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Fueye sonando en la bruma de la eternidad

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Fueye sonando en la bruma de la eternidad

Invitado a participar en el Quinto Congreso Latinoamericano de Música Popular de la UNVM, el maestro Néstor Marconi actuó el viernes en el Campus. Referente ineludible del bandoneón de todos los tiempos, el rosarino que acompañara a Goyeneche en la película “Sur” y tocara con Astor Piazzolla, concedió esta nota durante su único ensayo en la ciudad

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Néstor Marconi

Para comenzar, este periodista confiesa que pertenece a una generación marcada a fuego por el rock nacional, esa que cursó el secundario en los 80 y cuya banda de sonido estuvo a cargo de Virus y Sumo, Los Abuelos de la Nada y Soda Stéreo, Spinetta, Fito Páez y Charly García. Nada de tango. Nada de jazz. Nada de folclore. Nada de cuarteto.

Por si esto fuera poco, ni la cumbia ni el reggaeton existían. Eran tiempos de liberación absoluta. Y había una música hecha por jóvenes argentinos sin ataduras al pasado. Y para esta generación no había manera de escuchar otro género de no mediar la familia o el azar.

Pero a veces la familia jugaba en contra. Porque recuerdo muy bien con la aversión que miraba, a instancias de una vieja tía, programas como “La Botica del Tango” o “Grandes Valores”, o esas depresivas peñas televisivas llamadas “Argentinísima” o “Foclorísima”. Y entonces fue el azar quien golpeó a mi puerta y en una perdida noche cordobesa de fines de los 80 me hizo trabar conocimiento con una música eterna.

Estábamos en un videoclub con mi amigo Gastón cuando decidimos alquilar “Sur”. Lo hicimos inducidos por los consejos de un intelectual que nos había dicho no sólo que la película era “excelente”, sino que además estaba “llena de compromiso social y reflexión sobre la dictadura, algo que los pibes como ustedes parecen haberse olvidado en tiempos de tanta frivolidad”.  

Sin embargo, al terminar la película (que nos pareció francamente mala) a Gastón y a mí no nos había quedado ninguna reflexión ni compromiso social alguno. Al contrario. Todo el filme nos había parecido un bodrio, un panfleto inflado de un acartonamiento que era, por lo menos, risible.

Pero lo que sí nos había marcado de manera tan seria como inesperada (y eso también era risible) fueron “los tangos en vivo” de la película, aquella música que un cascado Goyeneche cantaba en una esquina vacía del invierno o debajo de un puente en la bruma, apenas acompañado por un bandoneonista sentado en una silla de bar.

Cerrame el ventanal que arrastra el sol/ su lento caracol de sueños/ no ves que vengo de un país/ que está de olvido siempre gris… Miento si digo que aquellos versos nos conmovieron. Fue algo mucho más fuerte: nos recordaron quiénes éramos y de dónde veníamos. Y aquel hombre cantando su lágrima de ron no estaba solo.

Lo acompañaba un amigo inseparable a esas horas en que las mujeres ya no están y todo origen queda lejos. Y eso fue lo que habíamos entendido con Gastón, que a pesar de lo difícil que era la vida en Córdoba (la ciudad donde él quería ser músico de rock y yo escritor de poemas) siempre tendríamos esa confesión trasnochada entre nosotros, ese encuentro cercano cuando se cierra el ventanal del mundo exterior. Y que en la vida, esa compañía era la más importante.

No exagero en absoluto si digo que una noche de fines de los 80, mi amigo y yo descubrimos con cada célula del alma de qué se trataba el tango. Era algo que nada tenía que ver con la voz de Silvio Soldán ni con el sombrero de Bergara Leumann. La culpa de ese descubrimiento la tuvo Roberto Goyeneche que lloraba esa última curda y un fueye sonando en la bruma de la eternidad (como yo había bautizado para mis adentros al bandoneonista); era el gran Néstor Marconi pero por entonces yo no sabía si era un hombre, un dios o un fantasma.

