El músico tucumano se presentó el pasado lunes en el Centro Cultural Leonardo Favio en el marco de la Feria del Libro. Allí brindó un concierto y socializó el libro “De la raíz a la copa” (Eduvim ediciones), donde se funde el compendio musical con la autobiografía de 50 años de carrera. En una entrevista de más de una hora, Falú habló del folclore actual, del tango, las políticas culturales y su feroz rechazo “a la cultura del rock que todo lo tiñe en Argentina”
Introspectivo como una zamba y tranquilo como el acento tucumano. Comprometido en su lucha política, pero más comprometido aún en sus convicciones artísticas. Provinciano y capitalino a la vez. Conversador y silencioso. Conciliador y polémico. Acido y amigable. Tímido y desprejuiciado. Pero por sobre todas las cosas telúrico y cosmopolita como el sonido de su guitarra. Así es Juan Falú porque de todos estos claroscuros (que superan ampliamente el concepto de “contradicción”) está hecho su espíritu, el de uno de los guitarristas más profundos de todo el folclore argentino y (acaso) el último de una especie cuyo ADN hunde sus raíces en su tío Eduardo, Atahualpa y el “Chango” Rodríguez. Y será desde todos estos ángulos que el músico hablará con este medio en un hotel céntrico antes de subir al escenario para confesar su vida en formato literario y musical. “Porque si hay algo que puedo hacer durante toda mi vida es tocar zamba”. Y esta frase suya debe ser entendida más que como una poética, como conclusión existencial o pancarta de su propia ontología.
“Twist y gritos” versus “Vidala y silencio”
-“Tucumán”, “La Dictadura”, “El Exilio”, “Músicas Populares”, “Eduardo Falú” (por tu tío) “Lucho” (por tu hermano Luis, desaparecido) … Son algunos capítulos de tu libro ¿Cómo lo definirías?
-Básicamente como una recopilación de textos sueltos que dan cuenta de toda mi vida, aunque la mayoría fue escrita en los últimos años. También hay cosas de amigos, como Liliana Herrero, Marcelo Moguilevsky, Carlos Aguirre… O letras de Pepe Núñez y Roberto Yacomuzzi para canciones que escribimos juntos. También hay varios textos que escribí sobre la cultura del rock que me han causado algunos dolores de cabeza…
-¿Por qué?
-Porque suelo ser polémico con algunos temas que parecen marginados de un debate profundo. Y siento que muchos no se animan a decir lo que yo digo, que se lo callan para no ser políticamente incorrectos. Yo no hablo del rock como música, que a uno le puede gustar o no. Mi crítica es hacia una “cultura del rock” que tiñe todos los segmentos de la vida diaria de los argentinos, sobre todo en lo que atañe a políticas oficiales.
-¿Podrías ahondar este concepto?
-Me parece que el Estado le tendría que dar más apoyo a lenguajes con más raigambre histórica y que no cuentan con el respaldo del mercado o las multinacionales, como sí cuenta el rock. El actual director del Instituto de Música, Diego Boris, es alguien que viene del rock. Y las medidas que ha tomado hasta ahora fueron la de instituir un “Día Nacional del Músico” el día del nacimiento de Spinetta, y el “Día Nacional de la Guitarra” para el día del nacimiento de Pappo. Ese muchacho, que es un perfecto ignorante, cree que el país se ha fundado hace 40 años…
-¿Y creés que esa “cultura rock” ha empapado al folclore también?
-Sí, porque de un tiempo a esta parte el folclore también ha centrado su actividad en los espacios masivos y ha comenzado a adoptar instrumentos amplificados con efectos. Pero lo más nefasto de todo es que, si la música tiene que circular en grandes espacios y a un volumen altísimo, se empieza a desdeñar el arreglo musical. O sea que lo que importa no es la sutileza, sino la masa sonora. Cuando eso pasa, es que a nadie le importa la música…
-¿Por eso es que has sido tan esquivo a los megafestivales?
