El libro «Ciudades escritas» (Eduvim, 2014), de Fabián Soberón, se presentó en Cien Fuegos, la «última» librería latinoamericana de la ciudad de París
Escribe Luis Dapelo
Especial Eduvim/EL DIARIO
La crónica es un género literario que ha gozado siempre de buena salud y vitalidad. Sobre todo en el continente, en donde, desde el principio, se intentó narrar el descubrimiento, dándole un suplemento de imaginación a la realidad.
La crónica es, pues, una obra en la que, ayudados por la síntesis, buscamos narrar acontecimientos, poniendo el foco y nuestra capacidad de observación a todo lo que nos circunda y que despierta nuestras inquietudes y nuestra atención. Verbalizamos los verbalizable y lo que no lo es.
Decimos lo que está allí y pide ser dicho, trascendiendo las frágiles fronteras de lo no dicho. ¿Qué queremos narrar con la crónica? Narramos ciudades, espacios, atmósferas, hechos presentes y pasados, libros, autores, objetos, las artes en su mayor expresión, narramos el presente y el pasado, quizás imaginamos el futuro, le damos otra presencia, otro deseo. En los últimos años, en América Latina, la crónica como género literario y periodístico ha conocido un gran desarrollo, una “segunda vida” tal vez por las exigencias que la realidad ha impuesto, por los escritores que cultivan el género haciéndolo coexistir junto a novelas, cuentos, etcétera.
Creo que hay una gran diferencia y una frontera entre la crónica periodística, narradora de lo cotidiano y la crónica literaria que se enriquece y nos enriquece a través de las referencias culturales en el sentido más amplio del término.
Dice Fabián Soberón en el epílogo de Ciudades escritas que “la crónica es un testigo de una discontinuidad, es el relato de una modificación de la realidad” y es también “la lupa irreverente que capta las bifurcaciones de la experiencia, las nervaduras del tiempo, las grietas de la realidad”.
Creo que es la mejor definición de las intenciones y del “programa” del género literario que aborda el autor en un tiempo histórico como en el que vivimos ahora, en el Siglo XXI, en un contexto de hiperinformación e hiperconexión que nos sugiere la oscilación entre la omnipresencia y la omnisciencia.
Soberón descubre, quizás con los ecos de la tradición del “flâneur” benjaminiano, sus ciudades, las ciudades, como espacios productores de sentido y en ellos percibimos la mirada y escuchamos su voz con un tono melancólico que bien muestra su eficacia.
Quizás haya interiorizado la lección del filósofo y crítico alemán para narrar lo existente, para narrar los descubrimientos que nos genera el desplazamiento y las inquietudes del conocimiento. Pero también ese tono melancólico convive con el humor mesurado, con la ironía, entendida como sonrisa de la razón.
En Soberón, el cronista quiere atrapar la naturaleza escurridiza del presente, de ese presente un poco “líquido” en el que vivimos ahora, como diría tan lúcidamente Bauman, atrapando sensaciones, reflexiones e ideas para fijar las imágenes como en un fotograma.
Quizás sea ésa una de las razones por las cuales el viaje a través de “sus” ciudades se hace posible, porque logramos leerlas gracias al modo con el que imprime lo vivido como forma de establecer una relación estrecha con el lector.
Esa complicidad o mejor esa relación de confianza con el lector crea un vínculo fuerte, como fuertes son las imágenes de filigrana del “coleccionista”, que nos revela otro eco benjaminiano.
Las crónicas de Soberón significan el retorno al gusto literario, una tentativa de literarizar la realidad para que ésta no se quede encasillada en ese cerco que otros cronistas construyen desde el estilo del periodismo de lo cotidiano que se escurre o se sume en lo efímero.
Literarizar la realidad significa hacer un ejercicio de estilo, encontrar esa materia dentro de las grietas, pliegues o intersticios, significa dejar que el dique de la imaginación nos la haga más legible, mejor legible.
Hace muchos años, Carlos Fuentes, en unos de sus ensayos más célebres Geografía de la Novela, comentando la ciudad escrita por Borges, decía que éste había satisfecho ampliamente el reclamo que le hacía Buenos Aires, yo puedo decir, modestamente, que Fabián Soberón ha accedido al reclamo de varias ciudades, haciendo un viaje, muchos viajes para verbalizar la experiencia, la experiencia como fuente de goce y de conocimiento, la experiencia como guía para descubrir lo que a veces la realidad nos quiere ocultar.
Acerca del autor
Nació en J. B. Alberdi, Tucumán, en junio de 1973. Ha publicado la novela La conferencia de Einstein (1era. edición UNT, 2006; 2da. edición UNT, 2013), los libros de relatos Vidas breves (Simurg, 2007) y El instante (Raíz de dos, 2011), La crónica Mamá. Vida breve de Soledad H. Rodríguez (Culiquitaca, 2013) y ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine en revistas nacionales e internacionales.
El Fondo Nacional de las Artes publicó textos suyos en la Antología de la Poesía Joven del Noroeste (Fondo Nacional de las Artes, 2008). Es licenciado en Artes plásticas y Técnico en Sonorización. Fue docente de Historia de la Música en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán.
Actualmente se desempeña como profesor en Teoría y Estética del Cine (Escuela Universitaria de Cine), Comunicación Audiovisual y Comunicación Visual Gráfica (Facultad de Filosofía y Letras).
Fue finalista del Premio Clarín de Cuento 2008. Con su novela Atalaya obtuvo una mención en el Premio de Novela Breve de Córdoba. Ganó el 2do. premio del Salón del Bicentenario. Actualmente colabora con Perfil, Ñ, Boca de sapo, Otra parte semanal (Buenos Aires), La Capital (Rosario), El Pulso Argentino, La Gaceta Literaria, Revista Yucumanita (Tucumán) y Nuevo Diario (Santiago del Estero).
Es miembro del Consejo Editor de la revista Imagofagia (Buenos Aires). Ciudades Escritas (colección JQKA, 2014) es su primera colaboración con Eduvim.
♦ Encontrá este libro en las Librerías Universitarias del centro (Chile 253), la Medioteca y el Campus de la UNVM, o en la tienda virtual de la web de la Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim): Club de Lectura.
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