En su décima edición, celebrada en la capital alemana del 15 al 17 de noviembre, el World Architecture Festival (WAF) dio una nueva vuelta de tuerca a ese giro en el foco que parece estar experimentando la arquitectura planetaria, encumbrando por encima de los proyectos y arquitectos rutilantes a propuestas y profesionales que enfatizan la función social y experimental de la disciplina.

En ese sentido, el festival concedió el galardón al mejor edificio del año 2017 a un proyecto cuya espectacularidad no radica en la escala ni en el sello, sino en su capacidad para resolver un problema acuciante con las mínimas herramientas y la máxima sensibilidad por la cultura local. Se trata de un prototipo de casa para la reconstrucción de la ciudad china de Guangming, la mayoría de cuyos edificios fueron destruidos por el terremoto de 2014. El proyecto, diseñado por la Universidad China de Hong Kong, reinventa la tecnología constructiva local para ofrecer a los habitantes una estrategia de reconstrucción segura, confortable, asequible y sostenible que pueden asumir sin problemas, poseer y transmitir a sus hijos.

El jurado del premio valoró la ambición del proyecto, porque trata de responder a los problemas de la gente -lo que no es poco- combinando la sabiduría de los conocimientos y materiales locales.

También quedó impresionado por el diseño iterativo -es decir, con capacidad de ser replicado- ya que puede aplicarse a cualquier zona del mundo con problemas de desarrollo y afectada por los terremotos. «Los arquitectos han sabido traducir la idea de ‘cuatro paredes y un techo’ en algo que, a través del compromiso arquitectónico, es algo mucho más profundo», señaló el director del programa WAF, Paul Finch. «Este edificio es la demostración de que la arquitectura es tan relevante en las comunidades pobres como en las más ricas».