Escribe Juan Romeo Benzo (*)
Luego del grotesco acto sindical en Plaza de Mayo semanas atrás y las desventuras gremiales del Pata Medina o Víctor Santa María, se encendieron las alarmas de una película que se repite en símiles versiones cuando tocan gobiernos no peronistas. La vivió Raúl Alfonsín, luego la soportó Fernando de la Rúa y ahora le toca el turno a Mauricio Macri. Pero en estos momentos el problema es estratégico. En una economía de libre mercado y la reinserción al mundo, el sistema sindical argentino está fuera de foco, atrasado y corrupto.
El eje del Gobierno para mejorar la economía está centrado en las inversiones a mediano plazo, que son el verdadero motor de la economía, porque relanza trabajo, mejora ingresos, crea riquezas y se sale del estatismo benefactor. Pero este objetivo requiere dar confianza para atraer inversores, demanda mucho más que normalizar los precios. Hace falta reducir los costos y entre ellos el costo laboral.
Este duelo toma distinto al presidente porque, si bien hay un gremialismo cebado, Macri no proviene de la política y no es previsible para medir alcances y costos de aguante y presión como les ocurrió a Alfonsín y De la Rúa. Tampoco viene del peronismo ni se formó en el republicanismo opositor. Macri proviene del poder empresarial, lo que es determinante para una batalla en el campo laboral.
Un informe le advierte al presidente que la reunión de los sindicalistas que bajaron los lineamientos para la última movilización ocurrió en las oficinas de José Luis Lingeri, secretario general de Obras Sanitarias, el cual disimuló muy bien el papel de aliado del Gobierno. Por eso Macri le propuso el manejo de la Superintendencia de Salud, es decir, la caja de las obras sociales y quien toma como colaborador a Luis Scervino. El castigo a la deslealtad no se hizo esperar y agarró frío al sindicalismo cebado hace mucho y acostumbrado a políticos de oposición dialoguistas, al cual le tomaban el tiempo. En la purga cayó también el secretario de Trabajo, Ezequiel Sabor, quien tenía sintonía fina con Luis Barrionuevo y para que se entere que también le tiraron la oreja. Pero el cajero de las obras sociales venía mal, se le reprochaban algunos favoritismos y guiños con otro de los pesados como Hugo Moyano, el extorsionador de la logística rutera argentina, quien en realidad es a quien el Gobierno quiere torcer el brazo. El rival a vencer, ya que los costos de logística deben bajar para que podamos producir algo más que commodities y también sea atractiva la inversión.
La provocación de pintarse para la guerra la da a entender Moyano cuando su hijo se fotografía con Yasky, Baradel y Micheli, líderes kirchneristas confesos de la otra central, la CTA, por lo que el mensaje es claro.
El Gobierno va a la caza de OCA, en manos de Patricio Farcuh, que mientras se alió con Pablo Moyano, con una unidad de negocios llamada Guía Laboral SRL, para permitir penetrar en ese transporte de gran facturación a cambio de paz sindical. El negocio era completo porque esta empresa le permitió evadir mil millones de pesos en todos estos años. En esta sociedad tan conveniente, los Moyano defendieron OCA como si fueran sus dueños, tanto que un día que no se pudieron pagar sueldos se hizo cargo el sindicato. Un negoción estilo argentino, “de taquito”.
Pero ahora OCA está en concurso, la deuda con AFIP está fuera de control y el Gobierno madura el nocaut. Si hay alguien que pueda sostener el salvataje de una empresa de siete mil empleados es el Estado, que ya le impuso una alianza estratégica con el Correo Argentino para transportar medicamentos subsidiados a diversas partes del país. Cosa que poco les está gustando a los Moyano, ya que perderían la gallina de los huevos de oro y se destaparían algunas ollas con fétido tufillo de oscuros negociados, vueltos, cambios de favores y evasión tolerada. El actual dueño de OCA está débil, los Moyano temen que su lengua desembuche algo inconveniente y se vuelven a la otra orilla para ladrar junto a Cristina más fuerte. Al frente del correo estará Gustavo Papini, un ex-CEO de OCA, del que se fue disgustado con Farcuh por el rumbo que éste le hizo tomar a la empresa, y aliándose a los Moyano. No habrá convivencia fácil, ya que la marca personal no admite escapatoria en este caso. En fin, si el Gobierno gana OCA, los Moyano comenzarán a ver crujir parte de su imperio.
Nuestro presidente ya encañonó a la CGT y también tiene tarjeta roja para Moyano. La historia es la misma que con Alfonsín y De la Rúa, pero es distinto de sus antecesores, por origen y por desempeño, conoce el paño, ya que en SOCMA trató metalúrgicos, mecánicos y constructores. A Moyano, en Manliba. Y su padre fue socio del camionero en el Ferrocarril Belgrano, por pedido de Kirchner. Conoce subidas y agachadas y lo acompaña un ministro de cuna sindical, como Triaca, que es constructor de la gestión desde el minuto cero.
Hoy la sensación en general es que el sindicalismo argentino esta desorientado. Hace rato que no defiende intereses de trabajadores, están más preocupados por sus privilegios de poder sindical que porque aumente la cantidad de empleo, que eso sí está en la agenda del presidente.
Alfonsín quiso democratizar los sindicatos con una ley (Ley Mucci) y en el Senado el peronismo vio la oportunidad de que fracase el gobierno a futuro, un punto débil para lograr hacerse del poder nuevamente. A De la Rúa, la ley de flexibilización le costó la acusación de Moyano por “la Banelco”, que hizo renunciar al vicepresidente Chacho Alvarez, y su salida marcó el inicio de la debacle del gobierno. Desde entonces, el sindicalismo se sintió invencible y se cebó. Hoy están muy elevados de peso y hay un gobierno que juega sus fichas, esperando con paciencia el castigo más severo, que es la indiferencia de la gente y la del verdadero trabajador.
(*) Vicepresidente del Comité Departamental de la UCR, profesor y abogado