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«La palabra siempre es el bálsamo, la necesidad, el refugio»

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«La palabra siempre es el bálsamo, la necesidad, el refugio»

Escribe Fran Gerarduzzi

Una primavera que todavía está con fiaca me llevó, una tarde, a una casa con alas, que huele a familia y que amanece y despierta con palabras que deambulan insomnes. Cuadernos, papelitos sueltos y libros reposan en bibliotecas colmadas de mundos. “Seis universosconstelaciones” estarán siempre bajo sus manos que son un nido al que, siempre, podrán regresar cuando un deseo les recorra el corazón. En su vuelo, otro pájaro la acompaña para escribir, con caricias, las páginas de un libro que jamás termina.

Las aulas de las escuelas extrañan en silencio la voz de la poeta. Los pizarrones se abrigan con los versos que laten durante sus ausencias. Los pasillos sienten el vacío de las madrugadas solitarias. Ya desde niña, la vocación por la docencia estaba presente y, con los años, ese anhelo se haría palpable. Madre, poeta y profesora -al mismo tiempo- Andrea Farchetto hace de las letras una forma de ser que se puede leer en la piel. Como ella lo escribe, ya no puede encriptar más el mensaje. Le crecieron alas. Y en su hogar, se siente como los colores de las palabras.

Una sonrisa, unos ojos y unas manos caseras como el pan que se cocinara en los hornos de barro de su infancia en Colazo me reciben con calidez. La tarde está húmeda, la lluvia parece demorarse en una costanera todavía callada. Una mesa caótica se entremezcla con la melodía de las aves que se oyen en su jardín apenas dorado por un sol convaleciente. Allí las palabras, las letras y la literatura se respiran como el budín de vainilla que miro con deseo. El placer por la lectura está latente y hierve como la pava solitaria en la cocina amplia. El primer mate me viste el paladar con un dejo de azúcar y el budín ya está cortado.

 

La impronta de Colazo, su pueblo

Tuve una infancia de pueblo que se caracterizó por la cercanía de la familia, de los amigos y de las instituciones que nos dan un poco de identidad como lo son la escuela, el club, la iglesia y la plaza.

En Colazo están mis padres y uno de mis hermanos y por eso conservo el vínculo. Sin embargo, mis hijos lo mantienen más vivamente porque tienen esta necesidad de volver al pueblo cuando hay un evento, un fin de semana, el tema del club. El fútbol tiene un rol importante. Y la casa, la cuadra, el barrio.

Mi papá fue siempre empleado petrolero, y durante muchos años fue director técnico del equipo de fútbol de Colazo. En cuanto al arte, mi papá se desempeñó como actor del teatro vocacional del pueblo durante muchísimos años. Y por su parte, mi mamá, además de ama de casa, también estuvo relacionada con el arte porque fue tejedora y ahora pinta.

Vinimos a Villa María por varias razones. Trabajaba en el equipo técnico de una ONG, de Quijotada (teatro por la inclusión) y estaba muy comprometida con ese proyecto. Viajaba todos los sábados. Lo hice durante más de seis años y sentí la necesidad de instalarme porque el grupo había crecido mucho y las actividades durante las semanas eran varias. Además pensamos que la presencia de la Universidad ayudaría con las elecciones que hicieran nuestros hijos y eso nos convenía. Ya teníamos dos de los chicos que habían hecho carrera en otros lados, pero quedaban cuatro más.

 

La docencia, esencia

Nunca tuve dudas. Siempre cuento que iba a segundo año del secundario y sabía que quería ser profesora de letras. Por ahí no estaban dadas muy claramente las condiciones en mi casa -hogar de trabajadores- y mi papá me ofrecía lo que se acostumbraba en esa época allá en mi pueblo, que era ir a Villa del Rosario a estudiar Magisterio. Y me acuerdo el día que le dije: “No quiero ser maestra. Quiero ser profesora en letras”. Así que el primer intento fue anotarme en la escuela Víctor Mercante, en el profesorado, pero no estaba la carrera. Por ende, ellos mismos me derivaron al Instituto del Rosario donde sí pude hacerlo. Años más tarde llegó la licenciatura y hoy escribo para mi doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba.

 

La educación en el plano local

Por distintos factores estuve en muchas escuelas de Villa María. Creo que el tema del fracaso escolar pasa por una cuestión de ejecución en el aula, y por supuesto por una cuestión de gestión. Porque aún en los contextos más difíciles siempre se puede hacer algo. Si el alumno se siente acompañado, si siente que esa clase que vos tenés en la carpeta la armaste para y pensando en él, y no en tu facilidad ni comodidad, hay respuestas. No estoy diciendo que sea fácil. Estoy diciendo que hay que hacer el intento y muchas cosas se matan antes.

