Escribe Normand Argarate ESPECIAL PARA EL DIARIO
En la madrugada de cierta fría noche de junio de 1969, en la ciudad de Villa María, un hombre terminó de escribir la historia del mito fundante de estas tierras, y de alguna manera se anticipó al género de la novela histórica.
“Primer idilio hispanoamericano en el Río Tercero” del historiador José Antonio Pedernera, es el intento narrativo de sintetizar sus investigaciones históricas con el relato novelado de aquello que la historia no devela.
En la vida del cacique Masangano y su esposa Quillo-vit se reúnen los datos históricos con la vivencia y recreación del origen de una nueva etnia. La matriz criolla en el encuentro legendario entre el europeo y los pueblos originarios.
Pedernera es considerado uno de los primeros historiadores de nuestra ciudad y su “Historia de la ciudad de Villa María” con prólogo de Antonio Sobral, representa un momento excepcional de la propia cultura de la ciudad en la búsqueda de su identidad. Desde una perspectiva que reproduce de manera romántica el proceso de colonización sudamericana, el rastreo y elucidación de algunas toponimias regionales, le permiten al historiador revelar la existencia del cacique blanco, a través de esos nombres que tiene la tierra.
El “Paso de Masangano” se registra en documentos históricos que datan de 1617 y lo ubican a “ocho o diez leguas al oeste de Yucat”. Pedernera conocedor de los trabajos de investigación de Alfredo Furlani sobre la estancia de Yucat basados en la documentación existente de los primeros misioneros mercedarios, y asimismo su propios descubrimientos, señala: “…por 1696 figura en expedientes judiciales conservados en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba, en ellos el expresado toponímico designa dos localidades en las antes expresada región, llamadas ambas “Masangano viejo” y la segunda “Masangano Nuevo.”
Reconstruir a partir del nombre de un lugar, en la resonancia de esa voz, la sombra de una existencia, es el propósito de esta novela que busca en ese origen, la fábula de su propio mito y a la vez es la culminación de una vida dedicada a rastrear la historia. Sin embargo los nombres mutan, y es por ello que seguir la huella de esas marcas nos lleva al origen. Agrega Perdernera: “Son muchos los historiadores que mencionan dichas localidades. Después a una de ellas se denominó “Santa Rosa de Masangano”. Y por último, desde 1867, empezó a usarse la denominación de “San Antonio” como consecuencia de haberse edificado en esa localidad, una Capilla en honor de San Antonio de Padua.”
Entonces surge la pregunta, y por ende la necesidad de la novela ¿Quién fue Masangano? O más precisamente el cacique Masangano que registran esas viejas crónicas mercedarias.
En busca de las ciudades de oro
Antes de adentrarnos en la historia de Masangano conviene recordar el escenario de la leyenda. Allí, en el paradero Yucano de Laguna Honda, provincia aborigen de Yana Ona, en el año 1528 se desarrolla una historia de amor. En ese espacio, y es numerosa la documentación que lo acredita, existió una importante comunidad indígena, cuya presencia fue documentada por los sacerdotes mercedarios que llegaron a estas tierras.
La historia del propio cacique Masangano comienza el 29 de agosto de 1528 cuando Sebastián Gaboto arribó al Río de la Plata y fundó el fuerte de “Sancti Spiritu” a orillas del Carcarañá. Dos meses después, partió del fuerte un destacamento de una veintena de soldados al mando de Francisco César, con la orden de avanzar por el Carcarañá y remontar el Ctalamochita en busca de la fabulosa “Sierra de la Plata”, que según Gaboto escuchó a los propios Querandíes comentar. Se sabe que la expedición llegó hasta el Valle de Conlara, en la actual provincia de San Luis, y que a su paso fueron recibidos por lo general, de manera amistosa y obsequiados con utensilios de metales preciosos lo que despertó la codicia de los europeos y la famosa leyenda de ciudades de oro.
El acelerado ritmo de la marcha de regreso, dispersó al grupo. El primero en llegar fue el propio César, justo a tiempo para embarcar en fuga, ya que la posición del fuerte era insostenible por el constante asedio y hostilidad de los Timbúes. En la precipitada huida algunos hombres fueron abandonados a su suerte. Reunidos en las inmediaciones, decidieron retornar hacia el Valle de Conlara, alejándose de territorio enemigo. De esta manera iniciaron una larga marcha hacia el norte con el objetivo de llegar a las tierras del “Pirú” como se le decía por entonces a Perú. La travesía ilustra el espíritu de esos hombres empecinados en su fiebre de oro.
Y tras el paso de aquella caravana, Pedernera descubre en estas viejas crónicas, el nombre de tres de los perdidos: Jerónimo Romero, de quien dice, se queda en los márgenes del Tercero hasta que, años después, es rescatado por la avanzada de Francisco de Mendoza cuando prosiguiendo la ruta de la expedición de Diego Rojas, llegó a estos parajes, camino al Paraná. De Matías Mafrolo nada más se supo, devorado por la noche de los tiempos y el olvido de toda inmensidad; y finalmente la historia de Francisco Maldonado, un joven andaluz que finalmente conquistaría su propio reino.
El cacique Blanco
Francisco tenía diecinueve años al momento de quedar abandonado en estos parajes. Abandonado en primer lugar por su propio comandante y luego por los propios sobrevivientes, llega hasta Laguna Honda, en las tierras del Yucat, ya desfalleciente e incapaz de seguir la marcha hacia el norte. Allí, en una escena feérica, es socorrido por la princesa Quillot-Vit, cuyo nombre significa “Luna nueva”. En aquella convalecencia, el joven Maldonado se convertirá lentamente en Masangano hasta convertirse en cacique y desempeñar un rol estratégico en el control de estas tierras. Será, según el historiador, quien acordará la entrada de Suárez de Figueroa, y el acercamiento de aquellas comunidades a la iglesia católica, a través del Padre mercedario Fray Luis de Valderrama; quien iniciará los registros de esta congregación, y dará vida a la leyenda del cacique blanco.
“Primer idilio hispanoamericana en el río Tercero” fue publicada por primera vez en el año 2002. Escrita hace casi cincuenta años en una noche fría de junio, Pedernera a través del trance imaginario intentó reconstruir un mito originario en el cual sus búsquedas, sus proyecciones intelectuales, su postura ideológica, sus inquietudes espirituales, se cristalizaran en aquello que nos constituía desde el tiempo y el espacio, y que más allá de cualquier certeza científica o comprobación histórica, siempre queda el relato, el mito como intuición de la presencia de lo maravilloso. Pedernera murió dos meses después de culminar su única novela.