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Una mirada “desde el dolor y la impotencia” por los despidos en la Fábrica Militar de Villa María
¿Sabés, compañero? Una confusión de sensaciones me invadió el viernes, por la tarde. No podía materializar lo que estaba viendo a través de las pantallas televisivas; grupos de trabajadores, hombres y mujeres de mi provincia, agrupados, como dándose protección de lo por venir. Un compañero leyendo una lista de nombres, fríos, sin connotaciones humanas, y ellos, los de los ojos suplicantes por no oír el suyo propio, por no escuchar su condena social: sos un desocupado.
La imagen, como tantas veces hemos visto en películas de guerra, en donde un compañero es obligado a designar al azar entre la vida y la muerte, me pareció rayana en el sadismo. Ningún jefe dio la cara, sabían que a un compañero no lo atacarían.
Solo los que han sufrido en su hogar esa mancha oscura que comienza a extenderse en la familia, tras quedar sin trabajo un miembro de ella, ni hablar si es el padre o madre, saben de la lenta destrucción del grupo. Primero, el sacudón; el individuo queda anonadado. Después el encontrar palabras adecuadas para decirle a su familia y tirarse a la cama a descansar del shock indeseado. Es el inicio de una pesadilla.
En un comienzo se va tirando con la indemnización y las promesas de parientes, amigos, conocidos, políticos y a veces las organizaciones sociales. Pero el dinero se va acabando y las promesas diluyendo. No son suficientes los ahorros en gastos superfluos, en ropa o comida. Ahora les toca a los chicos ajustar sus pequeñas ilusiones de hijo de trabajador: los que me leen saben que son sencillas y no me salgan con el celular. Muchas familias por necesidades de horario, distancias, trabajo necesitan estar conectadas con sus hijos. Recordemos que teléfonos públicos no hay más.
El núcleo cambia; el humor cambia, las caricias y las risas cambian. También las amistades, el tejido social que los contenía: hay que aprender a decir no con excusas creíbles, al principio, para pronunciar de una buena vez el no puedo.
Si los bienes no imprescindible ya fueron vendidos, se echa mano a las medallitas, a los recuerdos familiares y hasta a las alianzas. Cuántos joyeros darán fe de ello y recordarán que para no pedir créditos impagables los desocupados contribuyeron a llenar sus cajas fuertes por un vil precio de compra.
Si lo expuesto son experiencias de años pasados, qué poder decir de aquí y ahora cuando las fábricas reducen horas de trabajo, las Pymes a la mitad de sus empleados y los comercios cierran asfixiados por alquileres.
Muchos justificarán lo ocurrido en las Fábricas Militares de Río Tercero y Villa María, porque de eso se trata mi artículo por si hay alguna duda, que los empleados despedidos eran beneficiados por el despilfarro del asistencialismo económico y favores partidarios. No puedo constatarlo, pero si estamos en un período de verdad, transparencia, futuro, crecimiento, esfuerzos compartidos, voluntad, trabajo genuino, meritocracia, ¿qué significado tiene achicar dos plantas históricas en producción y trabajo si no se aprovechan para modificar las actividades y aggiornarlas a las necesidades históricas?
Me hubiera sentido satisfecha de ver una reacción inmediata y eficaz de algunos sectores de nuestra sociedad que con tanta eficacia manejaron la campaña sí a la vida, ¿no es vida también la de estas personas lanzadas a la incertidumbre? A las agrupaciones de derechos humanos ¿no es acaso un derecho humano primario el trabajo? A los sectores de las políticas sectoriales, ¿no debió desbordar de representantes ante la convocatoria de urgencia del Concejo Deliberante? Todos esos ciudadanos sin trabajo desde ayer han votado con la esperanza de un futuro compartido dentro de nuestra sociedad.
Sé que estoy escribiendo desde la impotencia y el dolor, porque ante una avalancha de opiniones descalificadoras sobre el desocupado, los planes sociales, los vagos de siempre, estos hechos no hacen más que reforzar una triste sospecha: el desempleo en la Argentina, más allá de los méritos propios, el esfuerzo, los estudios cursados, va en incremento. Dónde encontrara su lugar el joven que necesita dignificar su vida con una tarea que le permita satisfacer sus necesidades básicas y lo lleve a insertarse en la sociedad no como un ni ni.
Termino con unos versos del poeta Nicolás Olivari:
¿Sabes, compañero, lo que es no tener horizontes?
-¡Y a los 20 y tantos años!
Las manos se crispan en el vacío de los ideales
Y alargan las brazadas de la fe.
F. M. C. – DNI 4.562.042