Por El Peregrino Impertinente
Si alguien conoce el sudeste asiático, sus tesoros, sus beldades y sus comidas, que el 70% de las veces provocan crisis gastrointestinales más traumáticas que una infancia completa en el Centro de Acogida Infantil “Kevin Spacey”, ese es Sandokán.
Personaje ficticio, tan inexistente como Don Quijote, Peter Pan o Di María, y que sin embargo supo honrar aquellos pagos del otro lado del mundo como nadie. En realidad, el que los retrató fue el escritor italiano Emilio Salgari, creador del mítico héroe y sus historias de antología.
Para darle vida, Salgari (cuyo nombre completo es Emilio Carlo Giuseppe María Salgari, porque sus padres fueron a anotarlo al Registro Civil completamente drogados), se inspiró en aquellos parajes tantas veces recorridos en sus viajes como marinero.
Así nació Sandokán, para deleitar la imaginación de niños y adolescentes, y de adultos que llegan a la librearía creyéndose por fin decididos a comprar títulos como “Filosofía para pegarse un tiro a la siesta” de Jean Paul Sartre, y en lugar de eso, tremendo acto de honestidad respecto a sus propias limitaciones intelectuales, terminan llevándose un cuento de piratas.
En sus aventuras, el también conocido como “Tigre de Malasia” viaja por distintos puntos del área geográfica antes citada, principalmente en torno a la Isla de Borneo (que incluye actualmente a Brunei y buena parte de Malasia e Indonesia) y su zona de influencia.
Allí, él ídolo y su fiel tripulación, temibles bucaneros todos, se enfrentan con frecuencia a británicos y holandeses “Pero muchachos, si no los vamos a conquistar ni a violarles la soberanía para luego venderles créditos a tasas de interés escandalosas, y así enriquecernos a perpetuidad a costas de su ruina planificada por nosotros mismos. Por favor, hay que ser malpensados”, comentaron entonces los enviados de las potencias invasoras. Menos mal que Sandokán era lo suficientemente memorioso como para andar comprándoles globitos de colores.