Formada en Italia junto a grandes maestros, la artista cordobesa Marcela Mammana es una especialista en la obra de Fernando Bonfiglioli. A tal punto que a pedido de Nella, hija del pintor, restauró los murales de la Catedral en 2014. Hace dos semanas ha comenzado los trabajos en la Iglesia de los Trinitarios, devolviéndole la vida a los últimos frescos que el artista pintara en la ciudad y que, al decir de la restauradora, “son su obra cumbre”
Saneados de la humedad de más de medio siglo y del inevitable ennegrecimiento ambiente, los cielos de Los Trinitarios han recuperado su “azul infinito”. Y como producto de un lifting capaz de devolverle la juventud a las criaturas celestiales, hasta los ángeles han vuelto a brillar de salud resplandeciendo en las alturas. Podría decirse que “han resucitado los querubines”, si no fuera porque automáticamente uno se preguntaría cómo es que pueden resucitar las criaturas inmortales. Sin embargo, como producto de la incesante entropía de este mundo (esa corrosión que todo lo deteriora o destruye hasta el olvido) incluso los seres alados parecieran condenados a envejecer en los muros de los templos. Y si hay un acto parecido a la “Apocatástasis” (ese concepto de los padres griegos de la Iglesia que siginificaba “devolver a las criaturas el estado de plenitud primordial tras la muerte”), si hay un milagro semejante a ese “regeneramiento celular” de la medicina moderna llevado a la pintura, ese milagro se llama “restauración”. Pero no en cualquier sentido, sino en el más profundo y que podría resumirse en estos tres mandamientos: “Curar la superficie previamente; no tocar el original o tocarlo en la menor medida posible y, sobre todas las cosas, pintar con pintura removible por si más adelante hay un mejor producto o un mejor restaurador”. Quien dice esto con fabulosa humildad es una autoridad a nivel mundial: Marcela Mammana (formada en Florencia -Italia-, en el Louvre de París -Francia- y la Biblioteca de Alejandría -Egipto-, entre otros centros consagrados a este mettier). Y bajo las cúpulas de los Trinitarios al caer la tarde, como bajo un cielo que recuperó el esplendor nocturno de sus estrellas, comienza esta entrevista.
Breve charla con una “médica” del arte
-¿Cómo llegás a Villa María y cómo das con la obra de Bonfiglioli?
-Fue en 2006. Nella Bonfiglioli me buscó en Córdoba porque había leído de mí y le habían hablado de mis trabajos. Cuando me localiza, me dice que no se quiere morir sin ver los murales de la Catedral restaurados. Por ese entonces, yo no conocía a Bonfiglioli. Pero cuando llegué a Villa María y vi su obra, me enamoré completamente. ¡No podía creer que tuviéramos esto y que fuera tan poco conocido! Desde ese entonces, con Nella tuvimos una amistad que duró 10 años. Y entre las dos tratamos de conseguir más fondos para restaurar. Así que recién pude empezar en 2011 y estuve en la Catedral hasta 2014.
-¿Cómo procediste para curar originales de más de 50 años?
-Primero que nada, busqué toda la documentación de cada mural. Por eso con Nella nos pasábamos horas viendo fotos o leyendo cosas que había dejado escritas su padre. Es muy importante poder datar la edad del mural y el tipo de pintura que se usó. Cuando tenés esos datos, lo primero es sañar la arquitectura, que generalmente está húmeda o craquelada. Una vez sañada la superficie, recién empezás a pintar. Pero siempre con pigmentos reversibles que puedan levantarse sin problemas, como te decía antes.
-¿No corre peligros el original?
-A la pintura original no la tocás nunca salvo para fijar. Si se ha caído algo, entonces estucás, enmasillás y retocás con un tono más alto. Pero tenés que poder identificar la restauración después. Bonfiglioli trabajó mucho en la Catedral con temple al huevo y en Los Trinitarios con muchos tipos de pintura: huevo, óleo, caseína… Los Trinitarios es su obra cumbre, y en ella utilizó distintas técnicas y materiales, como si hubiese puesto todo su amor y sabiduría. Si te fijás en el vía crucis, por ejemplo, vas a ver que cada cuadrito es una pequeña obra maestra.
-Además de la Catedral y Los Trinitarios, restauraste la Capilla Buffo, en Unquillo. ¿Notaste puntos en común entre ambos artistas?
-¡Claro! Me acuerdo que apenas entré a la Capilla de Buffo y vi el azul, me dije “¡Es el azul de Bonfiglioli!”. Nella me había contado que él y Buffo habían sido amigos y que se pasaron algunas recetas. ¡Y a los dos se les arruinó el azul! (risas). Nella cuenta que en uno de los murales, Buffo le pidió a Bonfiglioli retratarla, pero su padre no quiso. ¡Ella era su musa exclusiva y tenía celos de los otros pintores!
-¿Cómo?
-Si te fijás, Nella está en un montón de angelitos y en imágenes de la Virgen Niña. Cada vez que él pintaba una iglesia, ponía personajes que interactuaban con él. En la Catedral, por ejemplo, además de Nella, están el párroco, el electricista, el obispo y hasta una viejita que siempre iba a rezar. Y a veces se ponía él, como Velázquez.
