Elvira Montenegro de Caballero nació en Hernando el 19 de diciembre de 1928. Viuda, dos hijos, ocho nietos, bisnietos. En 1946 se radicó en Villa María y comenzó a trabajar en una fábrica de fideos, la eligieron delegada gremial y por esa razón fue despedida y al tiempo reincorporada con la condición de que se olvidara del sindicato. Después de la Revolución Libertadora comenzó a militar en el peronismo, en el marco de la proscripción de ese partido. Fue una de las misioneras de Eva Perón cuya función era la ayuda social. Trabajó activamente para el regreso del General Perón a la Argentina. Fue delegada Regional de IPAM desde 1973 hasta que se jubiló. Tiene en sus espaldas cuarenta y nueve años de militancia y una larga historia para contar
Escribe Nancy Musa
DE NUESTRA REDACCION
Habla con voz suave, habla con las manos, con la mirada, con el corazón. Narra sus vivencias y sus ojos claros y transparentes se iluminan, el documento dice que tiene 89 años, su alma cuenta otra cosa, parece haber conquistado la juventud eterna.
Es tan especial que resulta inevitable escucharla sin conmoverse, sin soltar unas lágrimas o de pronto una carcajada por su fino e inteligente sentido del humor.
Elvira Caballero es una mujer con mayúsculas, auténtica, aguerrida, con la fuerza de un roble y la calidez de una flor. Es la militante que nunca sacó réditos, que todo lo hizo por amor al país y a su pueblo. La que venció el miedo para cumplir el sueño de verlo regresar a Perón, tras el exilio, la que ama su casa del plan Eva Perón y la cuida como una reliquia. La peronista de base que hoy no se siente representada por nadie.
-¿Por qué se hizo peronista?
-Porque el peronismo fue un movimiento nacional de base, no era andar comprando voluntades, era un movimiento de gente cansada de otras propuestas políticas, no era un partido que andaba buscando votos, fue espontáneo, fue un movimiento de ideales, por eso me hice peronista.
Y mi novio, que después fue mi marido, era de una familia de radicales perros, y se volvieron peronistas por la pobreza en la que vivían.
Nací peronista , fue el momento, nadie me empujó a serlo.
-¿Qué recuerdos tiene de 1945, cuando surge el movimiento?
-En el 45 ya anda Perón en su gira como secretario de Trabajo, y recuerdo que Evita en una ocasión pasaba por acá en el tren. No recuerdo bien el año, y mi marido me dice “no hay que ir a esas reuniones porque se amontonan todos”, y él se fue no sé dónde porque era bastante pícaro (risas), y yo me quedé en casa. Y al lado de mi casa había unos vecinos que iban a la estación y me fui con ellos. Era una jovencita con trenzas (muestra su foto), y los chicos de la juventud que venían en el tren estaban encantados conmigo, así que me quedé ahí y estaba con los ojos puestos para ver si la veía a Evita. Y la vi fugazmente cuando arrancó el tren porque me quedé mirando a la hermana. Y los chicos me daban paquetes, pero me los quitaban de la mano (risas), porque yo no tenía interés en los paquetes, quería verla a ella.
Después agarré uno o dos, era ropa que después la doné.
-Sé que también lo vio a pasar a Perón por la ciudad…
Sí, había dos policías, Fernández y Vera, que estaban de guardia en la calle Mariano Moreno, frente a la casa del doctor Sabattini. Yo siempre conversaba con ellos y un día el Negrito Fernández me dice “le voy a decir una cosa, pero para usted sola, no le diga a nadie, mañana como a las cuatro o cinco de la madrugada va a pasar Perón por acá por la Mendoza”. Porque antes la calle Mendoza era doble mano.
Y la caravana iba para la calle Rivadavia, rumbo a La Carlota creo. Le cuento a mi marido y le pido que no diga nada. Yo me levanté temprano, nosotros vivíamos en un departamento y había un pasillo largo. Me puse una camisa a cuadros afuera del pantalón y ahí lo esperé.
Venía la caravana rápido y yo sacudía la camisa a cuadros (hace los gestos) para decir que era una descamisada (risas).
-La descamisada, eso estuvo muy creativo Elvira…
-(Risas). No me daban bola pero a la mitad del paso aminoran la marcha. Me parece que el conductor era uno de los Gálvez y atrás venía Perón con los perritos. (Pausa y suspiro). Entonces saca la mano por la ventanilla, yo me arrimo y le agarro la mano. “Querido mío”, le dije, se reía Perón. Le besé la mano. Y una tía mía que era radical estaba ahí y dijo “qué vergüenza, decir querido mío adelante del marido” (risas).