Al adolescente sacale el uniforme, el techo, el nombre de la escuela y es siempre el mismo. Esto lo aprendí definitivamente con la gente de Quijotada: no sólo hay chicos de la calle, sino que hay chicos en situación de calle. Hay chicos que pueden tener en lo material todo lo que vos quieras, y en lo personal ser absolutamente carecientes. Y esos chicos están en cualquier escuela, no necesariamente en una marginal.

Tengo 27 años de antigüedad en la docencia y jamás vi tan vapuleado un guardapolvo como en estos días. Todos hablan, todos opinan, pocos se involucran. Asistimos al deterioro de la figura del docente de manera impúdica, obscena. Basta escuchar cómo se refieren cuando nos nombran. Y nos nombran en cualquier lugar y lo hace cualquier persona. Tal el lugar que ocupa la educación en el aquí y ahora de nuestro país. No es casual, es causal. Fue costoso atravesar el conflicto, sobre todo porque visibilizó miserias de las que ni sospechábamos.

 

Contacto con la literatura

Fue espontáneo porque no vengo de una familia de lectores ni de una casa donde haya habido biblioteca. Sin embargo tuve suerte: mi hermano es dibujante y ganó varios premios. Los premios eran libros, entonces empezamos a tener algunos de tapa dura, otros de cuentos y mi mamá nos regaló además uno de leyendas universales que hoy se refleja en mi rol de profesora de literatura clásica a través de esos mitos y leyendas que leí en aquella oportunidad y que están vivos desde la niñez. Siento que siempre fui lectora de todo desde siempre.

Tengo un recuerdo muy claro, muy nítido y de mucho placer respecto a la literatura que nos acercó la directora de la primaria, Cuqui Siravegna que también nos daba clases en el secundario, en los primeros cursos. Ella nos hacía memorizar. Esa es una práctica casi caída en desuso y cuando uno recupera de la memoria algún texto pasado me parece que pone de manifiesto lo que Laura Devetach dice: “La textoteca interna”. Somos una suerte de biblioteca formada con pedacitos de canciones, oraciones, rezos, poemas y letras de canciones que nos tallaron, que nos hicieron esta suerte de punctum -el término de Barthes- cuando éramos chicos y que hoy colaboran con la identidad. Decir un texto de memoria es un valor también para el que lo escucha, fascinación tienen algunos rostros cuando escuchan decir unos versos. Lo he comprobado, lo sigo haciendo.

 

La palabra y la poesía

La palabra siempre es el bálsamo, la necesidad, el refugio. Podemos tener una realidad que castiga, pega, no contiene, suelta, pero si tenés el recurso de escribir o de poder decirlo me parece que es valiosísimo.

La poesía gana en expresión de sensibilidad, una búsqueda dentro del mismo lenguaje que hablamos y esto no quiere decir corrido de lo cotidiano ni de lo sencillo. Estoy diciendo buscarle la vuelta dentro de la sencillez para poder decir algo que al otro lo conmueva. Servir poéticamente, una mirada del mundo, eso hago cuando digo que escribo poesía. Eso no necesita más explicaciones para mí.

 

Escribir desde siempre

No tengo una idea muy clara de cuándo empecé a escribir. Siento que desde siempre, pero lo que sucede es que escribía y tiraba, quemaba o guardaba.

Me dio mucho pudor mostrar la escritura. Lo hacía como una necesidad o, más bien, como algo natural.

Siempre empecé por la poesía. Con la prosa tengo unos toques y me voy. Casi no muestro lo que escribo en narrativa.

Escribo para decir el mundo desde mi mirada. Pero también creo que escribo porque es mi manera de ser. Es como respirar. A mí no me llama la atención que escriba porque lo tengo incorporado desde muy chica. Ahora lo hago en el teléfono o en cuadernos que hay por toda la casa diseminados y también en papelitos. No me pregunto para qué escribo, sé que lo hago.

Soy de lo más caótica que te puedas imaginar. No puedo hablar ni de método. Escribo en cualquier momento. Soy absolutamente insomne entonces escribo a la madrugada habitualmente. A la mañana estoy sola y esta casa tiene silencio, excepto el ruido del patio que es importante, y escribo ahí un poco más.

