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«La Literatura es libertad y pasión»

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«La Literatura es libertad y pasión»

Escribe Fran Gerarduzzi

Toco a su puerta y me recibe con la sonrisa propia de quienes encuentran palabras en los ojos del patio. En el quincho, su sombra es la de una niña que juega en un tobogán con su vestido azul, su pechera blanca, su canesú alisado y su moño negro de duelo. Esa sombra está ahí como un poema que se revela después de un dolor lejano. Está ahí pero ya no le teme.

Alberto, su esposo y compañero incondicional, trae café y torta. El sol es apenas el borrón de una tarde acompasada que se despide. Su lirismo femenino la desnuda y muestra su delicadeza, su gusto por las flores y por el orden que, paradójicamente, se desprende de los libros desparramados por la casa como pájaros que anidan versos a la espera de una caricia.

Autora de poemarios como “El hilo que sostiene” (2008), “Cada día” (2015) y “Tantos pájaros” (2016) -además de “Murciélagos rozando siete niños” que está pronto a publicarse- e integrante del grupo Paco Urondo a quien ama “con locura”, Susana Zazzetti reconoce: “Los poetas somos simplemente personas que nos reconocemos en la palabra, juntamos nuestros pedazos a través de ella y nos sanamos”. “decime/ dónde sembrás tu palabra/ para que cada día no sea/ un diamante en bruto/entre montañas/ un cementerio de sonidos/ enterrado por los relámpagos/de la sordera”, escribe en su noveno poema de “Cada día”. Y así nos incita a revolver en los silencios de lo cotidiano para descubrir los poemas que lo habitan.

“Nada mejor que desviar el rumbo/ cruzar de nuevo por esos puentes/ nada peor/ que ese corazón que ignora/ huecos donde viven pájaros/ donde sucede de cuando en vez la vida”, dice en su libro “Tantos pájaros”. Regreso a casa y pienso, ¿cuántas veces no habré atendido a esos lugares donde sucede la vida? No interesa la respuesta. Tan sólo importa que la poeta, a través de su palabra, nos tiende un primer puente para animarnos a recorrer aquellos lugares ocultos donde sucede la vida: donde la vida es poesía.

 

La infancia y la palabra

Eramos ocho hermanos y yo la menor. Cuando nací, a los once meses, uno de ellos se ahogó en el río para Navidad. Tenía 16 años. Mi madre quedó mucho tiempo sin habla, pero nos manifestó su amor de distintas formas. Tal vez por eso mi búsqueda de la palabra sea tan empecinada todo el tiempo.

 

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Había muchos libros en casa porque ya tenía hermanas mayores que estaban transcurriendo su adolescencia e iban al secundario. Nos entretenían con libros y por ello aprendí a leer de muy pequeña. Entonces, mi vínculo con la infancia está absolutamente relacionado con los libros y con el patio.

 

La soledad como libertad

En principio, me gusta y mucho estar a solas. Sin embargo llega un momento en el que me molesta. Es decir, hay un equilibrio importante porque no me desespera la soledad, pero tampoco salgo desesperada a buscar compañía. A la soledad la aprovecho muchísimo. Me gusta bordar, hacer tapices y tejer. Incluso tejo para los niños de la escuela 31 de Tilcara donde, con Alberto (esposo), somos padrinos. También escribo en esos momentos y preparo las clases del taller.

 

La timidez en las raíces

Mi timidez viene desde los orígenes. Fui una niña muy callada desde pequeña. En el secundario me costó integrarme. Sólo socializaba con una o dos personas con las que veía que era afín. No me gustaban las torpezas y por ello no me acercaba. Es algo interno que quien no me conoce no se da cuenta porque es una cuestión totalmente inherente a mi persona. La sangre es roja y será roja siempre.

 

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La timidez está tan adentro de uno que ni siquiera se da cuenta de que la lleva encima. A veces quien es muy deductivo o quien profundiza en la personalidad ajena se da cuenta y me lo dice. Por ejemplo, nunca imaginé que mis ojos fueran tristes (me lo dijo un poeta de Buenos Aires que se llama Gustavo Tisocco). Uno ha vivido cosas y la vida te da un abanico de oportunidades para enfrentarlo. Creo que salí y que la timidez fue superada casi en su totalidad a nivel social.

