Escribe Iván Wielikosielek ESPECIAL PARA EL DIARIO
La Casa Balear de Villa María prepara la tradicional Fogata de San Juan. Será esta noche a partir de las 20.30 en el Club Náutico de Villa Nueva. Los festejos se completarán el domingo 26 con una chocolateada en el Prado Español acompañada de “pastissets”, masitas artesanales típicas del Mediterráneo
Recuperando la tradición de las islas mediterráneas, que décadas atrás mantenía “La Menorquina”, los descendientes locales de la inmigración celebrarán una vez más el ritual del fuego
Se trata del fuego que todo destruye, al igual que el olvido al que una vez le cantó Gardel. Sólo que a diferencia de aquel fabuloso poema de Le Pera, el fuego también tiene la virtud de renovar, el poder alquímico de reconstruir, de hacer nacer de las cenizas. Y más aún si se trata del fuego que arde durante la noche de San Juan.
Conmemorando aquella celebración ancestral que coincide con el solsticio de verano europeo, la Casa Balear local convoca a los festejos y a las fogatas, retomando la costumbre de aquellos isleños que, desde fines del Siglo XIX hasta principios de los 50, poblaron la Villa. Apellidos como Mir, Mercadal, Cardell, Pons o Vivó, están íntimamente ligados a Menorca y Mallorca, pero también a buena parte de la historia villamariense. Muchos descendientes de aquellas familias estarán avivando los troncos en el Náutico frente al río, a imagen y semejanza de lo que a idéntica hora estará aconteciendo en las lejanas playas del Mediterráneo.
Como dato de color, hay que decir que esa fecha tan importante para el mundo europeo también marcó a fuego (valga la obviedad) a toda la mitología argentina. Y es que un 24 de junio moría en Medellín Carlos Gardel, abrasado como un Dios Momo; mientras que en Rosario nacía bajo una llama sagrada el genio de Lionel Messi.
El último balear de la Villa
Todas las mañanas se lo puede ver tomando un cortado en la misma mesa del Café Argentino, costumbre que (según explica) adoptó al jubilarse. No tiene tonada española ni el más remoto aspecto de un extranjero. Pero lo que quizás pocos sepan es que don Antonio Vivó es el último balear que queda en Villa María; el postrero de aquellos destinos humanos que un día partieron a la lejana Argentina en busca de una vida mejor.
“Me vine a los 8 años con mis padres y mi hermana. Fue en el 50, una época en que España estaba bravísima. Mi viejo había estado 14 años en el ejército en plena Guerra Civil. Y cuando terminó la Segunda Guerra Mundial muchos españoles se pudieron exiliar. Por suerte mi viejo fue uno de ellos”.
-¿Y por qué Argentina?
-Porque un hermano de mi mamá que tenía panadería en Córdoba, nos mandó los pasajes. Pero sólo alcanzamos a vivir unos pocos meses en Córdoba. Porque mis viejos, que fabricaban zapatos, un día vinieron a Villa María a visitar a unos parientes y ya no se fueron más. La fábrica de zapatos “Estincal” los contrató enseguida. Así que nos instalamos en el año 51.
-¿Le costó adaptarse al nuevo país?
-Al principio sí, porque en mi casa se hablaba todo el tiempo en menorquín y se me hacía dificultoso el castellano en la escuela. Vos pensá que en España son todos muy nacionalistas. A los vascos, a los catalanes y a los menorquines, ni les hablés de imponerles el castellano. Así que entré a los Trinitarios en tercer grado. Andaba un poco boleado pero empecé a interactuar con los chicos y al poco tiempo ya era uno más.
-¿Tiene recuerdos de su vida en las islas?
-Muchísimos. Yo iba a la escuela de los Salesianos a cuatro cuadras de mi casa, mientras mis viejos laburaban haciendo zapatos. También iba al mar, que en Menorca lo tenés ahí nomás porque la isla tiene apenas doce kilómetros de ancho. En la escuela, todos los jueves nos llevaban al mar y nos daban clases en la playa. Me acuerdo también que jugábamos mucho al fútbol en una manzana que habían comprado los Salesianos para hacer una cancha que todavía está. La última vez que viajé la vi y me trajo muchísimos recuerdos.
-¿Y las fogatas?
-Antes hacían una grande para todo el pueblo, pero eso cambió. Ahora hacen un montón de fogatas más chicas donde se te ocurra; en la calle, al frente a los clubes, en el patio de las casas. Y todos llevan cosas para quemar. Durante el día, “la capellana” que es el cura, anda a caballo por el pueblo y entra a todas las casas a festejar con la gente. El año pasado hubo 160 caballos andando en toda Ciudadela, que es mi ciudad. ¡Y vos no sabés lo que son los caballos menorquines! Los cuidan más que a las mujeres (risas).
-Durante el solsticio, también hay otras fiestas ¿no?
-El domingo anterior a las fogatas hay una fiesta muy importante que es la fiesta del “Be”, o sea del cordero. Uno de los peones del campo agarra un cordero, lo baña, lo arregla y lo pasea en procesión por todo el pueblo. Después, al cordero lo velan en una casa donde preparan el “chupito”, que es gin con limonada. También te dan panecillos con “sobrassada”, que es el chorizo colorado de allá. Al chupito lo inventaron hace poco porque antes, en la época de mi viejo, tomaban el gin puro y todos se agarraban unas curdas bárbaras. ¡Hasta los chicos se ponían en pedo al lado del cordero! (risas)
-La Casa Balear vive una suerte de renacimiento ¿no es así?
-Sí. Pasó que cien años atrás existía “La menorquina”, pero los viejos se fueron muriendo y muchas fiestas se dejaron de hacer. Y entonces desaparecimos por un tiempo. Pero en 2001 se armó la Casa Balear, como hoy la conocemos. Y en eso mucho tuvo que ver mi hija Silvina.
-¿Cómo fue?
-Durante un viaje que nos pagó el Gobierno español a los descendientes. De acá fuimos varias familias y Silvina vino conmigo. Allá nos recibió gente del Gobierno y una funcionaria que nos dijo: “Tienen que formar la Casa Balear en la ciudad de ustedes. Los ayudamos con lo que sea”. Y Silvina se ocupó de todo, de sacar la personería jurídica y conseguir que le giraran plata para el alquiler del local. La comisión actual está formada por gente joven que está trabajando muchísimo y de manera espectacular.
-¿Cuándo volvió a Menorca tras su llegada a la Argentina?
-Fue recién en 1982 y de “colado” con una agrupación folclórica de Villa María (risas). Imaginate lo que fue para mí. Me había ido con 8 años de allá y volví a los 40. Todavía me quedaban como 7 tíos y 20 primos. Desde entonces viajé como 15 veces más y seguiré viajando todavía porque esa sigue siendo mi isla, porque allá también está mi casa.