Aparecieron carteles despidiendo a Marcelo y Luisa, colgados en la puerta del local
Una mujer se para en la vereda y no puede creer lo que ve en la puerta. Unos minutos después, un pibe que baja de una moto ni siquiera se quita el casco. Queda inmóvil frente al mismo cuadro. Días más tarde, un albañil queda amagando traspasar esa puerta. Se detiene y lee uno a uno los carteles que saludan: «Gracias, Maestro…», «Mil gracias, Maestro». El hombre de la casa de comidas de calle Marcos Juárez al 500, en la misma vereda de la Municipalidad, justo al lado de la Policía, cerró sus puertas después de «muchos años alimentando al pueblo», tal como grafica uno de sus vecinos.
Marcelo Clodoaldo Maestro, hijo del intendente Clodoaldo que entre 1950 y 1955, «hasta que la nefasta Revolución Libertadora lo sacó», gobernó la ciudad, tomó la dramática decisión junto a su esposa Luisa Rizzi, de cerrar las puertas. Apenas un cartel anunció el cese de la preparación de esas comidas ricas bien caseras y accesibles, pero muchos mensajes les adhirieron sus clientes y amigos para saludarlos en esta retirada. La rotisería de Maestro ya no prepara esos sándwiches de milanesa «tamaño alpargata», como se dice (de unos 30 centímetros), «bien accesibles para los trabajadores» (sentencian) que se podían compartir ni esas milanesas a la napolitana bien suntuosas ni tendrá las pastas caseras de la mujer con quien comparte la vida y la cocina hace 57 años.
«Desde que teníamos la tienda que somos cocineros. El que llegaba primero cocinaba», definen, se definen. Y confiesan que «de apoco vas aprendiendo y la cocina te va llevando, te va enseñando. Probábamos platos entre nosotros, nuevos sabores, y a veces había que saber decir que no había que hacerlo más… (risas)».
Luisa y Marcelo tuvieron allí al lado de donde funcionaba la rotisería una tienda de ropa. «Vendíamos de todo», asegura la señora. Pero, «luego del fin del Plan Austral, cuando con cuatro cuadernos quisimos cobrar los fiados, no alcanzaba para comprar un cierre, porque lo que valía cinco o 10 pasó a costar 12 ó 15…». Esa fue la primera experiencia de crisis económica que recuerda haber afrontado Maestro. La segunda «fue durante el Gobierno de (Fernando) De la Rúa: ya teníamos la rotisería, trabajábamos bien en los 90, pero al final terminé yendo a pedir por favor que no me cortaran los servicios. Pagaba la luz a los ponchazos. No se puede trabajar así». Ahora, ese fue uno de los factores que determinaron el cierre. El lunes 16 de mayo no abrieron sus puertas y recién dos semanas después accedieron a contar una parte de esta historia a EL DIARIO. Fue como un duelo a pesar de las amargas experiencias anteriores que rememora Maestro.
Confiesan que lloraron. Y también que se sorprendieron: «He visto gente llorar frente a la puerta». «Los he visto leer y lagrimear con esos carteles», asegura Marcelo.
Para los laburantes
«Ampliamos la casa, remodelamos, pusimos el gas, compramos los hornos, todo por y con la rotisería», contó el hombre, que menciona con afecto a Mirta, «la mujer que trabajó con nosotros mucho tiempo, 10 años en el negocio y otros tantos en la casa (y también a la hija de ésta)».
Y una de las características, además de lo casero, «es que trabajamos para los trabajadores». Se trata de elaborar comidas accesibles al bolsillo del público: «Ahora teníamos el sándwich de milanesa común a 33 pesos y el especial (con huevo) a 38, las napolitanas a 120 pesos el kilo. La cantidad suplía los precios», asegura.
Y graficó con otros dos casos: «Las hamburguesas las teníamos que cortar y cuando lo veo en otro lugar me da risa. Además, cuando veo que le ponen poco queso a una napolitana no lo puedo creer, porque mezquinar es un error, si al queso lo paga el cliente», narró Maestro.
Esos valores «se hacían insostenibles y los gastos me iban a superar. Por eso, más mis 74 años y otros factores que se juntaron, decidimos cerrar. No fue una decisión fácil, pero no quisimos tener que atravesar una situación tan complicada. Veíamos que se viene más duro, porque de 420 pesos que pagamos de gas para comercio (mensual, aclaró) pasamos a 2.700, mientras que la electricidad se mantuvo, también pagaba 780 pesos de tasa municipal por Industria y Comercio, nos convencimos de que lo próximo iba a ser peor. Teníamos que tomar la decisión. Vimos que nos iba a superar».
«Es que el 50% de los costos no son de materia prima, sino de gastos por servicios, por impuestos y cargas sociales del personal», aseguró.
Pero, si bien la pregunta es inminente, ¿por qué no elevar esos precios sabiendo que en otros lugares cuesta hasta por encima de los 100 pesos el mismo sándwich de milanesa?: «Es que no sería lo mismo. A nosotros nos compraron siempre los laburantes, más allá de que se juntaron varios factores».
Entre lo que quitan y dejan 24 años al frente de una casa de comidas tan del pueblo de Villa Nueva, allí en el corazón de la ciudad, Maestro y Luisa pusieron la imposibilidad de visitar a la hija que está radicada en Buenos Aires, pero por encima está «la satisfacción de haber trabajado bien y con gran respuesta de la gente, sabiendo que menos la Coca-Cola, todo lo hacíamos nosotros».
Una batería de cocina descansa. Frascos cargados de condimentos, de hierbas y vida son paisaje. Canastos, asaderas, fuentes, sartenes, tablas… La procesión que va por dentro de una cocina ahora fría.
Afuera, una niña señala a su madre los pequeños carteles. La mujer pone una mano en su boca y le cuenta a su hija que ahí compraba las milanesas el abuelo. Una lágrima acompaña sus historias.