Y después cuando Perón se fue porque lo deportaron, nosotros luchábamos por su regreso con mi marido, gente de Luz y Fuerza y otros gremios.
-¿En ese momento arman las misioneras de Evita?
-Un día vino la senadora María Cristina Medina, que fue una de las primeras mujeres senadora por el Departamento General San Martín y quiso conocerme.
Y me entrevisto con ella, conversamos, y empezamos a armar las misioneras de Evita. Empecé a convocar a mujeres, pero muchas tenían miedo de participar porque el peronismo estaba proscripto.
Cuando golpeaba las puertas, algunas me la abrían a medias porque creían que éramos unas locas desatadas andando en estas cosas.
Pude convocar a cuatro personas, la idea no era entrar en la lucha política. Las misioneras de Eva Perón tenían la función de hacer ayuda social. Y eso hacíamos, ayudar.
Y andábamos por todos los barrios, esa es la verdadera tarea del político, ahora andan en avión, salen con las artistas, cómo cambian los tiempos.
Nosotras teníamos que ir caminando, lejos, e íbamos felices, contentas, porque íbamos a barrios muy carenciados y cuando entrábamos dejábamos marcada una unidad básica y era como dejar una cañonera. Nosotras les llevábamos cosas y se unieron y nos ayudaron.
Fue lo mejor que me pasó la vida.
-¿En esa época existía el odio, el enfrentamiento en la sociedad?
-No como ahora. La política tiene esas cosas, enfrentamiento de ideas yo, por ejemplo, sabía salir con la publicidad y sé que decían “allá va la loca Caballero” (se ríe). Nos decían cosas pero nosotras salíamos dispuestas a todo.
Cuando estaba de intendente Salomón Deiver, le pedimos permiso para usar la placita y juntar el pan dulce y la sidra. En plena proscripción del peronismo. Deiver nos pidió que no lo comprometiéramos y le dijimos que no se haga problema, que no lo íbamos a comprometer. Cedió la plaza y nos pidió que no pusiéramos nada alusivo a la política (se ríe).
Hicimos el acto y dimos pan dulce y sidra. Me acuerdo que le dije a Deiver, “a usted le gusta ayudar a la gente, no nos niegue a nosotras la posibilidad de ayudar que tenemos la mejor voluntad”.
“Estas chicas”, dijo. Y pedimos sidra, pan dulce, el Cacho Signoretti nos donaba pan dulce, donde pedíamos nos ayudaban , se fue agrandando la cosa y se nos colaban algunos políticos (sonríe).
Mi marido se cansó y dejó, decía que Perón no iba a volver, que el avión negro, el avión blanco, y le dije “vos me llevaste acá y ahora te cansás”. “Es que no va a volver”, me contestó.
-¿Usted estaba segura de que iba a volver?
-Sí, yo estaba segura. María Cristina era la que traía todas las órdenes y Daniel Paladino era el delegado de Perón.
Un día, me fui a Buenos Aires a verlo. Estaba en barrio Norte, en Pacheco Melo, llego y había varias personas en una sala. Y cuando entro, abren una puerta y estaba una política de Córdoba que me preguntó qué quería. Le respondí que quería hablar con Paladino, vengo de Villa María y quiero hablar con él. Me dijo que le dijera a ella y yo insistí que justamente quería tocar el tema de los emisarios con él personalmente. “Ahora no podemos, tenemos un acto”, me dijo.
Y vos sabés que había una periodista extranjera, me llama y me dice “me gusta como le contestó a quien le abrió la puerta, yo la voy a conectar con Paladino”
Y ella me hizo pasar.
-Cuándo estuvo con él ¿qué le dijo?
-Le dije que estaba angustiada, porque hacía mucho que veníamos luchando porque queríamos el retorno del General Perón a su Patria. Y me preocupa la defenestración suya, le dije. Estamos siempre con vueltas, que viene el avión blanco, que viene el avión negro y tengo miedo de que se me vaya esta fortaleza de lucha con la ansiedad que nos motiva por ternerlo a Perón en su Patria.
“No se haga problema compañera que esto para mí fue como un gran aguacero que me agarró con un buen piloto. No deje de luchar con esa fortaleza que tiene, deme su nombre y dirección que ya nos vamos a comunicar”, me contestó.
