Alberto Cortez hubiese cambiado la letra al femenino, cantando “era callejera por derecho propio”, si conocía a la Chancha…
A ella le pusieron el nombre de otro animal, pero es una perra gorda, vieja, que corcovea cuando camina y nunca deja de mover la cola cuando llega a la puerta del edificio de Cooperativa Comunicar, mientras observa desde afuera que alguien siempre llega para abrirle la puerta.
Fiel a su costumbre, se agazapa en algún rincón fresquito para echarse y allí se pasa las horas, entre el sonido de los teclados, los mates que van y vienen por la sección Armado y el apuro de los cierres.
El compañero que la “presentó” supo conocerla cerca de la costanera, donde la Chancha suele observar lentamente el paso del río para luego circular por el barrio, cruzar el bulevar Sarmiento y llegar tranquila a su destino en barrio Lamadrid.
Ella no molesta a nadie, no muerde a nadie y no atrae a nadie para la adopción, pero es de esas callejeras que deberían seguir viviendo así, libre, porque al mismo tiempo es de todos los que, de una u otra manera, aprovechan su llegada para esbozar una sonrisa.
Ahora se entiende por qué en algunos países de Europa y hasta en Buenos Aires, empezaron a permitir el ingreso del perro para “mejorar el ánimo de los trabajadores”. Tal vez profundizarían la historia si conocieran a la Chancha, así como Alberto Cortez.