
Son jóvenes que integran una incipiente agrupación social que se plantea “acciones concretas, a corto plazo y de relativamente fácil concreción”

“Lo vi en su vieja bicicleta, encorvado, incómodo, haciendo un gran esfuerzo, justo cuando se detenía en la puerta de la carnicería. Yo pasaba en moto, me volví, me acerqué, le pedí sus datos y le dije que le iba a hacer una nueva bicicleta, mucho mejor y más cómoda. Me dio sus datos pero no me creyó”, cuenta Abraham Mena en una charla con EL DIARIO.
A su lado, está sentado Javier Reinoso, el joven discapacitado que fue beneficiario del impulso solidario de Abraham.
“No, no le creí”, sonríe y reconoce Javier. “Es que tantas veces me habían prometido cosas, y nadie había cumplido”.
Cuatro meses después de aquel encuentro, tiene que reconocer que, aunque a pedal y tracción a sangre, la solidaridad siempre se mueve.

Completan la mesa, para la entrevista, Cristian Fisciletti y Santiago Carletti, todos parte de una nueva agrupación social de jóvenes que entienden que “son momentos en lo que más que nunca es necesario plantearse el hacer algo”, aporta Cristian y para redondear la idea, Santiago puntualiza: “Nos planteamos acciones concretas, a corto plazo y de relativamente fácil concreción”. Y aclara que aunque ellos son los que han venido a EL DIARIO a hacer la nota, “la agrupación, aunque es incipiente, cuenta con diez miembros más y además, hemos contado con el aporte desinteresado de otras personas.
Para ser precisos, lo que entre todos le construyeron a Javier es un triciclo o hand bike, es decir, una bicicleta para pedalear con las manos.
“Fue fundamental para nosotros en este proyecto la ayuda de Martín, un joven que vive una situación parecida a la de Javier y nos regaló la parte delantera de la bici, que es muy cara. Su aporte fue valiosísimo. Y después, cada cual puso lo que podía o sabía. Yo, por ejemplo, trabajo en una fábrica de aberturas y me doy maña para soldar y doblar, y me gusta, lo hago con alegría; los demás, gestionaron, armaron la rifa de un lechón, que la gente compró con gusto; y después, el tapicero aportó su mano de obra, un tornero aportó lo suyo y así lo fuimos haciendo. La ortopedia es algo muy costoso, por demás, pero con ingenio y trabajo se pueden suplantar muchas cosas”, explica Abraham. a quienes los demás no dudan en sindicar como la cabeza del proyecto.
“Para mí fue una alegría total cuando la recibí. Y me cambió mucho, para mejor”, reconoce Javier. “Lo llamaba todos los días a Abraham y le preguntaba si faltaba mucho”. Se ríen.
“Había días en que renegaba mucho trabajando en la bici. Pero tenía que terminarla. Si no la terminaba, iba a vender la moto para comprarle una”, asegura Abraham.
“¿Cuánto les debo?”, le preguntó Javier cuando terminaron la bici.
“Si te sirve, está todo bien”, le dijeron.
Misión cumplida.
“Para que se tenga una idea, una bici así puede costar unos 40 mil pesos en el mercado. Nosotros pudimos hacerla con unos 8 mil”, señala Cristian.
“Con la fuerza colectiva y el esfuerzo de todos, intentamos cambiar la realidad”, agrega Santiago y Abraham remata: “El que te diga que no se puede, es un mentiroso”.
De yapa
De la rifa del lechón, sobraron unos pesos, y los muchachos decidieron comprarle una olla grande a una mujer que tiene una Copa de Leche en barrio Los Olmos y fabricarle un quemador adecuado para que ella pueda, a su vez, ser solidaria con los chicos que poco tienen. Y así, eslabón por eslabón, se va formando la cadena, como una cadena de bicicleta, que marcha más lenta que un coche de alta gama, pero marcha.