El hígado graso no alcohólico
Los expertos alertan del infradiagnóstico de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, que puede causar cirrosis y cáncer hepático
Escribe: Jessica Mouzo Quintáns
DIARIO EL PAIS DE MADRID
Suele pasar desapercibida en la mayoría de los casos. Es asintomática. Invisible y silenciosa a ojos del afectado y también del médico si no se busca a conciencia. Cuando empieza a mostrar su cara, ya está avanzada y no viene sola: la acompaña, en el mejor de los casos, una cirrosis incipiente. Se trata de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, una dolencia relacionada con la obesidad y los hábitos de vida sedentarios y que afecta a uno de cada tres adultos, según las estimaciones que manejan los expertos. Este año se ha celebrado, por primera vez, su día internacional, con la intención de “darla a conocer y desestigmatizarla”, apunta Salvador Augustin, hepatólogo del hospital Vall d’Hebron de Barcelona.
La enfermedad del hígado graso no alcohólico (NASH en sus siglas en inglés) está vinculada a la acumulación excesiva de grasa en el hígado por causas ajenas al alcohol. «De cada 10 hígados grasos que diagnosticamos, solo uno o dos son a causa del alcohol; el resto, no», aclara el médico de Vall d’Hebron. Se desconoce el origen exacto del NASH, pero si algo tienen claro los expertos es que los factores clave que predisponen a esta enfermedad son la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión, el colesterol alto y otros trastornos relacionados con hábitos sedentarios. “Se inició un terremoto en los 80 que era la obesidad y ha generado un tsunami que ahora vemos los hepatólogos: la prevalencia del hígado graso no alcohólico está en aumento”, avisa Augustin. Tres de cada cuatro personas pueden permanecer asintomáticas toda la vida, pero el 25% de los pacientes con NASH desarrollará una cirrosis o un cáncer hepático, según los cálculos que manejan los expertos. “En el Reino Unido ya es el primer responsable del cáncer hepático y en Estados Unidos, la primera causa de trasplante de hígado”, agrega el hepatólogo de Vall d’Hebron.
La acumulación excesiva de grasa en el hígado impide al órgano almacenarla y metabolizarla de forma adecuada. Las células del hígado “empiezan a sufrir”, explica Augustin, y acaban muriendo, lo que produce una inflamación y daños en el órgano. Para combatir esas lesiones, el propio hígado genera mecanismos de cicatrización (fibrosis), pero ese tejido cicatrizado no puede hacer las mismas funciones que un órgano sano -es el encargado de limpiar la sangre y generar proteínas y nutrientes vitales-. El hígado empieza a fallar y puede poner en riesgo la vida del paciente.
Los médicos alertan del infradiagnóstico que hay en torno al NASH. «La punta del iceberg» de una epidemia, advierten. “Por cada paciente que diagnosticamos, hay tres que desconocemos”, apunta el médico. La detección es compleja porque la enfermedad es silenciosa y no se deja ver. Las transaminasas altas en un análisis de rutina pueden hacer sospechar al médico, pues estas enzimas se almacenan especialmente en el hígado y si están elevadas puede ser un indicador de daño hepático. Sin embargo, la mejor arma para confirmar una sospecha de NASH es el fibroscan, un procedimiento no invasivo que analiza la presencia de grasa en el hígado y el nivel de fibrosis. Vall d’Hebron participa de un estudio para probar el cribado en población general con el fibroscan y afinar la prevalencia de la enfermedad. “Creemos que el 35% de la población general tiene hígado graso no alcohólico y, de ellos, el 25% tiene una fibrosis importante con una cirrosis o una precirrosis. En la población diabética, entre el 10% y el 15% tiene hígado graso no alcohólico con estado precirrótico o cirrosis”, avisa el hepatólogo. El 1% de las cirrosis asociadas al NASH pueden derivar en un cáncer hepático.
Augustin advierte de los graves problemas de salud que puede generar esta enfermedad, pero asegura que es “prevenible”. “Si un paciente obeso pierde el 10% de su peso, se mejora mucho. El problema es que solo un 10% de los pacientes consigue perder ese 10% de peso”, apunta. Con todo, agrega, la prevención y los hábitos de vida saludables son, de lejos, la mejor medicina.
El grupo que dirige Augustin de Enfermedades Digestivas y Hepáticas en el Vall d’Hebron Instituto de Investigación (VHIR) ha probado también la importancia de microbiota intestinal -el ejército de microorganismos que puebla el intestino- para combatir el daño hepático. En concreto, los investigadores han constatado que el trasplante de heces -las heces contienen el microbioma- de un organismo sano corrige la hipertensión portal, un problema derivado del endurecimiento del hígado a causa de las cicatrices y que provoca que la sangre no circule correctamente por la vena porta.
Los científicos realizaron un trasplante fecal de ratas sanas a ratones con hígado graso no alcohólico y lograron que desapareciese la hipertensión portal. “Es una prueba de concepto de que la microbiota tiene un efecto importante en este campo”, apunta Augustin, que ha publicado el estudio en la revista científica Hepatology.