Inicio Suplementos El Diario Viajero Las virtudes de la costa trasandina

Las virtudes de la costa trasandina

0
Las virtudes de la costa trasandina

Típico pueblo de pescadores del vecino país, la localidad ofrece una generosa playa, cultura autóctona, vida de mar, cerros, buceo y una de las iglesias más bellas y exóticas jamás vistas

Escribe Pepo Garay
Especial para EL DIARIO

A 1050 kilómetros al oeste de Villa María, colosal Cordillera de Los Andes de por medio, se ubica Pichidangui. Una localidad costera desconocida para la mayoría, pero que sin embargo se complace en albergar varios rubíes que conquistan al viajero.

Se trata de un típico pueblo costero chileno, con todo el encanto que ello infiere: bellas playas bañadas del Pacífico, postales de botecitos con humildes “marineros” lanzando sus redes, variedad de fauna marina e incluso pequeños cerros en el rededor. A ello, la localidad perteneciente a la región de Coquimbo (cuya capital es La Serna), le añade la virtud de corporizar uno de los referentes de la práctica del buceo en el vecino país, y el de ser hogar de una de las iglesias más extravagantes de Latinoamérica.

Lo más loado de la cuestión (muy chileno aquello de tratar a las “cosas” o los “asuntos” con el término “cuestión”, y ahí empieza el baño de cultura trasandina), radica en la bahía central. Un área de 5 kilómetros de extensión que muestra una amplia alfombra de arena, a cuya retaguardia se plantan arboledas igual de generosas, y la silueta de las colinas, hijas de Los Andes. En ese sentido, hay que nombrar al Cerro Santa Inés (700 metros de altura), buque insignia de las cadenas de la zona. A su cúspide se accede tras una caminata de aproximadamente una hora y media desde el centro.  

De regreso al mar, vuelve la playa y el agua clara, oleaje energético (amigo de los surfistas), y panorámicas donde la roca también es estrella. Da cuenta de ello la casi continental Isla de Los Locos (que hace referencia al exquisito molusco, plato típico regional igual que otros muchos pescados y mariscos, entre ellos la célebre y deliciosa jaiba, una especie de cangrejo).

Sobre esos menesteres conocen y mucho los pescadores locales, habitantes de lo que en Chile suelen llamar “Caleta” (un pequeño puerto). Junto con el turismo, los productos de mar son el principal sostén económico de los paisanos. Placer da verlos en su faena, arreglando las redes, limpiando los botecitos gastados y multicolores, procurando el impulso para salir al Pacífico en nueva cuenta.

Muy simpáticos y amenos, los hombres, mujeres y niños son acompañados en las tareas por cantidad de pelícanos. Descomunales picos y ojos hipnóticos, se acomodan bien cerquita de los humanos y picotean las sobras que pueden. Arriba, las que se relamen son las gaviotas, que planean el cielo a baja altura y de repente… ¡plash!, se zambullen en búsqueda del almuerzo. Es el ser humano y la naturaleza, conviviendo en armonía.

 

Variedad de opciones

La vista puesta en la arena, el viajero descubre los enormes botes de goma de los emprendimientos que ofrecen cursos de buceo. Van cargados de forasteros que anhelan el encuentro con decenas de especies marinas, bosques de esponjas multicolores, cavernas e incluso barcos que naufragaron hace décadas o siglos. Una forma de turismo de aventura que ha hecho famoso a Pichidangui en todo Chile, sobre todo en Santiago (toda vez que la capital se encuentra a apenas 200 kilómetros de autopsita al sur).

Tras las andanzas bajo la superficie, queda conocer una verdadera joyita de este pueblo de apenas 1.000 habitantes: la iglesia Santa Teresa. Preciosa y exuberante construcción (exuberante por el estilo y no por el tamaño), ubicada al borde de un precipicio rocoso y con pintas de barco, a través de cuyos inmensos ventanales ingresa la luz y el mar. Todo está hecho en piedra y madera, como si la naturaleza y la religión hubieran hecho un pacto eterno por estas latitudes.

Dijo el arquitecto de la obra: “Debo declarar que ya, en la primera visita, el terreno me impactó emotivamente. Una roca avanzada en el mar azul, entre olas que revientan en blancas espumas, algas flotantes en vaivén, aromas marinos, gritos de gaviotas, murmullos de resacas y un mar y cielo inmenso, proclamando por doquier la presencia de Dios”.