 

El patio

En mi vida, las cuestiones que tienen que ver con lo casero y las prácticas cotidianas tienen un sello muy grande y eso viene de mis abuelas. En sus patios se hacía música, se encontraba el horno de barro para hacer el pan, estaba el gallinero y los árboles de naranjos y de granadas.

 

Influencias

Me marcaron siempre los clásicos. Leer a Horacio, a Homero, a Virgilio marca a cualquier lector y más si ese lector se dedica y hace de su vida las letras. Sin lugar a dudas Cortázar por el ingenio, la creatividad, la originalidad y la vuelta de tuerca en los 60 cuando no se podía seguir escribiendo lo mismo. Fuentes es un escritor que a mí me atrapa sobremanera. Gabriel García Márquez es otro importante porque sella la adolescencia. La poesía de Lorca y de Calveyra me marcó. César Vallejo también. Vamos a caer en la injusticia porque me voy a olvidar de alguien, pero hoy, la línea de los escritores uruguayos: Mario Levrero, Felisberto Hernández y qué decir de la poesía de Marosa di Giorgio. Leo muchísimo más que por razones obvias no puedo ponerme a nombrar, sería una lista interminable.

 

Presentar libros, una incomodidad

No me gusta presentar libros. Tengo muchos amigos que son poetas y me dicen: “Pero tenés que presentarlo porque sólo así se dan a conocer”. Sí, entiendo, voy a presentaciones, pero no lo siento para mí. No es lo mío, me siento incómoda, me inquieta. Al primero no lo presenté y el segundo fue en Polaroid pero algo muy cercano e íntimo. Creo que no tiene que ver conmigo ese tipo de exposición. Es el lugar de la exposición, porque yo escribo para otra cosa. Entiendo que uno lo hace con este fin de divulgarlo, de lanzarlo y en ese lanzamiento tener que mostrarlo pero la verdad es que me gustaría que se pudiera hacer sin mi presencia. Casi que me encantaría ir a una presentación de un libro sin mí (risas).

Otra cosa que no hago es pedir que me escriban ni prólogos ni comentarios porque no me gusta comprometer al otro. Es decir, no quiero que exista entre mí y la otra persona, y el libro en el medio, un compromiso de escribir “para”. No creo que deba ser así. Si surge, que surja, pero no pido.

Hay dos personas de la Villa que son fundamentales para mí en relación a mi poesía y en decir una palabra que reúna sabiduría, coherencia, calidez: una es Griselda Rulfo y la otra, Susana Zazzetti. Son dos personas que llegaron en el momento justo. No sé si lo saben. Es hora de que lo sepan porque merecen todo mi respeto y agradecimiento.

 

Para no apagar rebeldías, su último libro

Fue un libro escrito el año pasado. Nace a partir de un poema que tiene un verso que da nombre al libro. Supe desde ese momento que ese tenía que ser el nombre. Todos los otros poemas vinieron después y alrededor de ese. Dialogan, se encadenan, se provocan, ofrecen el espejo y el grito. Me permiten ser.

Es un grito nacido en las vísceras, un deseo insostenible de decir la memoria, el recuerdo, la amistad, el amor, la resistencia.

A la tapa la eligió mi editora, María Belén que tiene un gran sentido de la estética. Cuando me propuso esta fotografía de Henri Cartier, no hubo nada más que decir. Si la explico, la mato. Se la dejo a cada lector. Espero que empiecen a leer este libro desde esa tapa que adoro.

El libro no se presentó y hasta la fecha, no tengo previsto presentarlo, al menos no de manera formal.

 

Más allá de la poeta

Me parece que todos tenemos a alguien que no fue, pero que no necesariamente te deja deuda. Todos cargamos una mochila que se llama historia y ahí hay alguien que no fue.

No fui una niña. Me parece que le faltó juego a mi niñez. Me parece que le faltaron muñecas, por decirlo de una manera simbólica.

Miro hacia atrás para reconocerme y no olvidarme pero no como un anhelo de volver a estar en esos lugares. Siempre miro para adelante porque me parece que la vida me ha favorecido gratamente. No soy una persona atada al pasado pero sí lo recuerdo porque es mi historia.

Soy una perseguidora de la paz, interior y exterior. Soy alguien que necesita trabajar para no perder la esencia y en esas luchas a veces, se va la vida. Hoy, vivo un tiempo personal particular que despierta otras facetas de mi persona, otro tiempo que es intenso porque es de búsquedas y desafíos.