Tengo la foto con Paladino, me la pidió Germán Bicego y me invitó a un acto en homenaje a la democracia y a las mujeres. Y me pidió fotos para poner ese día.
-¿Qué representó la figura de Eva para las mujeres de mediados del siglo pasado?
-Todo, todo (se emociona). No me voy a olvidar de un acto que le hicieron a Eva cerca de la Medioteca y alguien que no recuerdo el nombre empezó a contar de quien era hija, lo que ya sabemos.
Yo quería que hablaran de otra cosa de Eva. Evita fue única, no habrá ninguna igual ni con su piel ni con su voz ni con su corazón. Evita era todo y estoy orgullosa de haber sido una misionera de Eva Perón.
-¿El día que murió?
Fue muy triste (emocionada). Andaban los aviones por todos lados, después fui a Buenos Aires a un homenaje que le hicieron en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Y ahí fui, subí a la Secretaría, nunca me voy a olvidar y de allí vi al pueblo, sentí el bramido del pueblo. Recordé esas palabras de Perón “llevo en mis oídos la música más maravillosa, que es la voz del pueblo”.
Desde arriba yo miraba ese bramido, también me saqué fotos ahí. Tengo tantas cosas, tantos recuerdos.
Y también a Evita la fui a ver, a la Quinta Presidencial, cuando trajeron los restos. Me fui a Buenos Aires con mi marido, y ahí estaba con su túnica, sus pies descalzos, su rodete, la pude ver ahí (se emociona).
-¿Por qué cree que la criticaron tanto?
-Como no va a ser criticada, si era tan simple, tan humilde, tan hermosa y tan inteligente. Buscó la parte ideal, hasta pudo más que Perón. Hasta dijeron que se hacía la enferma, le criticaban los trajes, yo tengo como diez pares de zapatos y soy un pobre piojo (se ríe). ¿Y a ella la critican por eso, a ella que era grande?, la criticaron porque no pudieron llegar adónde llegó ella, nadie va poder llegar a lo que llegó ella.
La han imitado, no han creado nada porque nunca podrán, porque no habrá ninguna igual ni con su piel ni con su voz ni con su corazón (risas).
-Elvira ¿cómo estaba el país antes de 1945 para que Perón haya llegado a significar tanto para el pueblo?
-Yo era muy jovencita, y había mucha, mucha pobreza. Perón les enseñó, los dignificó, la gente era muy humilde, todos eran humildes, me decía mi suegro que no les alcanzaba para vivir y eran gente trabajadora e hizo estudiar a los hijos.
-Hablemos de su infancia, de su familia, de cómo la criaron
-¿Cómo me pueden haber criado, vos qué pensás, cómo me pueden haber sujetado? (risas). Era traviesa, no me gustaba ir a la escuela, me gustaba andar con la gomera, no sé, a mi padre le gustaban la carrera de caballos, tenía caballos de carrera y se preocupaba más de los caballos que de nosotros.
Para colmo le gustaba tomar, cuando estaba sobrio nos llevaba al río, al cine, y era demócrata.
El cobró una buena herencia y puso mucha plata en la política, fue encargado del Matadero en Hernando.
-¿La escuela no le gustaba para nada?
-Había una compañerita que me pasaba a buscar todos los días y yo la odiaba (risas). Era peor que Sarmiento, venía todos los días y yo no tenía ganas de ir (se ríe). Iba a la bomba, me llenaba la panza de agua y venía vomitando, que me sentía mal. Mi mamá me decía, agarre la cartera vaya a la escuela (risas). Yo era terrible, muchachera, me gustaba jugar a las bolitas.
Y mi madre me mandaba todos los días.
-¿Qué imágenes le quedaron de su mamá?
-Mi madre era muy católica, venía de tener cuatro hectáreas en la que cosechaban zapallos, salían a vender también huevos, pollos. Mi mamá remendaba, hacía velas, jabón, había que carnear para poner algo a la mesa, éramos doce hermanos.
Había que darle de comer a toda la familia, cada vez que carneábamos un cordero, mi mamá hacía morcilla con la sangre, el cebo lo usaba para jabón y velas, esquilaba la lana, la lavaba, la trabajaba sentadita siempre ahí. No me la puedo imaginar si fue joven alguna vez.