 

Los talleres literarios

El taller literario comenzó en 1999. Lo daba en el Centro Empleados de Comercio (CEC). Estuve allí dos años. Cuando me di cuenta de que mi hijo mayor se había ido a estudiar Medicina a Córdoba, entendí que mi casa estaba quedando vacía por demasiadas horas y necesité estar acá, pero con gente. Entonces lo trasladé al taller y desde entonces trabajo aquí todo el tiempo.

 

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Respecto a la forma de trabajar, me obligo a que todos los lunes haya, por lo menos, la lectura de tres poetas, uno de los cuales es el elegido después para profundizarlo mediante consignas. Las chicas están dos o tres horas, café de por medio, y escriben hasta cuatro o cinco poemas.

 

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Del taller han salido libros maravillosos como los de Magdalena Castro, Fernando de Zárate, Merchy Bianco, Griselda Rulfo, Lola Massetti, Nora Baker y su hijo Erik Sandrino y mucha gente más.

 

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Estoy a favor de los talleres porque es una manera de buscar la libertad individual. En el taller literario hay una apertura muy grande hacia la vida. Ahí todo el mundo escribe lo que quiere. No se censura ningún tipo de posición política, religiosa, de género y de sexo. Cada uno tiene la libertad de decir lo que siente.

 

La docencia y sus primeros pasos

Mi primer trabajo empezó a los 18 años a partir de la creación de cinco cargos en la Escuela de Comercio en el turno nocturno. El puesto se llamaba directora de curso. Después pasamos a ser preceptoras. En principio, cada una de las personas que ingresamos tenía un curso y debía hacer una evaluación de las clases docentes. ¿Qué sucedía? Me sentía en desventaja sentimental porque al haber estudiado ahí muchos de ellos eran mis profesores. Entonces hablamos con el director y él nos cambió la función, previa actualización del Ministerio, y comenzamos a hacer visitas domiciliarias y todo el trabajo de planillaje.

 

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Luego de ese primer trabajo, mientras estudiaba el profesorado en Letras en la escuela Rivadavia, me llamaron de La Laguna donde se había abierto el instituto Esteban Echeverría y me ofrecieron las horas de Lengua. Ahí empecé a dar Literatura.

 

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Si volviera a nacer, repito como Eduardo Mallea: «Mil veces volvería a ser argentino». Lo digo en el sentido de que volvería a ser preceptora porque ahí aprendí a vivir. Aprendí qué tenía que decir y qué no. Me enseñaron cuál era mi límite hacia ellos. Mil veces volvería a hacer el mismo camino docente con toda la fuerza, la voluntad, la pasión y la perseverancia con que lo hice hasta ahora.

 

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Soy docente y por lo tanto estoy a favor del reclamo pero también con los niños en el aula. Por otra parte, creo que hoy el docente tiene que actualizarse y que, a pesar de las tecnologías, hay que hacer hincapié en la lectura y la interpretación de textos. A la vez, hoy veo más a la docencia como un servicio. En mi tiempo era una pasión.

 

Villa María, un horizonte abandonado

Me duele mucho el ambiente de Villa María porque hay poesía bellísima pero mucha gente anónima. «Nunca terminará/ es infinita esta riqueza abandonada», decía Edgard Bayley. Eso es lo que pasa acá. ¿Por qué? Porque los profesores de Literatura no acercan la poesía a sus alumnos. Porque a los encuentros de poetas no van ni los profesores de secundarios ni las maestras ni los alumnos del Profesorado ni de la Universidad.

 

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Quiero rescatar a dos personas maravillosas que además de exquisitas poetas son excelentes personas y profesoras. Me refiero, por un lado, a Eugenia Vivian que quisiera que editara porque tiene una poesía maravillosa y, por otro, a Andrea Farchetto a quien admiro y quiero muchísimo, y que nos convocó a un grupo cuando iniciaron las clases las chicas del profesorado. Hay otra mujer que es la más grande desde todos los puntos de vista literarios y es Dolly Pagani, pero no la convocan. Villa María es un abismo y tiene una profundidad increíble de ausencias poéticas.

 

Prologar, presentar y corregir

Prologar consiste en entrar dentro del que escribió la poesía. Me ha tocado prologar los libros de casi todos los alumnos que han pasado por la vida literaria en el taller. Es meterse dentro del alma de la persona que escribe y dedicarle tiempo al análisis de cada poema hasta deducir qué es lo que quiso decir ese poeta.