-¿Cómo es que, siendo pintora, te decidiste por la restauración?
-Porque cuando terminé Bellas Artes siempre me preocupé en investigar sobre técnicas y materiales. Así que viajé mucho por el mundo. Y cuando estuve en Italia y vi el valor que le daban a la restauración, me enamoré. Era una época en que en Argentina casi ni se hablaba. De hecho, hasta el día de hoy mucha gente sigue tocando de oído y arruina obras. Para restaurar no basta ser pintor, es necesario saber. Y para eso tenés que ser médico, para poder curarla. Y los restauradores somos eso, los médicos de una obra.
-¿Tenés algún ejemplo de obras arruinadas?
-¡Acá mismo! ¡Vos no sabés la obra maravillosa que había dejado Bonfiglioli en el ala oeste, debajo de aquel mural que ves ahí! Pero como se deterioró, vino alguien y la pintó arriba; puso caucho sobre temple y “fundió” el original. ¡Y encima tuvo el tupé de firmar la obra! En el altar, por ejemplo, estaban tapadas las estrellas. Pero pudimos ver con una foto en blanco y negro de Nella que había una constelación y entonces la pude reproducir después tal cual estaba.
-¿Fue más fácil restaurar la Catedral que Los Trinitarios?
-¡Totalmente! A la Catedral la restauré completa, pero no tiene tanta pintura en detalle como acá. En Los Trinitarios hay muchos murales y guardas muy complejas que la humedad había borrado y tuve que reconstruir. También restauré las esculturas del altar, que fueron traídas de España y que son bellísimas.
-¿Qué detalles te llamaron la atención de la obra mural de Bonfiglioli?
-¡Muchísimos! Desde la concepción global hasta los detalles más pequeños. El siempre pintó con un amor y una calidad maravillosa. El crucero de Los Trinitarios, por ejemplo, tiene un trabajo increíble. Si vos te fijás desde abajo, parece que fuera de madera tallada, pero es sólo un efecto óptico hecho con pintura. Hay en Italia un especialista en la obra de “El Tiépolo” que vive estudiando los murales de Venecia y cuando le mandé la foto del crucero de Los Trinitarios me dijo que nunca había visto un efecto así.
Fernando, en el cielo con diamantes
-Sin embargo, me decís que en Córdoba nadie conoce a Bonfiglioli.
-No; pero el año pasado lo traje a Omar Demarchi, que es quien controla las obras de arte que son patrimonio de toda la provincia. Y cuando entró a los Trinitarios, se quedó helado. Me dijo “¡Urgente esto se tiene que declarar de interés cultural!”.
-¿Creés que a la obra de Bonfiglioli le falta “prensa”?
-¡Absolutamente! Si él hubiera pintado esto mismo en Buenos Aires, hoy sería reconocido como uno de los grandes muralistas argentinos. Y si se hubiera vuelto a Italia, lo estudiarían en todas las universidades del mundo. ¡Pero él decidió quedarse acá! Bonfiglioli fue el Miguel Angel de Villa María y esta ciudad le tiene que estar muy agradecida porque debido al amor de una mujer (su esposa, Yolanda Culasso), se radicó y pintó acá sus obras maestras. Y quienes quieran ver lo mejor de su técnica y expresión, tendrán que venir a Villa María. Es imprescindible que la ciudad tome conciencia de la importancia de estas pinturas, ya que conforman un patrimonio de valor incalculable.
-La Iglesia de Los Trinitarios fue su último trabajo, ¿no es así?
-Sí, la terminó y murió una semana después, el 12 de diciembre de 1962. Estaba muy mal y el médico le prohibió que se volviera a subir a un andamio. Nella me dijo que ese diagnóstico aceleró su muerte, que él no podía vivir sin pintar murales. También Nella me solía decir que ella le tenía celos a los Trinitarios porque le robaban a su padre. Pero a su vez, mientras pintó acá, estuvo vivo.
-Nella falleció hace pocos meses, ¿cómo te cayó esa muerte?
-Muy mal. Habíamos tenido una amistad muy intensa a lo largo de 10 años y más allá de las diferencias de los últimos tiempos, la obra de su padre nos unió para siempre. Yo había conseguido que el intendente de Zola Predosa, la comuna de Bologna donde había nacido el padre de Fernando, le hiciera una carta a Nella reconociendo la importancia de la obra de su padre. Pero nunca se la pude dar porque esa carta llegó tarde.
-¿Te acordás de tu última charla con ella?
-Sí. Fue pocos días antes de que muriera. Nos vimos y pudimos hablar como antes. Y me acuerdo que ella, con mucho cariño, me agarró de las manos y me dijo: “Nunca dejes de defender la obra de mi padre”. Y eso es lo que hice y eso es lo que estoy haciendo. Mirá, se me pone la piel de gallina cuando te digo esto. Perdoname, pero no puedo seguir.
Gracias, Marcela, por devolverle la vida a un pintor de mi ciudad y recuperar el azul infinito de sus cúpulas, esas que ahora brillan en su memoria como un nuevo cielo con diamantes.
Iván Wielikosielek