-He sido esquivo hasta que empecé a apostar a que ahí también hay sensibilidades. Me pasó en Cosquín, cuando en 2006 regresé después de diez años. Literalmente “me asustaba”, tenía miedo de verme solito ahí con la guitarra. “No es un lugar para mí”, me decía. Pero esa vez me la tomé como un desafío y me fue muy bien. Le dije al público “tengo 12 minutos, o sea que voy a tocar tres temas y una zamba lenta”. La gente hizo un silencio muy respetuoso y largué con “La tristecita”. Deben haber sido las palabras más felices que dije en toda mi vida. Después me pidieron un bis y la organización no me dejó tocar. Se armó un quilombo que jugó a favor de mi figura…
-No es común por estos tiempos ver a un solista en un festival…
-Para nada. A tal punto que en los premios del folclore eliminaron completamente la categoría de “solista”, siendo que es una figura fundamental para el género. Eso también es herencia del rock, donde lo que predomina es el grupo tocando fuerte, como una descarga en forma de masa sonora y sin individuos. Y ésa no es la forma más feliz de hacer música. No es un modo de introspección…
-Pero mirá, Juan, “Muchacha ojos de papel”, “Cantata de puentes amarillos”, “Desarma y sangra”, “Cactus”, “Imágenes paganas”, “Canción para los días de la vida”, “Mariposas de madera”… El rock nacional también tiene introspección…
-A mí “Muchacha ojos de papel me encanta”, pero eso para mí no es rock. En el rock actual sólo encuentro esa masa sonora que te digo. Nada de intimidad. Pero ojo, en el folclore también hay frivolidad y siempre hubo polémicas: que los folcloristas comerciales, que los festivaleros, que los romanticones, que los sensibleros, que si te gustaban “Los Chalchaleros” no te gustaban “Los fronterizos”… Pero “al músico” no lo discutía nadie, a pesar de que había dos bandos…
-¿Qué bandos?
-Algunos decían que Eduardo Falú era frío y que Atahualpa Yupanqui era caliente, pero eran los referentes indiscutibles, dos titanes. Pero en el rock de hoy yo no veo ninguna discusión y tampoco veo ningún “músico” del tamaño de Atahualpa o de mi tío. Muchos folcloristas piensan como yo, pero no dicen nada para no quedar mal. Y eso es porque se asoció el rock con el “progresismo” y nadie quiere ganarse el título de “conservador”.
-¿Vos te considerás conservador?
-Yo amo las tradiciones, pero siempre fui completamente renovador en lo que hago. Y no estoy solo en esto, sino que me inspiré en muchos que también lo hicieron. Pero en cambio yo escucho rock y todo suena igual. Entonces, ¿quién es el conservador? Vos fijate que el rock nació como “transgresor” y hoy es la música funcional al sistema, la música de fondo de todos los actos políticos. Entonces hay una falacia. Sin embargo, paradójicamente, el folclore se reinventa siempre.
-Decís en tu libro que podrías tocar zamba toda tu vida…
-Es que soy de una tierra muy zambística y en Tucumán la zamba vuela constantemente. Allá se la toca, se la canta y se la baila. Pero después me di cuenta de que ese amor está en todo el país. Si uno se pone a ver el repertorio de zamba nacional, es increíble la cantidad, variedad y riqueza existente. Hay zambas increíbles que calaron profundamente. Son una especie de pertenencia cultural e histórica que incluso hacen que el músico de rock anhele hacer una zamba.
-¿Cómo es esto?
-El rockero siempre quiso hacer una zamba o una vidala o una chacarera, porque el músico de rock anhela tener algo de lo que pertenece a la cultura más profunda de su país. Eso me parece bien. Lo que no me parece bien es que un par de generaciones hayan conocido obras del folclore traducidas por el rock…
-¿Te referís al “Arriero” en la versión de Divididos?
-A ése y a muchos otros. Sería más saludable para esos pibes escuchar el original. Lo triste es que, cuando el rockero adopta algo del folclore, lo hace como quien no tiene identidad, es decir, que adopta lo que le asegura una identidad rápida y “exprés”, y por eso toma los personajes del folclore más emblemáticos como Atahualpa (Yupanqui), el “Cuchi” (Leguizamón) o la “Negra” (Sosa). ¿Y el resto? ¿No hay guitarras cuyanas o verduleras del litoral? Pero a esas cosas los rockeros no las conocen. Ellos tienen la búsqueda de identidad del que no tiene identidad, como el turista que va a adorar la Pachamama y no tiene idea de lo que es esa tierra ni esa cultura.
Confesiones de un músico inconformista
-¿Te gusta el tango, Juan?
-Me gusta pero no todo. Me cansa un poco el cliché del cantor de tangos. Pero he adorado a Goyeneche, a Edmundo Rivero a Gardel… También he adorado la guitarra de Grela, el bandoneón de Troilo, la poesía de Manzi… Pero muchas cosas del tango me cansan. Soy bastante jodido con mis gustos musicales, como te darás cuenta. Empezando porque no me gusta todo lo que yo hago ni todo lo que yo toco. No me gusta escuchar mis discos. Sólo rescato algunas cosas sueltas…
-¿Sos muy autocrítico?