Y tocaba la guitarra de oído, la veía en un rinconcito, en una sillita de paja tocando la guitarra y cantando bajito “yo no soy bonita, ni lo quiero ser porque las bonitas se echan a perder”.
Yo estudié guitarra porque tenía una deuda pendiente con mi mamá.
-¿Qué recuerdos tiene de la política en su infancia ya que su papá era demócrata?
-Al lado de nuestra casa estaba el comité de los demócratas. Y ahí lo conocí a Aguirre Cámara.
Y cuando yo trabajaba en Córdoba, un día voy por una vereda y veo un hombre con un sobretodo largo, y con un perrito, pasa alguien y le dice adiós doctor Aguirre Cámara.
Así que lo alcancé y me presenté. Le dijo, soy de Hernando y cuando usted era joven iba a mi casa. Mi papá se llamaba Angel Montenegro y me recordó.
Y de chica me acuerdo que se reunían en mi casa y ya venían con los documentos de las personas acomodando todo.
-¿Qué sueño tenía en su niñez?
-No sé, no pensaba en nada, me gustaba la música, pero no tenía una idea sobre lo que quería ser. Siempre quise trabajar, eso sí, me gustó trabajar. Yo entré a trabajar en una fábrica y me echaron por gremialista (se ríe) pero después me volvieron a dar el trabajo y para mí fue una alegría porque cobrábamos los sábados y yo podía ayudar en mi casa.
Porque mi padre fundió todo y por eso nos vinimos a Villa María.
-¿Y por qué Villa María?
-Porque mi hermano mayor estaba acá, era jefe en un pabellón en la Fábrica Militar, y pudieron entrar otros dos hermanos y nos vinimos.
Mi papá se quedó en Hernando porque había comprado casas para otras mujeres, menos para nosotros.
Yo lo sabía seguir a mi papá, a mí me compró siempre caballos, a los 10 años me hizo montar un caballo de carrera. Me lo hacía varear al caballo, yo les tenía miedo porque los de carrera son briosos, pero bueno le tomé confianza y agarré.
Un buen día unos chicos le tiran unas hojas de penca a las patas del caballo y se desbocó, no lo podía sujetar, todavía tengo una marca del estribo, paró cuando quiso. Mi viejo en el medio de la calle mirando y después contaba como una gran hazaña, “y no la volteó a la gringa, no la volteó” (risas).
-¿En Villa María empezó a trabajar?
-Empecé a trabajar en la fábrica de fideos y estudiaba acordeón con don Mirotti. Pero después me puse de novio, mis hermanos me tenían al salto, así que la única forma era dejar de estudiar acordeón y nos sentábamos en el bulevar con mi novio (risas).
Y en la fábrica de fideos me eligieron delegada gremial, y ahí me dijeron “a la mierda”, con el dedo nomás me apuntaron ¿quién es la dueña del sindicato?, a la mierda.
Las cosas que sufrí fueron perder el trabajo y después la alegría de recobrarlo porque me fueron a buscar de nuevo pero sin gremialismo (se ríe).
Lo mismo me pasó con el IPAM, cuando vino el golpe ya estábamos todos afuera, sacaron a todos los delegados, me mandaron un radiograma que hiciera el inventario y se lo entregara al comisionado de acá.
-¿Al mayor Torres?
-Sí, cuando le llevé el inventario me preguntó ¿qué es esto? Le expliqué todo, y me dijo “no sé nada de esto”. Le conté lo que era el IPAM, que era el instituto de atención médica, le expliqué lo que hacíamos y que tenía el fin de atender la salud. “Creo que le interesará la salud del pueblo”, le dije al comisionado.
Me respondió que no podía recibir nada. Y le pregunté ¿y entonces qué hago? Estoy en este cargo porque puse todo lo mejor de mí, soy chofer de la ambulancia, atiendo la oficina, porque trato con la salud de las personas y respondo a mi ideal, porque soy peronista, le dije.
Me miró y expresó que no le interesaba el partido que tenía.
-¿O sea que se quedó en el cargo?
-Y sí, no me recibían las cosas, no me recibían la llave y la gente iba a mi casa. Un día les llevé la llave y les dije “estamos tratando con la salud, no con tuercas”. Tenga la llave, me dijo, agarró el teléfono el tipo, se comunicó con el ministro de Salud y le habló de mí y le pidió que resuelvan el tema.