“Sur” y después

A un cuarto de siglo de aquella noche, estoy en un hotel villamariense frente al hombre que tocaba el fueye en la película, absolutamente materializado en carne y hueso. Está igual, y es una pena que a su lado no esté Roberto Goyeneche. “Estará enseñándoles a los ángeles cómo se canta el hondo bajo fondo donde el barro se subleva, me digo. Le comento brevemente a Néstor aquella historia del video, pero me doy cuenta de que mi relato es caótico, que no tenemos tiempo para charlar (pronto partirá a ensayar en el Campus) y que debo arrancar con un reportaje para el que sólo dispongo de 15 minutos. Así que empiezo.

-Como lo conocí en “Sur”, la pregunta es inevitable, maestro. ¿Cómo fue la experiencia de acompañar a Roberto Goyeneche en esa película?

-¡Uy, cuánto hace de eso! Para responderte, tendría que empezar por lo gracioso que fue el modo en que nos metimos con el “Polaco” en la película… Estábamos trabajando en el café “Homero”, de Buenos Aires, que desgraciadamente ya no existe. Y una noche fue a escucharnos Pino Solanas. Luego, charlando con él, nos dice “¿saben, muchachos?, ustedes son dos lindos personajes para una película que estoy armando”… Debe haber sido en el año 86, no me acuerdo bien. Pero ahí nació la idea de Pino de incluirnos en “Sur”… Fue todo muy improvisado…

-¿Incluidas las versiones de los tangos?

-Te diría que “sobre todo las versiones de los tangos” (risas) porque Goyeneche no quería doblar nada, decía que no quería grabar en un estudio lo que iba a cantar en vivo porque, como siempre cantaba distinto, no le iba a salir dos veces. O sea que todo lo que se ve y se escucha es real. Cuando tocábamos abajo de ese puente con el frío tremendo que hacía, eso era verdadero, no estábamos aparentando esa temperatura… Y yo estaba grabando en directo con micrófonos debajo de una silla para disimular. Era como tocar en vivo. Y con el “Polaco” siempre fue así, no porque fuéramos unos improvisados, sino por tenernos la confianza mutua de que las cosas iban a salir bien de esa manera.

-Las variaciones de bandoneón que usted hace para “Cristal” y “La última curda” son magistrales, ¿las había escrito antes?

– ¡No! ¡Todo fue improvisado en el momento! De no ser así, había que tener una partitura y eso no se podía. Hacíamos dos o tres tomas por tema y luego Pino elegía la que más le gustaba.

-Hay quienes dicen que ya no se puede improvisar sobre tangos clásicos porque esas músicas están agotadas. ¿Qué piensa?

-Que la música es una propuesta permanente, tanto para el orquestador como para el músico y que cada uno puede y debe poner lo suyo. Lo que se agota no son las músicas, sino los músicos. La música buena está vigente eternamente. Son los músicos los que tienen un tope y muchas veces no aceptan los cambios. Son los mismos que te dicen “esto no es tango”…

-¿Se refiere a quienes censuraban las fusiones de Piazzolla?

-Sí, a esas y a otras tantas. Pero las fusiones siempre suman y todo lo que se haga a través del tango es válido. Es tan bueno aceptar un tango cantado por Roberto Goyeneche como, salvando la requete distancia, otro cantado por Julio Iglesias.

 

Bandoneón y otras cuestiones

-¿Cómo nace su romance con el bandoneón? Porque hasta donde se sabe, usted quería ser pianista

-Al principio, lo del bandoneón fue un gusto que le quise dar a mi padre. Nunca pensé que el instrumento me iba a atrapar de esta manera. La idea era tener un segundo instrumento y estudiarlo paralelamente al piano. Pero después se invirtieron las cosas y el piano quedó segundo. Yo soy el único culpable de ser bandoneonista y siempre fui autodidacta. Seguí con el piano, pero al bandoneón lo estudiaba solo, tratando de pasar al fueye las partituras que me daban.

-¿Hoy sigue siendo necesaria la veta autodidacta en el bandoneón?