 

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La presentación es una extensión del prólogo. Es más abarcativa y uno ahonda aún más en cada uno de los caracteres que ha ido tomando el poeta.

 

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Todo poeta corrige. Sería una barbaridad o un genio quien diera a luz un poema tal cual lo escribió a puño alzado. En mi caso no hablo de corregir, sino de sugerir.

 

Cuando la palabra nos busca

A veces siento que hay alguien detrás de mí y es una palabra. Es algo tan espontáneo y natural que cuando realmente se siente, se producen dos cosas: la palabra te busca o viceversa.

 

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La palabra es lo que sustenta. Es el hilo que sostiene. La poesía es lo que te entra, lo que te habita, lo que se te mete adentro de las vísceras. Después cuesta salir, pero es la misma palabra la que te saca.

 

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Mi tono es siempre de un gran lirismo íntimo. Hay una variación de acuerdo al pensamiento y a la idea. Sé que quiero decir esto y lo digo hasta donde me lo dicta la palabra. El poema nace y se termina solo. Tengo poemas largos y brevísimos, pero acepto a la palabra como viene. No me peleo nunca con ella. A lo sumo hay una mínima batalla.

 

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No me preocupa el estilo. Por ejemplo, me doy la libertad de escribir con minúscula todo, incluso mi nombre, y de no puntualizar. Sí uso conectores que es un aspecto que todo el mundo rechaza. Me gusta el adverbio, pero lo uso poco porque no dice nada. El adjetivo, por su parte no me gusta porque me parece inútil salvo en los casos sumamente necesarios. Pero la libertad que consigo cuando escribo es la libertad que quiero en mi vida en todos sus aspectos.

 

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No creo en la musicalidad de la palabra porque me parece que la estoy acotando, que le estoy poniendo freno, límites. Si me estoy fijando que haya armonía y que la musicalidad se dé, creo que ya no la estoy respetando. De todas maneras considero que todo poema tiene cierta musicalidad por su propia naturaleza, pero no corro detrás de eso.

 

La literatura

Me acuerdo cuándo surgió mi primera idea de la Literatura. No tenía idea de que había una disciplina que se llamaba así. Una de mis hermanas estaba en el secundario. Debo haber tenido ocho años y me le acerqué. Ella estaba sobre la mesa y tenía desplegados unos cuantos libros y una carpeta. Vi en una hoja como un corazón y un conjunto de palabras. Retuve dos: «Otoño enajenado». Me quedaron. Jugaba mucho con eso: otoño enajenado, otoño enamorado, otoño esperanzado. Siempre el eje era la palabra otoño. Me quedó, habitó en mí, se anidó.

 

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Cuando empecé el profesorado, el docente -que fue un tremendo poeta paranaense de Literatura española- nos entregó una hoja a cada alumna con una poesía para que la interpretáramos. ¿Cuál fue mi sorpresa? La poesía terminaba con “otoño enajenado”. Era un soneto de García Lorca a quien amo con toda mi alma y a quien agradezco que me haya enseñado tanto lo que es la vida a través de su palabra.

 

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La literatura me enseñó también a separar poeta de persona. Hay obras de poetas que admiro muchísimo, pero a los que los condena su mala personalidad y su deseo de lastimar al otro.

 

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Un día, en el taller, leí un poema. Les dije a mis alumnas: “Ustedes que molestan tanto con la edad de los poetas, ¿qué edad tiene este?”. Dijeron cualquier cosa. Era de Cayo Valerio Catulo, poeta de antes de Cristo. Nunca más me preguntaron la edad de nadie porque aprendieron que el arte no tiene edad y escribir poesía lo es.

 

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Además de mi familia y la docencia no hay nada que me importe más que la Literatura. Es una pasión. Si diez años atrás me hubieran preguntado por qué escribo, hubiera contestado que lo hacía por necesidad de salir de mí y por urgencias de decir cosas que no se las podía expresar a nadie. Es decir, es un aspecto que había heredado de mi madre porque mis hermanos se fueron casando y yo, al ser la menor, fui la que más absorbió el silencio. Sin embargo, ahora diría que la Literatura para mí es libertad y pasión. No salgo de esas dos cosas. Necesito ser libre y, ¿quién me da esa libertad? La palabra por su poder y su magia impresionantes.