Un buen día llega el chofer del intendente que ya era Jaca. Llego a la Municipalidad había como cinco milicos, cuando veo tantos milicos pensé qué pasó, me tembló la pera. Y pasé, me hicieron tomar asiento, estaba el comisionado Torres, Jaca, un mayor médico que era el presidente de IPAM.
Me dijeron que me habían convocado para darme una buena noticia. Habían recabado informes sobre mí, me felicitaron, me dijeron que todos me habían elogiado y que habían dispuesto designarme en el cargo.
Les pedí por las dos chicas que estaban conmigo.
-¿Y la nombraron delegada?
-Sí, trabajé hasta que me jubilé. Me tocó mucho trabajar sola, con la papelería, salir de pronto a Córdoba a llevar un enfermo o a llevar alguien a Oliva. Fue un trabajo que no hacía una mujer.
-Pero a usted le gustaba por lo que veo…
-Me gustó mucho. Un día llevé a un hombre que estaba mal a Córdoba, salimos lloviendo como a las 10 de la noche y fuimos al Privado. Me volví, y voy a un destacamento policial para que me firmen la hoja de ruta, habrán sido las 3.30 de la mañana, bajo, los policías estaban tomando mate y me miraban con miedo.
Porque me plantearon que no era común que a esa hora llegara una mujer sola manejando una ambulancia (se ríe). Pero así es la realidad, yo era mujer y manejaba la ambulancia.
-¿Usted fue amiga de la señora del exvicegobernador y sindicalista Atilio López?
-Sí, por una sobrina de mi cuñada. Mi sobrino político estaba con Zannini estudiando, Zannini se fue al sur y mi sobrino al Chaco.
Cuando muere la madre de mi sobrino, vino al velorio Blanca, la esposa de Atilio. Fui a su casa varias veces, me invitó para el cumpleaños de su hija, y ella me contó que lo reconoció a Atilio porque tenía manchas por un problema hepático porque en la cara no había un lugar que no tuviera balas (pausa).
Tiempos duros, conversar con los viejos a veces es aburrido, porque es tanta la historia, pero yo no soy la vieja común, porque nunca me quedé en el camino, siempre busqué un horizonte, bueno o malo, por ahí me equivoqué, por ahí le pegué.
-Cuando se enteró que por fin volvía Perón ¿qué sintió?
-Eso me emociona mucho. Ese día, cuando regresa el General, juntamos la gente de acá y del barrio Rivadavia en la esquina de Sarmiento y San Martín. Y de allí arrancamos a los gritos, salió el sol, yo fui la primera en hablar en la Plaza.
Gracias, señor, que llegó el sol, yo salí esa mañana y volví a casa a la noche, mi marido fue a trabajar, comió solo, durmió la siesta y a la tardecita me buscó y me dijo “tenías razón, te felicito”.
Porque ya me había dicho si iba a seguir con esa vida y yo le dije “hasta que vuelva Perón”.
Porque yo creía que iba a volver, mi marido se quejaba porque yo andaba de acá para allá (risas), pero yo creía que iba a regresar.
Y esa tarde mi marido me felicitó y hay que felicitar a todo ese grupo que conducíamos nosotras.
-Un grupo que nunca abandonó el trabajo, la militancia
-Nunca dejamos de trabajar, hacíamos peñas, yo los hacía bailar a todos (risas). Me acuerdo que había una tucumana con nosotros, se sentía importante, y se ponía lo mejor para salir. Recién estaban edificando en el barrio Beletti, había una casita rudimentaria e hicimos una reunión allá, fue don Carlos Pizzorno, Rogelio Sánchez, éramos un grupo y la casita era muy chiquita.
Había un ropero con un espejo y esta mujer tenía un hijo que chupaba (se ríe), llega el hijo, se para en la puerta y gritó: “Qué hace esta manga de atorrantes acá”. “Callate que está el doctor”, dice la madre. “Que doctor ni que la mierda” y tenía una botella y la sacudió contra el espejo.
Y empezamos a disparar, no sabés como disparábamos (risas).
-¿En qué circunstancia lo conoció a don Carlos Pizzorno?
-El se acercó al grupo nuestro. Había un señor muy amigo de Pizzorno, no me acuerdo el nombre, estaba casado con una Gabetta, ese hombre me venía a consultar de política. Y empezamos a trabajar para Pizzorno intendente.
-¿Era complicado salir a hablar de peronismo en ese entonces o ya estaba más calmo?