-Creo que en todo lo que uno hace debe ser autodidacta, aunque no sé si esa sea la palabra justa. La cosa es si naciste para esto o no. Si naciste, tenés la posibilidad de estudiar con maestros, escuchar y leer música y siempre vas a estar aprendiendo. Pero si no tenés lo innato es como dice el refrán, lo que natura non da, Salamanca non presta.

-¿Y usted se da cuenta si alguien “nació” para el bandoneón?

-¡Claro! Pero eso es algo que pasa en todas las profesiones. Hasta para los oficios hay que nacer o estar preparado. Si no tenés la mentalidad necesaria desde el vientre de tu madre. yo creo que no hay nada que hacer…

-¿Ya escuchaba tango cuando estudiaba piano?

-No, por ese entonces yo sólo escuchaba música clásica, porque a los 8 años mi idea era ser concertista de piano. O sea que estaba más con Beethoven y Mozart que con Piazzolla y Troilo. Pero es obvio que al agarrar este instrumento empecé a tener ídolos como Láurenz, Troilo y Astor… En fin, quienes eran mi referencia… Pero no me olvidé nunca de Bach y Mozart. Es más, si me preguntás si ahora escucho tangos, te digo que no, que ahora sólo escucho música clásica…

-¿Cómo es que el gran Néstor Marconi ya no escucha tangos?

-Bueno, a veces en alguna audición me digo “qué bueno que está esto” o “qué bien que suena”, pero ya no me siento en un sillón como antes…

-A muchos de sus ídolos tuvo la chance de verlos en vivo, ¿también de tocar?

-Verlos, los vi a todos… A Láurenz, a Troilo, a Piazzolla, a Leopoldo Federico… Pero sólo toqué con Astor. Con Troilo compartimos un espectáculo en “Caño 14”. Yo estaba con el sexteto de Francini y él con su cuarteto, porque ya había disuelto la orquesta…

-¿Y le hubiera gustado tocar con Troilo?

-Me hubiera encantado. Cuando lo iba a ver, Troilo era Buenos Aires mismo. Tenía la ciudad metida en la piel y en todos los estilos que hacía. Porque algunos te dicen “Troilo es el del 40” y otros “es del 60”. Y Troilo siempre fue Troilo, en todas las décadas, en orquesta o en cuarteto. Y siendo un músico tan sensible, se adecuó a todos los cambios, al revés de lo que pasó con D’Arienzo, Biagi o De Angelis.

-Como instrumentista, ¿se siente más cómodo en una típica o tocando sólo?

-Me gustan las dos cosas, pero son distintas emociones. Tocar solo me encanta porque es lo que más hice en mi vida. Pero también tocar con tres bandoneones en una típica o con sinfónica. A veces uno trabaja con grupos pequeños porque es difícil mantener una orquesta. Yo trabajo con dúos, tríos, quintetos y esta noche en Villa María lo haré con una típica. Será un placer.

-¿Rosario es una ciudad tanguera?

-Sí, al menos lo era. No sé cómo estará hoy, pero seguro que debe haber sufrido el mismo embate que todo el país. Se nos dice que el tango es furor, pero en el mismísimo Buenos Aires no hay lugares para trabajar. Los grupos jóvenes, que los hay y muy buenos, no pueden mostrarse y andan inventándose lugares a pulmón para darse a conocer. Parece una contradicción si se tiene en cuenta todo el turismo que hay este mes por el festival de tango… Quizás soy un poco exagerado, pero creo que en Buenos Aires todo el año debería haber festival de tango…

-La última pregunta, maestro, vuelve a la primera. ¿Qué significa para usted que una generación entera haya entrado al tango por ese disco suyo con Goyeneche?

-Significa un orgullo tremendo. Que un joven me diga “yo empecé a estudiar el bandoneón después de escucharlo a usted” o que alguien me confiese que se interesó por el tango a partir de un disco en el que participé, es un halago muy grande. Es algo maravilloso; es el mejor de todos los aplausos.

 

Iván Wielikosielek