Escribe Dr. Miguel Julio Rodríguez Villafañe (*)
Especial para EL DIARIO
En una realidad como la actual, en la que se han globalizado las necesidades, pero no las posibilidades; en la que es muy activo y fluido el intercambio de información, bienes y servicios, pero se ponen excesivas trabas al movimiento de personas; resulta imprescindible repensarnos nuevamente, desde las pautas que, como sociedades y países, nos nutrieron hacia el encuentro grande y fraterno, con todas las mujeres y hombres del mundo.
Los padres de la Patria soñaron siempre a la Argentina como un ámbito de libertad y de bienestar que incluyera, sin distinción, a todos los que desearan habitar su suelo. Este objetivo se plasmó, indeleblemente, en el propio Preámbulo de la Constitución Nacional.
De esa manera, el país avanzó en civilización y humanidad. Había que superar la desconfianza que tenía la legislación española hacia el extranjero. Al respecto, el propio Alberdi recordaba, en su libro “Bases…”, que «el sistema de legislación de Indias excluía al extranjero bajo las más rígidas penas. El título 27 de la Recopilación Indiana contenía 38 leyes destinadas a cerrar herméticamente el interior de la América del Sur al extranjero. La séptima, imponía pena de muerte al que trataba con extranjeros».
Gracias a la visión superadora de nuestros constituyentes, la Argentina se forjó abierta y se potenció con el invalorable aporte de personas que, llegando de todo el mundo, la poblaron y engrandecieron.
La propia Constitución Nacional se encargó de dejar expresamente asentado que nuestro país los extranjeros tienen los mismos derechos civiles que los argentinos.
Explotación a extranjeros
No obstante lo querido, con dolor conocemos, a cada rato, noticias como la que señalaba que se descubrieron talleres textiles en Buenos Aires, en los que se mantenía a trabajadores de origen boliviano en un régimen servil. También se sabe de la explotación a la que son sometidos trabajadores extranjeros, particularmente latinoamericanos, en otras tareas, como el uso que se hace de ellos para la recolección de papa, manzana, caña de azúcar y vid, ante la indiferencia, muchas veces, de autoridades y sociedad.
Además, la lógica de mercado de abaratar costos de cualquier modo, avanza sobre la dignidad de las personas y se ensaña en los más débiles. Dicha lógica obliga a que se enfrenten las víctimas, unas que por sus carencias y necesidades hacen trabajos más baratos y bajo condiciones inaceptables, especialmente extranjeros de países vecinos que no cuentan con la documentación migratoria adecuada; que resultan enfrentadas estas a otras que, al poder exigir mejores condiciones de acuerdo a la ley, no son tenidas en cuenta para la tarea, porque los anteriores resultan más baratas y manejables.
Generalizaciones insultantes
En ese panorama, resulta insultante e inconstitucional lo planteado por el senador Miguel Angel Pichetto, de considerar que, de Perú vienen los delincuentes a tomar las principales villas miseria del país o que otros hermanos latinoamericanos ingresan sólo para beneficiarse ilegalmente en el país. Declaraciones con las que estuvo de acuerdo el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj.
Esas generalizaciones injustas son similares a las campañas que hace Hollywood con sus películas, en las que se fijan, inaceptablemente estereotipos en virtud de los cuales, en Estados Unidos todos los mafiosos son sólo italianos, necesariamente los árabes musulmanes son terroristas y los narcotraficantes son siempre mexicanos o colombianos, entre otros sectores atacados injustamente en la generalización sin distinciones, sin ir a las causas y encarar las verdaderas soluciones. Todo lo que fija prejuicios discriminantes y desata conductas xenófobas. Cabe recordar que así comenzó el ascenso político de Adolfo Hitler, culpabilizando a los judíos de los males de Alemania.
Una cosa es tener políticas migratorias coherentes, con los controles eficaces y pertinentes de antecedentes y por supuesto combatir la delincuencia que existiere, viniere de donde viniere o fuere quien fuere, pero no se puede detrás de dicho objetivo, indiscriminadamente echar la culpa de cierto tipo de delincuencia a determinados grupos como tales (peruanos, bolivianos, paraguayos, etcétera). En ello se termina demonizando inconstitucionalmente al distinto, al otro, por el solo hecho de ser inmigrante o extranjero, como subyace en el mensaje del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Tenemos que aunar los esfuerzos para garantizar a todos sus derechos humanos, sin distinciones, tanto a nacionales como extranjeros. No se crece desde la indiferencia, las generalizaciones injustas o el desprecio a quienes les cabe el derecho de esperar algo más de nosotros.
Todos tenemos deberes para con la humanidad y sólo la cultura de la solidaridad puede construir, en justicia, los verdaderos caminos superadores a las situaciones de escasez, recesión y desempleo.
(*) Abogado constitucionalista y periodista