 kilómetros de la plaza principal), puede verse incluso a través de un espectacular mirador, ubicado en los altos del pueblo.
3) Coloridas y primorosas casitas: el mencionado mirador está emplazado bien al final (empinada subida mediante) de la Calle Real, arteria madre de Salento. Poco más de media docena de cuadras en las que explota otro de los íconos locales: la llamada arquitectura colonial antioqueña (por Antioquia, Departamento cercano al Quindío y cuya capital es Medellín).
Representantes del movimiento son la hilera de casitas (una al lado de la otra, literalmente) de romántica estampa, tan coloridos sus frentes de madera, sus balcones, sus pórticos y ventanales. Fueron puntillosos los pinceles al teñir los sócalos de un azul, las puertas de un naranja, las barandas de un amarillo. No importa si se trata de viviendas particulares, restaurantes, cafés o tiendas de recuerdos: todas presentan credenciales de primor.
4) Señoras termas: también considerada como una escapada ineludible, la aldea de Santa Rosa potencia los aires colombianos de su vecina y le añade el anzuelo de las termas. Al igual que en muchos otros rincones de la cordillera central, los espacios donde el agua brota a más de 40° de temperatura convoca a criollos y foráneos a relajarse en torno a un paisaje ideal.
En el complejo principal, una cascada gigante genera la foto más deseada, mientras invita a recorrer algunos caminos montañosos que descubren más preseas entre el follaje.
5) Visita a las fincas: no por casualidad se le llama “Eje Cafetero” a la zona donde Salento muestra cartas de emblema. Ya se dijo que los paisajes están repletos de fincas, pero no que las mismas están abiertas a todo aquel que quiera sumergirse en este particular mundo del “grano sagrado”.
Pues así es: a través de tours guiados, o de forma independiente, el viajero podrá visitar algunos de las muchos emprendimientos que pueblan los rededores, y conocer los secretos del proceso entero. Una experiencia ciento por ciento colombiana.