HUMOR VIAJERO – Por el Peregrino Impertinente
Mientras que en nuestros pagos experimentamos incontrolables deseos de maldecir, pegarle a la pared y empalar herejes en las plazas públicas a causa del calorón que hace, en otras latitudes se mueren de frío. Son las cosas locas de este mundo. Planeta al que claramente aborrecemos, a juzgar, por ejemplo, por lo poco que miramos National Geographic y lo mucho que miramos TN.
El párrafo anterior, tan poco útil para la vida, busca preparar el terreno para hablar del Hotel de Glace. Un emprendimiento turístico ubicado en Quebec, Canadá, donde justamente en estos momentos están sintiendo más frío que el que le corre por la espalda a la esposa de Rodríguez Larreta cada vez que el mandatario le expresa sus deseos de hacer el amor.
El hotel en cuestión justifica su nombre (“Glace” en francés vendría a ser “hielo”, siempre y cuando el traductor de Google esté en lo cierto) a partir del material que lo conforma: hielo y nieve. De ahí que solo pueda funcionar durante el invierno del extremo norte del continente americano. Suelo poco gaucho y poco matrero, donde hasta los osos polares andan con pulóveres y odian a los negros.
En total, el Glace tiene 3.000 metros cuadrados cubiertos y cuenta con 44 habitaciones (muchas de ellas temáticas), además de un soberbio hall y vestíbulo, salón de exposiciones, cine y una capilla. Con todo, lo más llamativo del hotel son las paredes, impolutas en su palidez de hielo, que permiten conservan la temperatura ambiente en unos cinco grados bajo cero. “No sé por qué, pero en este lugar estoy extremadamente cómodo. Es como que me siento adaptado al hábitat, a lo gélido, al frío extremo que me sube y me llena el corazón”, dice Di María, con quien los niños canadienses se sacan fotos pensando que es Walt Disney.