-No, ya no era tan complicado. Difícil fue al principio, pero después teníamos las puertas abiertas en todos lados (muestra fotos de los eventos que hacían las misioneras).
-Vamos a la actualidad, ¿el enfrentamiento que tenemos hoy en la sociedad es similar al pasado o lo vive diferente?
-Hoy lo veo como un enfrentamiento tremendo, ya casi no veo la televisión porque me hace mal. Me hace mal ver que sea tan desmedida la ambición por querer prevalecer en el poder. Me hace mal que se haya convertido en una batalla campal porque pierden la noción de mirar el país por estar pendientes de sus ambiciones personales.
El futuro es incierto, el pasado murió, estoy plantada en la realidad del presente, esperanzada porque si no tuviera esperanza estaría muerta.
-Más allá del futuro incierto ¿qué mirada tiene sobre el país?
-Al país, en este momento, lo veo metido en una batalla campal. Veo faltas de respeto, ha cambiado todo. Se ha hecho cargo la mafia, la droga, creo que al futuro lo han quemado, prácticamente.
La realidad es muy preocupante y no quiero perder la esperanza.
-¿Y qué visión tiene del peronismo de hoy?
-Deseo ver un peronismo sano y joven, que se diera esa posibilidad. Hoy el peronismo está dividido por intereses personales, el enemigo es el que tenés al lado y está esperando que te levantés para sentarse en tu sillón.
Están divididos y todos en nombre del padre, de Perón y nada que ver. No son los verdaderos representantes, para nada.
-¿Existe algún dirigente actual que la represente?
-No, no. Me parece que todo está tan podrido, a todos le vemos las mismas caras de ambiciones desmedidas por el poder y no miran a quien pisan.
Perón nos dejó una doctrina pero no hay quien la siga.
-¿Esa situación le genera melancolía?
-No tanto, porque creo que todas las cosas pasan, ya pasaron y vendrán nuevas, ideas renovadas, pero siempre en un marco que la visión esté puesta en el país, en quererlo al país, primero el país, primero su gente, educarla.
En este país tenemos todas las posibilidades, pero se pierde el tiempo en las peleas, en comprar voluntades.
Deiver fue lo mejor que tuvimos porque no perdió el poder de la humildad, hoy cuando llegan al poder ya se creen que sodioses y piensan que todo lo pueden llevar adelante.
Lo peor que le puede pasar a una persona es perder la humildad.
-¿Cuál es su sueño hoy rumbo a los 90?
-No me doy cuenta que tengo tantos años (se ríe). Mi sueño es ver la familia armónica, verla bien, tengo un familión enorme y es un crisol de razas.
-¿Qué momentos fueron los más duros de su vida?
-La pérdida de mi marido que murió a los 49 años, la pérdida de mi compañero con el que estuve veinte años y era un gran persona y la ingratitud, la ingratitud de personas que he querido mucho, que le abrí mis puertas, le ofrecí lo mejor que tengo porque la felicidad está en dar el alma a las personas que uno quiere.
La ingratitud es muy dolorosa, nunca he dado para recibir, pero duele la indiferencia.
Pero creo que obedece a ciertas actitudes que se dan hoy, se olvidó el gracias, el buenos días, se vive muy diferente.
Pienso que la vida no es un traje hecho a la medida y más allá de todo soy una persona feliz, porque guardo este mundo interno y he sido bien recibida en todos lados.
Y nunca viví para satisfacer a los demás, siempre viví tal como soy.
¿Cuál es su sueño hoy rumbo a los 90?
No me doy cuenta que tengo tantos años (se ríe). Mi sueño es ver la familia armónica, verla bien, tengo un familión enorme y es un crisol de razas.
Opiniones
Mauricio Macri
Yo a Macri no lo veo como para gobernar un país, no lo veo que sea la persona adecuada. Y si me pongo a buscar cuál sería la persona adecuada tampoco la encuentro (se ríe). Por eso te digo que estoy anclada en el aquí y ahora esperando a ver qué tecla va a tocar Macri para salir de esto.
Juan Schiaretti
No sé, siempre pensé que lo manejaba el Gallego (sonríe).
Martín Gill
Me está gustando poco.
Me gusta
Las plantas, el hogar, la música, tocar la guitarra.
Me encanta
Escribir, las fiestas, las peñas
Me divierte
Todo
Me entristece
Soy melancólica, tengo pozos de melancolía
Me enoja
La ingratitud