Más de 150 artistas montaron la puesta de dos actos con destrezas, humor y teatro en el Bomarraca
No es azaroso que el acto central del Bicentenario de la Independencia haya comprendido la reivindicación de la primera expresión artística de nuestro país, de raigambre netamente popular.
Tampoco que el ambicioso proyecto que lo sostuvo detrás haya contado con una convocatoria abierta donde participaron más de 150 artistas de la ciudad y la zona. Y, por supuesto, que la presentación se haya concretado con entrada libre y gratuita, para toda la comunidad.
Sin dudas, lo demostrado ayer por la sinergia lograda entre el municipio, las instituciones artísticas, academias y los hacedores en particular, dan cuenta de una ciudad que no sólo vive y respira cultura, sino que también está preñada de talento.
La puesta iniciada minutos después de las 19 comenzó con la intervención en el prólogo de Dante Echegaray, trabajador municipal de nuestra ciudad y heredero de una de las antiguas familias circenses.
Luego hizo su primera intervención el payaso Pepino 88 (Pablo Barone), quien deslizó chistes como “falta mi amigo Salario, llega tarde pero llega”.
Posteriormente, y con la conducción de Miguel Borsatto como maestro de ceremonias, llegarían las destrezas al escenario con trapecio fijo, acrobacia en piso y tela.
Los payasos Ferrucho y Petaca (Matías Sánchez y Manuel Cabrera), provocaron las risas de los más chicos con morisquetas y lanzamientos de cuchillas, el malabarista Javier García hizo de las suyas acompañado de su pequeña hija y Juan Montes interpretó el personaje “Cocoliche”, representación de la habla cruzada del inmigrante italiano, que se permitió hacer humor con el apellido del jefe comunal: “¿Así que tienen un intendente Gill?”. Luego llegaría uno de los momentos más esperados: la actuación de Jorgelina Itatí Videla, cuarta generación de padre y madre de circo, quien deleitó con un show de “hula hula”. La primera parte culminó con la villamariense Romina Miranda, alumna de la Escuela de Circo de los Hermanos Videla, con una performance de trapecio en alto.
La segunda parte, ya con menos espectadores, consistió en la recreación del drama por excelencia del teatro criollo: “Juan Moreira”, como el gaucho perseguido, con una apertura a pura sangre folclórica, con malambo y despliegue coreográfico, previo a la actuación del gran elenco.
Vale rescatar que todo el espectáculo, de más de tres horas de duración, contó con música en vivo: en la primera parte con una banda dirigida por Sergio Alonso y en la segunda, con cantores y músicos en escena.
En el debe, se advirtieron algunos problemas de sonido y la visión no fue la óptima dada la cantidad de público y que la puesta se hizo a ras del suelo, lo que provocó varias quejas.
Juan Ramón Seia