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Las puertas del pasado

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Las puertas del pasado

P12-f2 puertasP12-f1 puertasQue la ciudad ha crecido en todas direcciones es un hecho incontrastable. Descampados que dejaron de ser periféricos y se incorporaron a la urbe; barrios que en pocos años pasaron a formar parte del centro y el centro que, apretado entre nuevos muros, no tuvo más opción que crecer hacia arriba.

Y los villamarienses (pueblo pragmático y poco aferrado al pasado si los hay), se enorgulleció no sólo de esa fabulosa explosión inmobiliaria sino de haberse vuelto “una ciudad en altura”. Lo que quizás no pongan en la balanza nuestros coterráneos (y siempre me pregunto si es por desprecio o por ignorancia), es otro hecho no menos incontrastable: que toda esa construcción fue y sigue siendo producto de una destrucción despiadada. Sobre todo en lo que atañe a las casas antiguas.

Baste con recordar, a vuelo de pájaro, la fabulosa esquina italianizante con balcones en Catamarca esquina General Paz (hoy flamante heladería), la casona frente a Plaza Centenario que fuera un “pub” o la mansión barroca de dos pisos en bulevar España casi esquina Catamarca. Ni hablar del emblemático colegio Mariano Moreno, cuya pretendida “conservación de fachada” tras la gratuita destrucción de sus muros, parece un fenomenal acto de cinismo.

 

Entradas a los hogares del presente

Lo cierto es que, tras el “progreso demoledor” por las veredas de la Villa, la gente de a pie ha empezado a ver una sucesión interminable de puertas de vidrio, portones de aluminio o rejas cuadradas sin diseño alguno. Son las entradas a los hogares del presente. Sin embargo, de tanto en tanto, aún se levantan las puertas del pasado. Muchas están derruidas, enclavadas en casonas que no pueden alquilarse y acaso sigan muy pronto el triste derrotero de sus hermanas. Otras, en cambio, brillan en remodelados centros médicos, estudios jurídicos o geriátricos. (Paradójicamente, las corporaciones privadas han hecho más por el patrimonio villamariense que las ordenanzas municipales).

También hay otras puertas ancestrales que, mágicamente, aún se abren y se cierran a casas de familia. Como la doble hoja en Maipú casi esquina Catamarca que exhibe en su reja la silueta de dos mujeres desnudas, una arrodillada frente a la otra como en un desconocido rezo egipcio. Esa puerta pareciera anunciar la entrada a un lejano paraíso, el acceso a uno de aquellos fascinantes zaguanes que aún no han podido tirar las palas mecánicas del progreso. Y guardan en sus pasillos el eco de otras voces, la música de otros días, la risa de esas muchachas de antaño que corrían a sus habitaciones, felices por haber robado un beso en una noche fugaz que ya pertenece al olvido y a la eternidad.

Iván Wielikosielek
Especial