Desde la arquitectura egipcia hasta la actualidad, la luz siempre ha sido considerada parte esencial en la creación arquitectónica. Hoy sabemos que la luz posee una cualidad cuántica llamada dualidad onda-partícula, lo que le otorga una serie de propiedades muy especiales.
Los fotones o partículas pueden comportarse de forma corpuscular rebotando sobre superficies en las que inciden y dotando de tridimensionalidad a la luz o atravesándolas, propiedad exclusiva de las ondas electromagnéticas. La luz posee una longitud de onda y en función de ésta sus tonos son cálidos o fríos, lo que denominamos temperatura de color. Cuanto más energética es la onda (longitud más corta), más cálida es la luz visible.
De hecho, la luz posee su propia teoría del color: son los denominados colores luz. Sabemos que la luz puede ser controlada electrónicamente y proyectarse en un determinado color; cuando estos colores se suman crean mezclas y nuevos colores, como ocurriría en la paleta de cualquier pintor. Curiosamente, a diferencia del óleo, donde la suma de colores da lugar al negro, en los colores luz la suma de todos ellos da como resultado la luz blanca, otro aspecto que hace todavía más enigmático este elemento tan importante en nuestra vida y en nuestra arquitectura.
La luz solar rige los ritmos biológicos de todos los seres del planeta y lo hace a partir de la energía contenida por su condición de onda electromagnética; estos ritmos son los denominados ritmos circadianos. Desde un punto de vista arquitectónico y de diseño, podemos utilizar este conocimiento para crear espacios mejor adaptados a nuestras necesidades biológicas: una iluminación fría disminuirá el apetito y, por tanto, será perfecta para restaurantes de comida minimalista, pero al mismo tiempo activará el organismo, puesto que la luz solar de la mañana es de esta tonalidad.
En cambio, una luz cálida activa el sistema digestivo y por eso es ideal en comedores o restaurantes de comida rápida; al mismo tiempo relaja el organismo por su semejanza a la tonalidad de la luz del atardecer. Cualquier parámetro es analizable desde un punto de vista de sensaciones. Una luz focalizada, de poco ángulo, favorecerá un ambiente íntimo si se consigue contrastar suficiente con el entorno a través de los materiales. Esta intimidad puede ser reforzada con una luminaria de baja intensidad y una disposición heterogénea donde la luz sea la que cree espacios dentro del espacio.
En el caso opuesto, para favorecer la socialización a través de la luz, será más conveniente una iluminación homogénea, que no propicie la creación de rincones o áreas privadas y también sea relativamente intensa de forma que permita a cada persona percibir la globalidad del espacio de una vez. Lo recomendable es diseñar la iluminación de forma que pueda adoptar múltiples configuraciones en función de la necesidad del momento.
Cuando un espacio interior está cuidadosamente trabajado desde un punto de vista de la iluminación, se nota de forma extraordinaria, puesto que, como dijo Le Corbusier, la arquitectura no es más que el correcto y magnífico juego de masas reunidas en la luz. Sin luz no hay volumen y sin volumen no hay espacio. Podemos ampliar un espacio si iluminamos más sus paredes que el techo o estrecharlo si hacemos lo contrario; podemos hacer que el color de una pared cambie en un segundo si alteramos la luz que incide sobre ella o incluso hacerla desaparecer si conseguimos un contraste suficientemente alto, dejándola en la oscuridad a la vez que se iluminan los objetos que la rodean. También podemos construir volúmenes intangibles en un espacio a través de la iluminación de sus aristas. Los límites los pone la creatividad.
La luz también puede sugerir y dotar de valor a cosas que sin ella pasarían desapercibidas. Podemos crear lujo mediante una iluminación muy intensa sobre un objeto o lugar, glamour a través de tocadores al más puro estilo de Broadway, sensualidad mediante un juego de sombras chinas o dar flotabilidad a un objeto pesado iluminando el punto de encuentro entre este y el suelo.
El componente artístico a la hora de iluminar es otro parámetro a considerar. Podemos dinamizar un espacio a partir de la iluminación o justo lo contrario. Cualquier volumen es susceptible de convertirse en una lámpara, incluso un objeto de papiroflexia correctamente retroiluminado. Una disposición de muchas lámparas pequeñas y sencillas puede crear una auténtica lluvia de luz a pesar de estar todas ellas perfectamente quietas.
Por último, destacaremos el papel del avance tecnológico nada despreciable en el mundo de la iluminación artificial. La luz programada ha sido seguramente el desarrollo más significativo en este campo en los últimos años. Hoy podemos disponer de ambientes que reaccionan a sus entornos mediante todo tipo de sensores, células fotosensibles, fonosensibles, de vibración o de presencia que nos permiten todo tipo de diseños adaptados, cambiantes y creativos.