Al sudoeste del país, este maravilloso circuito convida con montañas linderas al océano Indico, playas, bosques, pueblos bóer y una esplendorosa vegetación
Escribe: Pepo Garay (ESPECIAL PARA EL DIARIO)
Cuando pensamos en Sudáfrica, la mente se encarga de citar leones, cebras, búfalos, jirafas… el safari, en fin, la fuerza intratable de la sabana, la reunión con el reino animal como experiencia única e irrepetible. Sin embargo, la “Nación del Arcoiris”, de múltiples razas, culturas e idiomas (el sueño, a veces tornado en pesadilla, del encuentro entre negros y blancos), goza además de regiones donde son otras las estrellas.
Como la que atraviesa la famosa Ruta Jardín. Un circuito maravilloso que surca las costas surorientales del continente, deleitando al viajero con montañas linderas al océano Indico, playas, lagunas, bellísimos pueblos, y una esplendorosa vegetación de miles de especies autóctonas que le explican el mote.
Aunque algunas guías turísticas dicen que el inicio (o el desenlace) del asunto se da en Ciudad de Cabo (una de las metrópolis más bien parecidas del mundo, que no le quepan dudas al lector), el verdadero umbral de la Ruta Jardín lo marca Mossel Bay (a casi 400 kilómetros de “Cape Town”, siempre en un itinerario oeste-este).
A partir de allí, serán unos 200 kilómetros de alucinantes paisajes. Son los que ofrece una naturaleza magnánima, que en este país brota por todos lados, alimentándonos el alma, las alegrías, las ganas de vivir.
Bellezas y desigualdades
La columna vertebral del recorrido es la ruta nacional 2, que se balancea en torno a escarpadas montañas, a subidas y bajadas, a curvas que se besan con bosques, con quebradas, con puentes en altura (en algunos se puede practicar bungee jumping), con lagos, con animales (si, aquí también hay para repartir) y hasta con viñedos.
En tanto, los municipios dan prueba del poderío blanco, de gentes que hablan afrikáans (el idioma traído por los Boers, campesinos holandeses llegados al sur de Africa en el Siglo XVII), y que le dieron a la urbanidad un evidente semblante europeo. Las pruebas de la colonia están en la terrible desigualdad social: negros xhosa (una de las muchas tribus negras del sur continental) que hacen de sirvientes a cambio de sueldos miserables. Blancos granjeros o educados en universidades que se dan la muy, pero muy buena vida.
Dan cuenta de las bondades de la zona localidades como Mossel Bay (y sus playas generosas), Knysna (ícono de la Ruta Jardín, destaca con un delicioso paseo costanero, de cafetines, restaurantes, puerto de yates y vista a las espectaculares montañas), George (de perfil similar, con arquitectura colonial y la posibilidad de avistar ballenas), Plettenburg Bay (y sus bancos de arena que juegan con los verdes, las rocas y los cerros) y Nature´s Valley (más colinas, más azules marinos, más beldades).
Allí, o en el resto de los muchos pueblitos costeros, la opción más “cómoda” es sentarse a disfrutar del excelente vino sudafricano, de la cerveza tradicional y del asado típico (es muy buena la carne del país, cocinada a fuego intenso, otra tradición bóer), mientras el Indico dicta poesías de olas y roca a manos llenas.
A la hora de la acción, surgen los tours a caballo y en bicicleta (tipo mountain bike, por las laderas), la interminable variedad de caminatas y las excursiones en canoa siguiéndole la silueta a ríos, lagos y lagunas.
También, y como no podía ser de otra manera, se pueden hacer mini safaris en lodges de la zona y visitar Parques Nacionales como el Tsitsikamma. El encuentro con la fauna trae elefantes, antílopes y monos a montones, entre otras especies endémicas. Todo, con el auspicio de una ruta que regala la cara más florida del Africa.