Por el Peregrino Impertinente
Ramala es una ciudad ubicada en Cisjordania, ese limbo legal que se recuesta al centro este de la frontera con Israel y cuyo estatus político es más difícil de explicar que el look de Schiaretti, quien con su flequillo indefinible nos recuerda que en la vida hay cosas peores que no llegar a fin de mes, u otros banalidades del estilo.
La mención anterior obedece a que si bien Cisjordania es administrada por la Autoridad Nacional Palestina (APN), está ocupada militarmente por Israel desde el año 1967. Es más o menos como dormir con el enemigo, y que a ese enemigo le pinte practicar con uno las más oscuras perversiones sexuales, y con la luz prendida.
En concreto, la localidad está asentada 20 kilómetros al norte de Jerusalén. Para llegar, basta con tomarse un bus desde la ciudad santa y cruzar un puesto de control, donde te revisan hasta la conciencia social. El ingreso no es caótico: Ramala tiene apenas 30 mil habitantes, similar en tamaño a Bell Ville. Lo que la diferencia de la cabecera del Departamento Unión es que al viajero no le dan ganas de tomarse un vaso de granadina con cianuro ni bien pisa la terminal.
Lo cierto es que, más allá de lo que las guías turísticas puedan dictar, la capital palestina presenta un cuadro de lo más atractivo para el foráneo. Una urbe tranquila y bastante ordenada, rodeada de montes, repleta de obras que remiten a la cultura árabe y bendecida por el clima mediterráneo. A eso, le suma su realidad política y social atrapante, y unos paisanos muy comprometidos con las causas libertarias, siempre dispuestos a brindar su punto de vista. A la hora de hacer amigos, suma mucho que el pasaporte no diga “Goldstein” o “Feinman”, los chistes de “Venían dos banqueros judíos, y uno le dice al otro…” o los comentarios del tipo “la parte que más me gustó de El Mercader de Venecia es cuando…”