Escribe Omar Mignola (*)
Especial para EL DIARIO
Los compañeros me dijeron de ir a Córdoba, de estar allí en la jornada histórica de la sentencia, pero un problema físico me impidió acompañarlos.
¿Cómo explicar lo que uno siente? Son tantas las facetas, los factores que se entrecruzan…
La gente cree que sentimos venganza y no es eso. Es un sentimiento de satisfacción, pero incompleto, porque hay vidas que se han perdido y porque toda condena parece ser poca para lo que han hecho estos monstruos.
Y lo digo desde el recuerdo del dolor de la picana sobre mi cuerpo, desde aquel deseo de que me pegaran cuatro tiros. Porque nadie sabe cuánto puede dar en una mesa de tortura.
Yo había estado detenido varias veces en mi juventud, pero por pocos días; en Marcos Juárez, en Bell Ville… Pero aquel 6 de julio de 1978, poco después de terminar el Mundial de Fútbol, cuando me llevaron a la Jefatura de Villa María, de ahí a la cárcel de barrio Belgrano y enseguida hacia Córdoba, entendí que las cosas eran diferentes.
Fui llevado con otros detenidos a La Perla y no hay palabras para describir los horrores que se sufren en un campo de concentración. Ahí no hay freno. Hasta los recuerdos son alucinados por la tortura.
No hay palabras. Yo no las tengo. Las tuvo Fedor Dostoievski al describir lo que sintió cuando el zar lo condenó a muerte. Lo encapucharon para colgarlo y luego le dio el salvocunducto, pero lo que a él le pasó por la cabeza, la vida, es parecido a lo que me pasó. Sólo puedo recomendar que lo lean.
(*) Sobreviviente de La Perla