El jueves pasado se realizó la ceremonia en compañía de la artista local Cecilia Mandrile, radicada en Estados Unidos, quien ilustró el libro e intervino una cama del viejo Hospital Pasteur como una pieza artística
La presentación del libro de Eric Zandrino fue, sin lugar a dudas, uno de los eventos más destacados de la semana anterior.
No sólo por su fabulosa convocatoria (más de 200 personas), sino también por los diferentes ámbitos sociales que integraron la comitiva. Es que en torno a Zandrino se congregaban no sólo artistas y escritores, sino también trabajadores de la salud (Eric es psiquiatra en el Hospital Pasteur) y buena parte de la iglesia evangélica local (el autor pertenece a una familia pionera de este credo en la ciudad).
Cuesta pensar en presentaciones que superen la veintena (a veces la docena) de personas, y agasajos que trasciendan la bandeja de sándwiches de miga y alcancen el glamour. Pues nada de esto pasó el jueves, cuando el primer piso del Bonfiglioli se parecía a la recepción VIP de un evento europeo; con hombres y mujeres elegantemente vestidos, bebidas de primera clase.
Al fondo de la sala, en una pantalla gigante, las enloquecidas fotos del ex-Hospital Pasteur que el propio Zandrino tomó el último día del antiguo nosocomio, cuando el edificio ubicado sobre calle Mendoza fuera vaciado para siempre.
Del otro lado del mostrador
“Es muy difícil pensar en un hospital sin gente. Sobre todo cuando uno ha trabajado años ahí adentro. Es una sensación muy triste”, comentó Zandrino al explicar la experiencia que, de alguna forma, fue el disparador de su libro. Y es que, efectivamente, la tapa de “Anatomía de una ausencia” es una de esas instantáneas; la de una habitación de internación donde aún yace un agua mineral en la mesa de luz y las frazadas revueltas de ese “lugar de paso”. Algo de esa “melancolía en tiempo presente” atraviesa toda la poética de Zandrino; desde los primeros textos de 2012 escritos en la Puerta de Brandenburgo (en un viaje familiar que hiciera con su padre), hasta los dedicados a sus hijas y, sobre todo, el último fechado en 2015.
“Debo decir que antes yo estaba del otro lado del mostrador, escribiendo como una persona sana, mientras que la patología era de los otros -comentó el poeta con honestidad brutal y en evidente alusión a la enfermedad crónica que padece-. Pero desde ese entonces me tocó vivir la vida de ellos. También yo me convertí en un ser doliente y mi libro me enseñó la humildad, la significación de estar en el bando de los que necesitan”.
Y aquel último poema de 2015 hecho de frases y preguntas de sus propios pacientes, le da la razón. Veamos, si no, un fragmento. “Doctor, ¿esto se va?/ ¿Será para tanto?/ ¿Qué le pasa a mi hijo?/ Con media pastilla no me hace nada/ Me quiero morir/ Mi marido toma mucho/ … Mi mamá se suicidó/ Estoy mejor, muchas gracias/”.
Historia “clínica”
El libro fue presentado por la poeta Susana Zazzetti, quien ayudó a Zandrino con la versión final del texto.
También estuvo presente la artista plástica villamariense radicada en Estados Unidos, Cecilia Mandrile, quien a decir de Zandrino “enriqueció muchísimo el libro con sus intervenciones visuales” (las mismas cuelgan de las paredes del museo junto a las fotos de Zandrino y una cama del ex-Hospital Pasteur, intervenida y vuelta obra de arte). A modo de homenaje, el poeta Fernando de Zárate leyó un texto dedicado a Eric, a quien comparó con un “George Harrison mirando de frente la muerte” y sacando fuerzas de su enorme espíritu. También estuvo presente Darío Falconi, editor de El Mensú y responsable de la bellísima factura final del libro (se puede conseguir en Librelibro y Expolibro). Finalmente Zandrino agradeció a sus compañeros del Hospital por el apoyo, a la directora del Museo, Analía Godoy, por el espacio, a su familia y muy especialmente a su madre, la poeta Nora Baker. También a los miembros de la Iglesia Evangélica de Villa María por la camaradería.
Y cuando la noche cerraba la ceremonia, sonaron los últimos versos de aquel poema de Eric (acaso el más sentido de todo su libro) con su propia voz: “Doctor, quiero dejar la cocaína/ No veo ningún cambio/ Creo que me persiguen/ Ahora puedo dormir mejor/ Gracias a Dios/ … /Se me fue la angustia/ ¿Habló con mi psicóloga?/ Le traje el laboratorio que me pidió/ Quedé embarazada, por eso dejé la medicación/ Dejó una nota/ Extraño a mi hijo/ Queremos que cumpla con el tratamiento/ Acá le traje los remedios que no llegó a tomar/ Desearía poder abrazarlo de nuevo”. Y Eric se abrazó al arte como a un modo de trascendencia. Para que su alma no fuera un hospital abandonado ni él un paciente herido de muerte ahí adentro. Acaso para volverse como una catedral o una capilla; pura anatomía trascendente. La tan ansiada arquitectura de la inmortalidad.
Iván Wielikosielek
Especial