-Te diría que demasiado. El sonido es un tema que me preocupa mucho. Me di cuenta de que las pocas veces que salió un disco mío en vivo ha tenido una sonoridad más agradable que grabado en estudio. El sonido es algo que todavía no he resuelto. Tuve un período en que grababa en forma libre, es decir, sin arreglos. Y así me tiré a la pileta muchas veces. Y cuando uno se tira a la pileta los resultados son inciertos. Creo que tendría que haber dejado registrado las mejores versiones o haber estudiado los arreglos para tocarlos después. Pero me cuesta muchísimo estudiar. Y estoy en esa lucha interna entre seguir la espontaneidad o intentar la disciplina. Pero ojo, a la improvisación no la computo como un mérito, es una manera mía de acomodarme a mis capacidades y a mis limitaciones…
-¿Es que tiene “limitaciones” Juan Falú?
-Te lo puedo asegurar que tengo, lo que pasa es que uno se las rebusca. En algunas tonalidades toco mejor que en otras y las aprovecho y los pasajes que son muy rápidos los canchereo, siendo que no soy un tipo que tenga velocidad. A veces la velocidad es importante en una idea musical, pero no la tengo porque no estudié la técnica. A este sinceramiento lo vengo haciendo hace rato. ¿Cuál es el sentido de decirte que estás haciendo bien las cosas cuando sos consciente de tus fallas?
-¿Te considerás un músico intuitivo?
-Toda mi vida fui intuitivo. A las técnicas las fui adquiriendo según mi relación con otros músicos, pero siempre me achaqué la falta de estudio sistemático del instrumento. Mi tío era intuitivo también, pero luego fue muy sistemático. Mi viejo me decía siempre “el camino de la música es difícil porque hay que ser muy bueno y además tener mucha disciplina. Miralo a tu tío Eduardo, todos los días estudia de las ocho de la mañana hasta el mediodía”. Y yo ya me había perdido en la noche tucumana y a esa hora recién volvía a mi casa… Fui creciendo con la idea de que era un atorrante y que no iba a ser nunca como mi tío…
-Pero tocabas todos los días en las peñas, según decís en tu libro…
-Sí, mis noches de guitarreadas eran compulsiva. Eso me ha dado algunas capacidades, como la espontaneidad y una manera de vivir la música en caliente, pero también me acarreó la falta de disciplina. Hasta hace poco, después de cada concierto proponía una guitarreada y tocábamos hasta el amanecer. Pero no eran de un profundo silencio. Eran reuniones en torno a la música. Las otras guitarreadas de gritos y borracheras las odio…
-Me decías de tu amor a Gardel y Goyeneche. ¿Has tocado tango alguna vez?
-Sí, pero me he sentido acomplejado porque no me siento “tanguero”. Como el tanguero es muy apegado a las líneas estilísticas, yo prefería estar solo y acompañar a un cantor con mi guitarra. Estar en un grupo de tango supone ceñirse a los estatutos del género. Y así como los resultados son buenísimos, esos mismos estatutos a veces conllevan el riesgo del estereotipo. Pero ojo, esto es apenas una consideración mía, aunque yo creo que lo que más se mueve desde lo musical es el folclore.
-¿El folclore tiene más libertad que el tango?
-El folclore siempre te da permiso, en cambio en el tango el permiso no es tanto. Vos en folclore podés ir a lo más ancestral y tener una gran modernidad. El folclore parece estar abierto a todas esas posibilidades. Por eso hay una paradoja que sería el motor de una gran discusión musical: el lenguaje que teóricamente es el más tradicional de todos, es decir, el folclore, es a la vez el más moderno…
Y Juan Falú se queda en silencio sentado en el sillón negro del hotel, como vacío de palabras. Y tras la foto que le tomo a las apuradas, me dice “tengo que cambiarle las cuerdas a la guitarra. Un gusto, muchacho. Y disculpame si te herí alguna susceptibilidad rockera”. Le digo que de ninguna manera, que no se haga problemas, que estoy seguro de que en algún cielo con diamantes Yupanqui y Spinetta tocan juntos y no hay ninguna discusión cuando “no hay pago como mi pago” y todo un país “se ha vuelto canción, barro tal” vez para construir un primer hombre donde grito y silencio sean una misma, única voz.
Iván Wielikosielek