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La complicidad de la indiferencia

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La complicidad de la indiferencia
Santiago Maldonado
Santiago Maldonado

A diario y a través de diferentes formas, incluyendo los medios masivos de comunicación, la sociedad se ha venido expresando con fuertes reclamos en contra de la inseguridad. Paradójicamente, en el contexto actual, la apatía con la que algunos de estos sectores se manifiesta ante la desaparición de Santiago Maldonado solapada bajo frases de sentido común resulta dolorosa y digna de ser cuestionada.

Y digo cuestionada en tanto que aquello que se reclama con la pregunta “¿dónde está Santiago?” es nada menos que el derecho a la vida, a la libertad y por supuesto también a la seguridad de una persona humana, demandándole respuestas al Estado en tanto garante de estos derechos que, por otra parte, en nuestra sociedad en pleno siglo XXI son indiscutibles.

¿Cuál es la diferencia entre Santiago y cualquier otra víctima de inseguridad? ¿Qué es lo que legitima este silencio? Las frases tales como “en la década pasada hubo muchos desaparecidos”, “pertenecía a un grupo radicalizado”, “le quieren cargar un muerto al Gobierno nacional”, etcétera, son intentos carentes de fundamento para explicar la indiferencia. Carentes de fundamento porque no existen argumentos válidos que puedan justificar la desaparición forzosa de una persona.

 

“Un recurso que actúa como anestésico…”

Desviar la atención de este asunto, invisibilizarlo o estigmatizarlo constituye un recurso que actúa como anestésico, es la elección de la ignorancia como cauterizadora de la conciencia, ya que de lo contrario implicaría una responsabilidad social implícita difícil de eludir.

Tal parece que aquellos que eligen una forma de vida diferente a la de la “mayoría”, rebelándose contra el poder depredador que los oprime, reivindicando las luchas sociales, sensibilizándose con el otro, pierden la “categoría” de humanos y por tanto no son merecedores de los derechos que les son inherentes.

 

Una alegoría

En este caso, la alegoría del sapo puede resultar ilustrativa: un día el cazador entró en el bosque y dijo “hoy voy a matar a todos los animales que tienen cola”. Y el sapo, con su gran boca, comenzó a reírse a carcajadas: “¡Ja, ja, ja!”.

A la mañana siguiente, el cazador anunció: “Hoy voy a matar a todos los animales que tienen alas”. Y nuevamente el sapo se puso a reír. Hasta que una vez el cazador comentó: “Hoy voy a matar a todos los animales que tienen boca grande”. Y el sapo, frunciendo los labios, exclamó: “¡Pobrecitos los cocodrilos!”.

Como vemos, el sapo no mató a nadie, pero legitimó las cacerías. Cuando le llegó su hora, intentó hacer lo mismo de siempre: dar a entender que estaría muy conforme si la víctima fuera otro.

La desaparición de Santiago es una realidad que nos involucra y nos atraviesa a todos, sin distinción.

El reclamo es a favor del derecho a la libertad, a la igualdad y, sobre todo, a la VIDA.

Patricia Dagatti
Villamariense
DNI 21.616.291